Por Rafael Rodríguez Santana
La mar ha sido para los canarios la esencia del carácter y la fuente de profundas emociones. Desde los tiempos de nuestros antepasados, los canarios hemos decidido ubicarnos cerca de ella, fundar nuestras principales ciudades donde llega el olor a maresía y vivir lo que nos ha tocado vivir al ritmo de las olas y las mareas, cerca de la zona intermareal, en ese espacio lleno de naturaleza que se extiende entre la pleamar y la bajamar de nuestras costas.
A lo largo de la franja costera de nuestro archipiélago se encuentra la zona intermareal, un espacio con características ecológicas propias y bien definidas rico en vida, formas, colores y usos. Se define como la zona de encuentro entre la tierra y el mar, que está sumergida durante la marea alta y expuesta en marea baja. El Archipiélago tiene una línea costera que mide alrededor de 1580 km., una octava parte de todo el litoral español, lo que convierte a Canarias en el territorio del Estado con mayor longitud de costa. En nuestras islas ese punto donde se encuentran la tierra y el mar es muy variado y está constituido aproximadamente en un 82% de sustratos rocosos (mariscos, peñas, callaos y acantilados) y, en menor grado, por sustratos rocoso-arenosos o arenosos (dunas y playas).
A todo lo largo del litoral canario se asienta una enorme variedad de organismos marinos, algunos de los cuales definen toda una serie de ricos y variados ecosistemas costeros. En la región costera intermareal de las Islas aparecen algunas zonas de substrato rocoso de cierta extensión, caracterizadas por su escasa pendiente y en cuyos charcos y piedras pueden enumerarse más de 300 especies de animales y algas. Son como oasis de riqueza en la vida marina. Lapas, burgados, camarones, erizos, cangrejos, mejillones, cañadillas, clacas, estrellas de mar, almejas canarias, carnadas de vieja, camarones, pescados como los cabosos, lisas o barrigúas pululan entre las peñas y los charcos intermareales, también otros muchos pequeños animales marinos, numerosas aves marinas que buscan alimento y algunas algas, dando vida a estas zonas.
La vida en estos ecosistemas de la zona intermareal es muy dura para sus organismos marinos. En estas condiciones ecológicas han desarrollado mecanismos que permiten su supervivencia como las clacas, que se cierran o los burgáos, que se pegan a las rocas para no perder agua por evaporación.
Esos oasis de vida que emergen y se sumergen con el vaivén de las mareas se vienen usando tradicionalmente para ocio, recreo y supervivencia desde tiempos ancestrales, desde los aborígenes canarios hasta la actualidad. Las actividades de ocio, la pesca, los marisqueos, la búsqueda de carnada de vieja o los pulpos han sido y son frecuentes aquí. De las actividades prehistóricas tenemos multitud de registros en los restos de concheros aborígenes repartidos por todo el Archipiélago. En la dilatada etapa de la sociedad aborigen canaria el litoral presentaba una mayor riqueza piscícola que en la actualidad, por lo que la pesca no requería de grandes ingenios ni técnicas sofisticadas. La construcción de muros de piedra en la bajamar para atrapar los pescados en su interior o las machetiadas a golpe de palos nocturnos, iluminados por antorchas de tea, eran algunas técnicas utilizadas.
Pero quizás la más sobresaliente y singular era la embarbascada. Básicamente consistía en narcotizar a los peces con la savia de algunas plantas. En las Islas se utilizaban la leche del cardón y la tabaiba amarga, con un látex muy tóxico que satura el agua y le resta oxígeno. Regados los charcos con esta toxina, era muy fácil recoger los peces atontados en la superficie.
Todos tenemos que ver con la costa. Todos hemos sentido la necesidad de saborear la libertad salada que da la brisa costera. Todos hemos disfrutado de una puesta de sol desde esa zona entre mareas llena de vida y de olor a vida. Y todos somos responsables de sigan intactas para las generaciones venideras. Porque en esos charquitos entre mareas reside una parte de lo que nos hace isleños.