Por Sylvia Madero

Ilustración por Beatriz Pérez

Fotos cedidas por Fidelio Artist

Nuestro tenor más internacional ha debutado en los teatros más importantes del mundo, desde el Metropolitan de Nueva York a la Ópera National de París, pasando por, entre muchos otros, la Scala de Milán. Ha recibido numerosos premios como el Oscar de la Lírica de la Fundación Verona per l’Arena o el Premio Lírico Teatro Campoamor (ambos galardones en dos ocasiones), es hijo predilecto de la ciudad de La Laguna, Sabandeño de Oro, Medalla de Oro de Canarias y forma parte indiscutible del panorama lírico nacional e internacional. Tras una espectacular actuación en el concierto de Navidad junto a la Orquesta Sinfónica de Tenerife y el también tenor canario Jorge de León, ha sido protagonista en la programación del 35.º Festival Internacional de Música de Canarias, al enfrentarse con gran éxito por primera vez con una de las obras más importantes de Verdi: la Messa da Requiem. Cercano, con los pies en la tierra y de una sinceridad aplastante, ha tenido, desde que empezó en esto de la ópera, las ideas muy claras, sin duda la receta del éxito.

¿Cómo empieza su relación con la música?

Como canario, siempre he estado estrechamente relacionado con el mundo del folclore, pero no fue hasta que formé parte de la tuna en la universidad cuando empecé a cantar a menudo. Ahí descubrí el mundo de la voz, eso sí, desde un punto de vista completamente amateur. El problema es que me quedaba afónico muy a menudo y para poder seguir de tenderete decidí ponerme en manos de una profesora de canto. Nadie me avisó de que descubriría un mundo que me apasionaría tanto.

¿Cuándo decide profesionalizarse?

A medida que iba profundizando en mis lecciones, el interés en buscar una salida profesional fue llegando paulatinamente. Empecé en el Conservatorio de Música de Santa Cruz de Tenerife, continué en la Escuela Superior de Música Reina Sofía de Madrid y de allí a Italia, a estudiar con el gran tenor Carlo Bergonzi. Me fui enganchando poco a poco. Algo me removió por dentro cuando tenía veinte años y veía a mí alrededor gente de cincuenta que se lamentaba de no haber hecho cosas en su vida por no tomar la decisión a tiempo. Eso me dio la clave: no quería que llegara el momento de decirme “¿por qué no lo intenté?”. Lo intenté, y aquí estoy.

Tras más de catorce años dedicado a la ópera, ¿podría hacer un balance de las luces y sombras con que se ha encontrado?

Sin duda la mayor luz es viajar. Gracias a esta profesión he podido recorrer el mundo y conocer los cinco continentes, y esto te da la posibilidad impagable de adentrarte en otros estilos de vida, formas de pensar… Tu mentalidad cambia, se abre. Y la sombra…, estar lejos de los tuyos. Cuando creas una familia y pasas largas temporadas sin ellos es muy duro. Esta profesión es una carrera en soledad, pero te acabas acostumbrando. Nadie me obliga, tengo un trabajo precioso y he logrado convertir mi hobby en mi vida, algo para estar agradecido.

“No quería que llegara el momento de decirme ‘¿por qué no lo intenté?’. Lo intenté, y aquí estoy”

¿Quiénes han sido sus maestros durante su trayectoria?

Los grandes maestros de mi vida han sido mi familia, que me ha inculcado esos valores que siempre llevo conmigo, me hacen ser quien soy, y con los que he llegado lejos. En el ámbito musical, Carlo Bergonzi y Leo Nucci, quienes creyeron en mí y me han apoyado siempre. Ellos me dieron la oportunidad de hacer cosas, y las aproveché. Es curioso, siempre se quitan mérito y me dicen “yo te puse ahí, pero el que tenía que cantar eras tú, y lo hiciste”. En parte tienen razón.

Actualmente vive a caballo entre Roma y Tenerife. ¿Cómo logra compaginar su vida personal con su trayectoria profesional?

Con mucho sacrificio. Gracias a esta carrera he cantado en los mejores teatros del mundo, pero con el paso del tiempo he aprendido a sopesar y rechazar algunas actuaciones. Pensar que pueda estar meses separado de mi familia… (Celso es padre de dos pequeños, uno de de cuatro años y otro de seis meses). Reconozco que la ópera, los escenarios, el aplauso de la gente… es algo precioso, pero la caricia de mis hijos…, eso no tiene precio. Antes podía pasar meses sin volver a casa, pero ahora, desde que tengo dos días libres no dudo en subirme a un avión para reencontrarme con ellos. He aprendido a valorar lo realmente importante, sobre todo porque el tiempo pasa volando.

Afirma que no le gusta analizar su voz, pero sí trabajarla. ¿Cómo lo hace?, ¿cómo se prepara para un nuevo rol?

Los cantantes vivimos con el instrumento preparado las veinticuatro horas del día. Es una preparación continua. Muchos me preguntan sobre la evolución de mi voz, pero sinceramente son cuestiones que ni me planteo, simplemente convivo con ella y la trabajo de una manera natural. Sigo unas pautas básicas, aplicables a cualquier oficio al que uno quiera dedicarse: tener una vida ordenada, sin demasiados excesos, estudiar mucho, ser sincero con uno mismo… Sí que creo que todos nacemos con un don, pero lo que nos diferencia es nuestra capacidad de trabajarlo, estudiar para potenciarlo y tener la disciplina necesaria para hacerlo único.

¿Cuáles son sus retos? ¿Y su talón de Aquiles?

¿Retos? Siempre. Me gusta descubrir cosas nuevas, profundizar en nuevas partituras… El cerebro se mantiene joven cuando te obligas a trabajarlo. Aprender de memoria, acomodarse… es aburrido. ¿Talón? Más bien talones, tengo muchísimos. Es más, creo firmemente que la carrera de un cantante se tiene que basar muchas veces en saber dónde tiene sus límites. No son malos, al contrario; cuando los conoces puedes optar por dos vías: dejar que te atemoricen o afrontarlos y darte cuenta de que no eran para tanto. Yo soy consciente de que por mis características vocales no puedo asumir determinados roles y por eso me expreso mejor y exploto los que sí están hechos a mi medida.

“Creo firmemente que la carrera de un cantante se tiene que basar muchas veces en saber dónde tiene sus límites”

¿Cuál es la herramienta del éxito? ¿Cómo se pasa de la tuna a ser una de las mejores voces de la lírica actual?

No lo sé. Si te soy sincero, nunca pensé que tuviera ni el talento ni las condiciones para dedicarme a esto… Lo único que he tenido claro siempre es que me encanta cantar, disfruto mucho haciéndolo y creo firmemente en la importancia del trabajo, lo demás ha venido como consecuencia de esto.

¿Existe en el mundo de la ópera una guerra de egos?

¡Mucha! (se ríe). En esta profesión hay mucho ego, mucha envidia y mucho miedo. A mí los egos simplemente no me van, nunca los he entendido y prefiero evitarlos: son de personas pobres de espíritu e incapaces de dar nada. La ópera es un trabajo de equipo que empieza por los técnicos, el director de escena, los músicos… y al final, la cabeza visible, que somos nosotros. No podemos olvidar que detrás de lo que vemos hay mucha gente trabajando para que estemos cómodos y eso es lo más importante, no el ego de cada uno.

¿Hay talento en Canarias?

En Canarias hay un talento importante. Pero tenemos un problema, que aquí se vive muy bien y eso nos hace acomodarnos. Tenemos miedo a salir, a experimentar lo desconocido, y no es solo la barrera de la insularidad y el poco apoyo que reciben las carreras artísticas en las Islas, sino la idiosincrasia del propio canario. Debemos dejar atrás ese freno y salir, conocer otros puntos de vista y regresar. Es riqueza para el que se va, y por ende para Canarias.

¿Qué consejo daría a todos aquellos que están pensando en dar el salto de dedicarse a esta profesión y no se animan precisamente por estar en las Islas?

Que lo hagan. Solo hacerlo es ganar. Lo creo firmemente.