Por David Sendra Domènech

Las salinas de Pedra de Lume se localizan en un paisaje árido diseñado por la naturaleza, en el cráter de un antiguo volcán donde penetraron las aguas del mar y crearon, al evaporarse, una deliciosa sal que dio nombre a la isla.

Desde una visión aérea, el terreno casi desértico, según la estación, con sus tonos marrones y ocres, nos sorprende cerca de las aguas del océano Atlántico, con un cráter dividido en rectángulos irregulares blancos y de algunos otros colores cálidos mezclados, rosados y rojizos: son las salinas. La imagen parece irreal y se destaca enormemente del monocromático paisaje lunar de los alrededores.

Al cráter se accede a través de un túnel excavado en el proprio borde rocoso; un pasaje corto pero que anticipa un cambio de escenario y un espectáculo de la naturaleza en colaboración con el hombre. Paralelo nos acompaña el teleférico construido en 1921, con poco más de un kilómetro de largura, que transportaba hasta 25 toneladas de sal por hora desde la salina hasta el puerto de embarque.

Hoy día en las salinas se sigue extrayendo la sal acumulada en el cráter, pero para productos de belleza, talasoterapia y similares y, claro, se convirtió en un punto turístico (la entrada cuesta cinco euros). En su día la sal fue el factor que determinó que la isla fuera permanentemente habitada y ya en el primer cuarto del siglo XIX se crearon toda una serie de estructuras pensadas para mejorar la extracción del llamado oro blanco. Una riqueza que quedó interrumpida en varios momentos de la historia (por ejemplo, cuando Brasil prohibió el uso de sal extranjera a finales del XIX) y que fue retomada a inicios del XX con nuevas tecnologías que buscaban mejorar la productividad de las salinas. La creatividad del hombre se impuso al ambiente hostil y supo adaptarse y superar los obstáculos transformando el entorno hasta lo que son hoy las salinas. No obstante, la nacionalización de la sal en la República Democrática del Congo en 1963 pausó nuevamente las salinas de Pedra de Lume, que dejaron de funcionar oficialmente en 1985.

En el interior del cráter, de unos 900 metros de radio y muy por debajo del nivel del mar, aún se mantienen de forma rudimentaria algunas antiguas construcciones como las casas de los trabajadores o la vieja fábrica y el hangar de almacenamiento, como una ciudad fantasma símbolo de otra época. Realmente se trata de un espectáculo curioso, con cierto halo de misterio que te transporta a un tiempo pasado, cuando la sal era más valiosa que el proprio oro. Pero, convertido en punto turístico, obviamente el mero admirar no es la única actividad que uno puede desarrollar en el cráter. Esas salinas coloridas invitan a un baño, a lanzarse a su interior sabiendo que el alto nivel salino te mantendrá a flote (no olvides un calzado de goma porque el fondo puede tener cristales de sal); también se puede recibir algún masaje y tratamiento con sal en un spa cercano.

Sin duda estas salinas, junto con las increíbles playas de la isla, se convierten en la referencia para cualquier visitante en un territorio aún no devorado por el turismo masivo, ideal para el que busca sol, playa e historia.