Aranzazu del Castillo Figueruelo

A menudo escuchamos a la gente quejarse de que sufre insomnio. Aunque es el problema de sueño más frecuente en la población y por el que más consultan las personas a su médico de cabecera, esta palabra es mal empleada en la mayoría de los casos al referirse a dificultades puntuales para conciliar o mantener el sueño.

El insomnio va más allá de una noche sin dormir. Implica un cambio significativo en el patrón de sueño de una persona, que afecta a la cantidad y calidad del mismo. Puede consistir en dificultades para quedarse dormido o mantener el sueño, más asociado a problemas de ansiedad; o a despertares precoces, más relacionado con síntomas de bajo estado de ánimo.

La persona con este problema considera que las horas que duerme no son suficientemente reparadoras y sufre las consecuencias durante las horas de luz: cansancio y somnolencia diurna, alteraciones en el humor (irritabilidad, bajo estado de ánimo, ansiedad, etc.), afectación en el rendimiento laboral (productividad, absentismo, etc.), …

En España los estudios de prevalencia son limitados, pero se estima que el 23% de la población presenta alguna dificultad para dormir y un 11% dice tener insomnio. El problema afecta tanto a adultos jóvenes como a personas mayores y en general, perturba en mayor medida a mujeres que a hombres.

Normalmente, en un primer momento las personas tratan de hacer frente al problema a través de sus propios recursos. No obstante, estos no siempre son los más adecuados y, a veces, perpetúan o empeoran el insomnio. Por ejemplo, es frecuente la ingesta de alcohol para facilitar la conciliación del sueño.

Antes de aplicar un tratamiento para el insomnio es fundamental analizar el caso en particular de la persona y conocer el tipo y las causas de su problema. El insomnio no siempre es el problema principal. A veces solo es la punta del iceberg de un cuadro aún más complejo. El abordaje de este problema debe ser global, teniendo en cuenta todos los factores que están influyendo en su mantenimiento.

¿En qué consiste el tratamiento?

El primer punto de la intervención consiste en proporcionar información sobre el problema. Esta no solo facilita la comprensión por parte de la persona de lo que le ocurre (causas y mantenimiento), sino que también favorece que se implique más en la toma de decisiones respecto al propio tratamiento. También se discuten ideas erróneas que la persona pueda tener en relación con el sueño y que estén contribuyendo a su mantenimiento.

Un segundo componente lo constituyen las medidas de higiene de sueño, un conjunto de recomendaciones sobre hábitos saludables que facilitan el comienzo y mantenimiento del sueño. No son la varita mágica que eliminará el problema de insomnio, pero como medida inicial resultan útiles y en algunos casos leves, suficientes. Algunos ejemplos de estas recomendaciones son irse a la cama solo cuando se tenga sueño, levantarse siempre a la misma hora, reducir el consumo de alcohol o evitar cenas copiosas.

En general, se recomienda que estas medidas sean combinadas con un tratamiento de corte psicológico. Las técnicas tienen el objetivo de identificar y modificar patrones de conducta desadaptativos, es decir, malos hábitos (p. ej., horarios de sueño irregulares, sobreactivación física, permanecer en la cama más tiempo del necesario, etc.), así como expectativas, creencias y pensamientos que boicotean el proceso de conciliar y mantener el sueño. También buscan reducir la ansiedad anticipatoria o miedo a no dormir que se produce antes de irse a la cama y que precisamente entorpece el sueño.

Las principales Guías Clínicas recomiendan comenzar por la aplicación de técnicas psicológicas como el control de estímulos y la restricción del tiempo que se pasa en la cama para el abordaje del insomnio. Solo en caso de que la intervención psicológica no sea efectiva, recomiendan combinar o sustituir esta por un tratamiento farmacológico.

El uso de fármacos para combatir el insomnio está indicado como tratamiento complementario y siempre teniendo en cuenta una serie de factores (duración, tipo de problema, edad de la persona, tratamientos previos, tolerancia, posibilidad de embarazo, preferencias personales, etc.). Cuando esta es la opción que más se adapta al paciente debe ir acompañada de un seguimiento para controlar la aparición de los efectos secundarios y evitar la dependencia.

En definitiva, pasar una mala noche no tiene por qué ser un problema que requiera atención médica, siempre y cuando este se limite a episodios esporádicos. Sin embargo, si este se convierte en una condición crónica que afecta de manera significativa al funcionamiento diario lo mejor es ponerse en manos de un profesional antes de comenzar a aplicar remedios que podrían agravar el problema.