Aranzazu del Castillo Figueruelo
Cuando hablamos de autoestima nos estamos refiriendo a muchas cosas a la vez. Siendo un concepto abstracto y subjetivo, la autoestima es algo que se materializa todas y cada una de nuestras acciones y ámbitos de vida (personal, familiar, social, laboral, etc.)
La autoestima es la piedra angular y el sistema inmunológico psicológico de la persona. La protege de los reveses inherentes e inevitables de la vida. Tener conciencia de las características que nos definen (físicas y psicológicas) y hacer una valoración positiva de ellas tiene un efecto similar al del amortiguador de un coche. Los sucesos estresantes o difíciles vendrán con seguridad, pues la vida no es toda de color de rosa, pero si tenemos una buena autoestima de base estas circunstancias no tienen por qué hacernos caer en el abismo.
Dos son los ingredientes fundamentales de una buena autoestima: “sentirse capaz” y “sentirse valioso”.
Las personas con buena autoestima confían en sus capacidades y potencialidades. Esta creencia incondicional en sí mismos les permite aceptar retos, tanto los que vienen de dentro -autoimpuestos-, como los que vienen de fuera, y afrontar con ilusión todo aquello que se proponen en la vida. No es que no tengan miedo. No es que no les cueste. Simplemente saben que pueden lograrlo y, por eso, se ponen a ello.
Las personas con buena autoestima no solo creen en sus posibilidades de alcanzar las metas que desean. También se consideran valiosos -independientemente de si logran o no sus objetivos- y, sobre todo, con derecho a obtener cosas buenas y ser felices en la vida. Se aceptan tal y como son -física y psicológicamente-, abandonando la lucha por tratar de cambiar aquello que les define, pero sin caer tampoco en el conformismo. Únicamente trabajan por ofrecer la mejor versión de sí mismos dentro de sus posibilidades.
¿Nace o se cultiva la buena autoestima?
Aunque un pequeño porcentaje de la tendencia a ser optimista y a aceptarse por como uno es viene dado por la herencia genética, el entorno y las experiencias que se tienen a lo largo de la vida tienen un peso aún mayor en el desarrollo de la autoestima. Esto viene a reflejar una de las propiedades de este elemento: es maleable, está en continuo cambio. Y esto, aunque aparentemente no lo parezca, es positivo porque significa que está en nuestra mano darle forma para que resulte más adaptativa.
Las experiencias tempranas son clave en la construcción de la personalidad y la autoestima. Las primeras experiencias de vida son importantes pues esculpen la escultura que de adultos seremos. Pero esta, a diferencia de otra escultura de verdad, no es estática sino dinámica y continúa moldeándose durante toda la vida. El pasado nos influye pero no nos determina irrevocablemente. Tomar conciencia de los mensajes familiares que hemos ido archivando en nuestra memoria en forma de creencias sobre nosotros mismos y que actualmente nos hacen sufrir es el primer paso para recuperar el equilibrio a nivel emocional. Pero no debemos quedarnos enganchados en ese análisis de nuestra historia: lo importante es pasar a la acción. Serán las experiencias directas y recurrentes las que lograrán convencerte de esa capacidad y valor que quizá tú has dejado de creer que tienes.