Por David Lorenzo
Las plagas han azotado duramente al Archipiélago desde el momento de la conquista. Por poner un ejemplo, en Tenerife durante la conquista de la Isla se extendió una epidemia que diezmó a los guanches y que se conoce todavía con el nombre de modorra.
Con el descubrimiento de América, Canarias se convierte en una de las principales escalas para viajar al Nuevo Mundo. El comercio también va a ser constante con el resto de Europa: los Países Bajos (Holanda, Bélgica y Luxemburgo), Inglaterra o Italia son solo alguno de los ejemplos. El importante movimiento en nuestros puertos supuso que muchos barcos llegaran con enfermos que extendían su epidemia por las Islas. En el Archipiélago hubo casos de diversas enfermedades contagiosas: peste, fiebre amarilla, paludismo, vómito negro, lepra, tifus, viruela, etc.
Estas epidemias acababan habitualmente con más de un centenar de personas en en muy poco tiempo. La causa sobre todo era la falta de higiene en las ciudades de Canarias. No habían desagües para las aguas negras, las calles estaban sucias porque no se limpiaban nunca, en algunas viviendas urbanas la gente criaba animales de granja (cerdos, gallinas, cabras, etc.), no se tomaban medidas sanitarias en caso de epidemia en otras Islas (al menos hasta el siglo XVII, como veremos a continuación), etc. Además, la malnutrición de gran parte de la población favorecía que estas enfermedades infecciosas se extendieran con más rapidez. Los Cabildos intentaron evitar estos problemas. Así, obligaban a aislar al enfermo y se exigía a que hubiera un censo de la población afectada. Sin embargo faltaban médicos en el Archipiélago. A finales del siglo XVIII, había 2 en La Palma, 2 en Gran Canaria y solo 1 en Tenerife.
La primera epidemia de la que se tiene conocimiento tras la conquista se produjo en La Laguna, Tenerife, fue la de la peste bubónica de 1582. 20 años más tarde se propagó otra, que comenzó en el puerto de Garachico y que también acaba por extenderse por Gran Canaria, Lanzarote y Fuerteventura. Este hecho supuso un cambio importante. De ahí en adelante se impone una ley mediante la cual se obliga a cumplir una cuarentena (se prohibía desembarcar a los pasajeros de barcos sospechosos de llevar enfermos durante 40 días). Además, en caso de que comenzara una epidemia en una de las Islas automáticamente, se cerraban las comunicaciones marítimas entre ellas.
La peste siguió amenazando a Canarias. En 1606 se sufre otro brote en el Archipiélago y vuelve a suceder igual en 1691. Ya a comienzos del siglo XVIII, la peste prácticamente desapareció en los puertos canarios y europeos. Otras plagas que amenazaron Canarias fueron la fiebre amarilla en 1703 y 1706 y la viruela en 1780 y 1799.
La fiebre amarilla se convierte en una de las epidemias más virulentas que amenazan Canarias en el siglo XIX. En 1810, en Tenerife y Gran Canaria deja más víctimas que ninguna otra epidemia de la historia. En esta última isla se repiten en 1838 casos de fiebre amarilla, después de la llegada de un barco originario de La Habana (Cuba). Terrible fue también el brote de cólera morbo que afectó al puerto de Las Palmas de Gran Canaria en 1851. Posiblemente, esta haya sido la epidemia con mayor impacto en los periódicos canarios y nacionales en esa época. Todo comenzó cuando muere de forma sospechosa la lavandera María de la Luz Guzmán el 24 de mayo de 1851. Rápidamente la enfermedad se expandió por el grancanario barrio de San José (donde ella vivía).
Durante el siglo pasado también se extendieron algunas epidemias. Sin embargo la situación ha mejorado mucho gracias a las innovaciones médicas aplicadas desde finales del siglo XIX y todo el XX. Hoy estamos más a salvo que nunca.
Para saber más:
- Cola Benítez, Luis Santa Cruz, bandera amarilla: epidemias y calamidades (1494-1910). Santa Cruz de Tenerife: Idea, 2005
- García Nieto, Víctor; Hernández González, Justo Páginas médicas canarias de ayer. Santa Cruz de Tenerife: Idea, 2007