María Rita

Los pies, esos grandes olvidados en nuestra rutina de cuidado diario del cuerpo. Casi que nos olvidamos de que existen hasta que un buen día comienzan a subir las temperaturas y… ¡oh, tienen que ver la luz!

Los pies son una parte muy importante del cuerpo humano. Son la raíz que nos conecta con el suelo que pisamos y el soporte último de todo nuestro peso. En ellos se refleja la salud (y las dolencias) de las diferentes partes de nuestro cuerpo.

Igual que la piel de la cara y del cuerpo, la de los pies requiere de limpieza e hidratación diaria para evitar problemas derivados de la extrema sequedad. A la hora de limpiarlos debemos ser extremadamente cuidadosos con el secado de la zona situada entre los dedos para evitar la aparición de hongos por exceso de humedad. Es frecuente que, con las prisas, sequemos el resto del cuerpo y en el caso de los pies lo hagamos de aquella manera (¡ya se secarán con los calcetines! Error).

Quizá no les prestemos demasiada atención, pero el hecho de ducharnos a diario garantiza que, al menos, los pies reciban una dosis mínima de mimo. Esta no es suficiente, la hidratación es fundamental. A diferencia de las cremas que se emplean para el resto del cuerpo, las de los pies deben ser más untuosas, pues la piel de estos es más gruesa y resulta más difícil que el producto penetre bien a través de las capas. Por eso, también es recomendable que, una vez a la semana, se les regale una sesión de exfoliación, que puede hacerse incluso con elementos naturales y reciclados, como los pozos del café o el azúcar y unas gotas de aceite.

El cuidado de las uñas también tiene su aquel y no es precisamente un asunto fácil para muchos. Los expertos recomiendan cortarlas cuadradas -aunque no parezca estético- y vigilar que no se entierren por los laterales. El dolor ocasionado por un uñero puede ser muy desagradable por lo que te aseguro que es mejor prevenir que curar. En cualquier caso, existe un profesional maravilloso, el podólogo, que siempre podemos visitar en caso de duda o dolor.

Más allá de lo estético, los pies necesitan movilidad. No se piensa de esta forma en ellos a menudo. Normalmente solo lo hacen quienes trabajan con los pies (p. ej., un bailarín) o quien ha tenido una lesión. Algunas buenas prácticas que puedes incorporar en tu rutina son movilizar las diferentes partes del pie y los dedos por ejemplo mediante el uso de una pelota de tenis, hacer estiramientos, caminar por superficies que estimulen la circulación sanguínea como césped o arena o pasear con los pies metidos en el agua del mar.

Por último y no por ello menos importante, debemos tener en cuenta una serie de recomendaciones a la hora de elegir calzado. En este asunto las mujeres lo tenemos bastante más complicado por culpa de las modas (¡malditos taconazos!), pero hay algunas tendencias que también afectan a ellos (p. ej. llevar los tenis con las ligas desabrochadas).

¿En qué deberíamos fijarnos cuando compramos un calzado? Es difícil de lograr pero deberíamos buscar que desde el momento en que probamos el zapato en la tienda nos sintamos cómodos con él. Si desde el principio notamos molestias, mala cosa. Se recomienda que el zapato tenga un tacón bajito (ni plano totalmente, ni taconazo), suela flexible que permita el movimiento natural de la pisada y una parte delantera ajustada a la forma del pie (con ligas o velcro). La horma, a ser posible, debería ser ancha, pues de otra forma pueden desarrollarse deformidades en el pie importantes como los temidos juanetes. De nuevo en este caso, es mejor prevenir que curar, pues las soluciones que se ofrecen -aunque se ha avanzado mucho- aún no son resultan del todo satisfactorias.

El día 26 de marzo cambiamos nuestro horario al de verano y con él daremos la bienvenida al buen tiempo y a las sandalias ¿Empezamos la sesión de auto-cuidado de pies?