Por Francisco Belín.

¡Vino de nueva cosecha, claro! Eso se respira y se siente (cultura genuina diríase) en la apertura de las bodegas por San Andrés. Técnicamente la víspera del día 30 de noviembre está todo preparado e intuimos que se prolonga la cosa con condumios y brindis de rigor en esta liturgia que se repite anualmente.

Si nos fuera o fuese propicio, hay que procurar leña suficiente y colocar con cuidado las sardinas rociadas con abundante sal gorda. Cuando están hechas (a la vista se determina) se retiran a una bandeja y se rocían con el mojo –mejor que mejor con un manojito de oloroso orégano– que se hace machacando los ajos con la sal y el cilantro, añadiendo a la mezcla unos chorritos de aceite y vinagre.

Costumbre por respeto y devoción al santo, como es menester, pero llevados los paisanos-as por la liturgia –más bien cita obligada– de invitar a familiares, amigos y allegados para dar el visto bueno a lo que la vid ha obsequiado tras haber reposado después de la vendimia.

Hay simpáticas referencias que atribuyen a san Andrés tal fervor por el vino que llegó tarde el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre, y fue castigado a celebrar su día a final del mes, el 30. “Por San Andrés, el mosto vino es”, reza el refranero popular a fin de cuentas.

Ahí que se prueba con las lustrosas sardinas del comienzo, con castañas o frutos secos y hasta orejones, guisos, cabrito cómo no… Pero el protagonista es el vino, del que hay que presumir y sobre el que hay que averiguar. Bodegas grandes y chicas, también las medianas, viven esa especie de expectativa mezclada con euforia.

De hecho, en Tenerife es raro que en esa noche de víspera de San Andrés se abra una bodega donde no se asen castañas para acompañar al pescado salado, combinación que, aunque parezca descabellada, es santo y seña junto al vino nuevo. Fíjense que solo en la comarca de Acentejo se constata la existencia de una treintena de denominaciones, socarronería incluida: de culo chico, de pico claro, negras, donosas…

Quizá en esa atmósfera única del descorche del vino no nos planteemos cuestiones inherentes a nuestra cultura vitícola: por ejemplo, que se han datado cepas de la uva forastera de La Gomera hacia el año 1450, que el modo de cultivo de la vid en zonas como la de Anaga puede considerarse heroico o que el sistema de cordón trenzado de La Orotava no tiene parangón en ninguna parte del planeta.

También que Santiago del Teide (Tenerife) es enclave de novedosos y apasionantes proyectos de la mano Roberto Santana, un virtuoso enólogo convencido de que con una uva propia, como la listán negro, “se puede hacer mucho”.

Afirma el enólogo que “da tristeza que no valoremos lo que tenemos” y asegura que no se debe desmerecer esta variedad. “Quien vea este trabajo ímprobo frente a los elementos, al clima –la alta temperatura es nuestro peor enemigo–, con el cuidado prácticamente diario que se imprime a los viñedos, se maravillará ante algo tan hermoso”.

Los herreños suelen remitirse al día 28 de octubre con un festejo por todo lo alto en Sabinosa que se amplía hasta primeros de noviembre con Todos los Santos y los Finaos (en Frontera). Se brinda con ese vino tan característico de la Isla del Meridiano, carne sabrosamente aderezada y, cómo no, castañas asadas.

En La Palma, San Martín es la santificada referencia (acuérdense de aquello de que a cada cochino le llega su…, pues eso). Con los vinos nuevos, está claro que la carne rica va de la mano. En el resto de las islas se abrazan a San Andrés con especial significación en Icod de los Vinos, donde se “corren las tablas” con espectaculares deslizamientos, que alcanzan velocidades inauditas, sobre tablas de maderas por algunas de las calles más empinadas (San Antonio, El Plano, Hércules…).

Además de garbanzas compuestas, pescado salado, carne fiesta, queso blanco, morcilla…, el erizo que guarda el tesoro carnoso y nutritivo de la castaña tiene mil usos en la cocina tradicional, tanto en guisos como cocidas al vapor, también hervidas (con matalahúva), asadas o tostadas. Estamos en tiempo de vino nuevo, castañas y setas, según haya llovido; de castañeras y de todos los rituales legados por nuestros antecesores.

Las islas restantes son solidarias con San Andrés. Lanzarote constituye un particular paradigma de plástica paisajística y esfuerzo en cada hoyo en el que se multiplica paciente y extraordinaria la malvasía volcánica, que hunde sus raíces en los sustratos de un terroir inimaginable y que conforma ese conjunto enigmático del paisaje lunar que es La Geria.

Tanto es así que en simulaciones específicas estos hoyos se convierten en modelo para expertos biólogos y geólogos espaciales de lo que puede ser la viticultura en Marte. Así que si se abre bodega en un futuro en el Planeta Rojo podemos brindar con vino marciano inspirado en los lanzaroteños.

Los majoreros no es que dispongan de demasiada producción, pero sí suficiente para celebrar el néctar de la uva con batatas fritas, caldo millo, potaje de chícharos… y parrandas, por supuesto.

A las manifestaciones de nuestra cultura vitivinícola también se suman los grancanarios, que han logrado producciones de más calidad en los últimos tiempos. Perseveran en su avance vitícola propiciando un marco de actuación para obtener elaboraciones actuales, frescas y honestas que se desmarcan de aquella antigua fama de peleones que tenían sus vinos.

Huele a castañas asadas y se vive tradición y recuerdos en cada vaso, en cada brindis. Que también significa saber de sorribas, de esfuerzos, de investigación de varietales, de sentimientos invertidos en el terruño…

“Ser o no ser…, esa es la cuestión”. Dilema que se desprende del soliloquio de la obra Hamlet, escrita alrededor de 1600 y que quizá venga al pelo para particularizar el devenir de un sector que ha avanzado con potencia en los últimos años.