Por Galo Martín Aparicio.
Fotografías por Janite.
Vigo es una ciudad herrumbrosa que transgrede. Por sus calles se trepa en vez pasear. Las piernas robustas y los traseros firmes que ostentan los vigueses y las viguesas se deben a un trazado urbano diseñado para recorrerlo provisto de una cuerda y un arnés. Aquí van cinco sitios en los que merece hacer cumbre.
Castillo del Castro. La cima del monte del Castro es la azotea de la ciudad. Un balcón desde el que se divisan las islas Cíes y que se asoma a la ría de Vigo. En la parte más estrecha de ese fiordo, la ensenada de San Simón, tuvo lugar la batalla naval de Rande en 1702. Un episodio histórico que a Julio Verne le inspiró para escribir Veinte mil leguas de viaje submarino. Rande fue un combate sobre el agua en el que las escuadras anglo-holandesas pugnaron por hacerse con el oro y la plata de los galeones españoles, defendidos por fragatas y otros navíos franceses. Los preciados metales se desembarcaron en tierra firme a tiempo, pero las naves hispano-francesas ardieron en un infierno líquido y brumoso y cuajó la leyenda de que el fondo de la ría de Vigo era un potosí. Cazatesoros de toda Europa se desplazaron hasta la ensenada de San Simón para buscar los metales preciados sumergidos. Lo único que encontraron fueron anclas, cañones y monedas. El verdadero tesoro de la batalla de Rande es su historia. En su recuerdo, entre los jardines que decoran el castro está el monumento a los galeones de Rande.
Museo do Mar de Galicia. Espacio híbrido que divulga el vínculo entre el mar y los vigueses y que funciona como un hito arquitectónico de la ciudad. Diseñado por el artista italiano Aldo Rossi y terminado por el gallego César Portela tras la muerte del primero, cuenta con exposiciones permanentes que explican la historia de la ciudad a través de su relación con el océano. Un museo en el que los visitantes conocen la actividad pesquera en toda su extensión: la pesca, el marisqueo y la acuicultura, los métodos de conservación, desde los antiguos sistemas de salazón a los modernos de congelación, los avances técnicos en las embarcaciones o la biología marina. A este recorrido hay que sumar el acuario del museo, en el que se pueden ver los ecosistemas que hay en el propio muelle del sitio y en la costa acantilada de las islas Cíes.
Casco antiguo. Pequeño, en torno a la concatedral de Santa María de Vigo. En la plaza A Pedra se celebra un mercadillo de productos locales de diversa índole. Antiguamente eran los de contrabando. La especialización de productos continúa por las calles adyacentes: ostrerías y marisquerías en la rúa de la Pescadería, artesanía de mimbre en la rúa dos Cestos y tabernas en la rúa Real. Esta última da a parar al barrio de O Berbés, en la que se suceden casonas y pazos blasonados de entre los siglos XVI y XVIII.
Barrio de O Berbés. En los albores del siglo XVIII muchos pescadores que faenaban en la ría viguesa se instalaron en el barrio de O Berbés, la cuna de Vigo. Hoy aquel viejo rincón es un pintoresco barrio en el que quedan en pie los soportales en los que se vendía el pescado y el agua del Atlántico los salpicaba. En cambio, los peiraos (esta palabra gallegoportuguesa significa ‘muelle’) ya no están, al menos en su ubicación original. Vacío de agua, el lugar tiene todo el sabor fundacional de la ciudad. A esa arquitectura histórica que da testimonio de la vinculación laboral de los vigueses con el mar hay que sumar las grúas industriales de los astilleros. Gigantes de hierros torturados que forman parte de la arqueología industrial y del paisaje de la ciudad olívica. En los bares y restaurantes de calle de las Ostras, muy cerca de O Berbés, se pueden degustar estos preciados moluscos, uno de los tesoros gastronómicos de la ría de Vigo.
‘El sireno’. Es una moderna escultura de acero inoxidable, obra del artista gallego Francisco Leiro, que se eleva por encima de la Puerta del Sol de Vigo. La instalación de El sireno, a principios de los años noventa del siglo XX, fue polémica. Ha pasado de ser un elemento transgresor a convertirse en un emblema de la ciudad. La obra de arte en cuestión representa a un hombre pez que señala el mar. Hoy El sireno, además de pasar por un vecino más de la plaza en la que se encuentra, se usa mucho como anagrama en las comunicaciones institucionales y se hacen de él representaciones en miniatura. El sireno representa el triunfo de la transgresión sobre la tradición.