Aranzazu del Castillo Figueruelo

Preguntarse quién tiene móvil en la actualidad es casi un absurdo. Smartphones de todas las formas y colores se han convertido en una extensión de nuestro cuerpo. Ya no necesitan ser finos y pequeños, preferimos una pantalla bien grande que nos permita ver todo con claridad y detalle.

¿Para qué lo utilizamos? ¿Cuánto lo usamos? ¿Qué pasa si un día perdemos o nos roban nuestro smartphone? ¿Por qué nos damos cuenta o en qué aspectos de nuestra vida lo echamos de menos?

Las tecnologías han mejorado mucho en los últimos 10 años. Han llegado a adquirir un papel relevante en nuestra vida. Son esenciales para mucha gente, en especial, para los más jóvenes.

Las tecnologías tienen montones de ventajas. Nos ayudan en diferentes áreas de nuestra vida. En algunos casos facilitan procesos, haciéndolos más rápidos y automáticos y como resultado, ayudan a liberar nuestra mente.

Al mismo tiempo, pueden sobrecargarnos con demasiada estimulación. Nuestra mente tiene una capacidad limitada de procesamiento de información. Digamos que su capacidad de trabajo llega hasta un tope máximo. Tiene sus propios mecanismos para filtrar los inputs que recibe del entorno. El problema es que hoy en día es tanta la información que recibimos a diario que, en ocasiones, nuestro cerebro no tiene tiempo para decidir cuál quiere analizar y cuál no.

¿Quién no se ha despertado alguna vez -quién no todos los días- revisando los whatsapp que tiene sin leer desde que se acostara? ¿Quién no ha aprovechado para chequear Facebook en una de esas noches de insomnio o en medio de una conversación de grupo en la cual hace rato ya te habías perdido? ¿Quién no se ha sentido alguna vez invadido por los pitidos intrusos de los mensajes de Facebook, Whatsapp, Gmail y las notificaciones de otras tantas redes sociales?

Nuestro cerebro está diseñado para procesar cierta cantidad de estímulos por vez. Cuando tenemos que hacer frente a varias tareas que requieren muchos recursos atencionales nuestro rendimiento decae y nuestro sistema se colapsa. El sobreuso de tecnologías nos somete a una exposición constante a estímulos demandantes de una respuesta rápida. Consecuentemente, uno de los mayores problemas derivados de este sobreuso es el estrés.

En Canarias tenemos suerte. ¿Eres consciente de lo afortunado que eres viviendo en unas islas con tanta naturaleza por explorar? Aquí es más fácil desconectar de todos esos inputs de información y reconectar con uno mismo. Muchas personas no pueden hacerlo y permanecen permanentemente conectadas, online, disponibles.

Pero ¿qué es el estrés? ¿Alguna vez lo has experimentado? ¿Dónde o cómo lo sientes? ¿Cómo sabes que es estrés? El estrés es una respuesta general de nuestro cuerpo a situaciones que valoramos como peligrosas o amenazantes. Es una reacción adaptativa que ayudó a nuestros ancestros a sobrevivir a diversos contratiempos. Digamos que gracias al estrés estamos hoy aquí.

Entonces ¿es bueno o malo? Depende. Imagina que sostienes sobre tus manos una tacita de café. ¿Pesa mucho o poco? Depende del tiempo que tengas que mantenerla. Si solo son unos minutos, serás capaz de aguantarlo… Pero si este tiempo se prolonga, empezarás a experimentar dolor en tu mano, tu muñeca, tu brazo, tu hombro, etc. El estrés es igual. En pequeñas dosis puede motivar a hacer frente a retos y dificultades. Pero cuando se experimenta de manera crónica puede derivar en problemas mentales y físicos.

No somos realmente conscientes de cómo este sobreuso de tecnologías puede contribuir a nuestros niveles de estrés. Por eso no solemos tomarnos nunca un respiro real de las mismas. De esta manera, las tecnologías pueden estar rellenando nuestra taza de café particular.

El problema no son las tecnologías en sí mismas, sino la falta de conciencia de cómo sobrecargan nuestros sentidos y de estrategias efectivas para desconectar de ellas. No las tenemos los adultos, como tampoco los nativos digitales. En todos los casos, dado que es un mundo que está por crecer y expandirse aún más, se hace necesario el desarrollo de habilidades y una educación en el buen uso de tecnologías que pase por autoimponerse límites sanos en el uso de las mismas.