Texto por Alberto Piernas Medina
Fotos por Maite Santonja
La isla de Menorca es la más oriental de nuestro país y primer lugar donde amanece. Esta condición exclusiva convierte a la niña mimada de las Baleares en un lugar mágico. Una tierra tapizada de pinos, ruinas y playas donde reconectar con los sentidos. Nos sumergimos en la isla del verano, la isla de los azules.
El escritor William H. Gass dijo una vez: «El azul no es solo un color, es una palabra que tiñe todo lo que toca». Y no se equivocaba. El color azul ha acompañado a diferentes pensadores y culturas durante siglos, y hoy prevalece como sinónimo de lo místico, refrescante y sanador. De hecho, según los investigadores Andre Elliot y Markus Maiser, el color azul puede cambiar nuestro estado de ánimo y hasta disminuir la presión arterial. Incluso si vamos más allá, expertos como el doctor Wallace J. Nichols han hablado de la «mente azul» y todos los beneficios que nos aporta el mar en su libro Blue Mind: La ciencia sorprendente que muestra cómo estar cerca, dentro, sobre o bajo el agua puede hacerte más feliz, más saludable, más conectado y mejor en lo que haces. Verdades que confirman por qué este verano, más que nunca, necesitamos la inyección azul definitiva.
Menorca lo sabe. Primero se adueña de la luz y el cielo, de tantos secretos, para desplegar las playas más azules que hayas visto. Pero tranquilo, tenemos 53 kilómetros por delante para bañarnos en los rincones más inesperados, como quien nunca abandonó el paraíso original. Nada mejor que empezar dejándonos llevar por los laberintos de Binibeca Vell, un pueblecito marinero cuyas casas blancas permiten espiar al cielo desde cualquiera de sus callejuelas; o acercarnos a Caló Blanc, una de las calas más icónicas de la isla. De repente el silencio, tan solo interrumpido por las conversaciones entre los pinos y el Mediterráneo. Y el sonido de tu estómago.
Quien entra en un restaurante de la costa menorquina pocas veces se resiste a la caldereta de langosta, uno de los platos más típicos de la isla, especialmente en el pueblo de Fornells. Aunque tampoco rechazamos un arroz de la tierra, una buena sobrasada o un queso de Mahón que podemos elaborar nosotros mismos en una de las queserías típicas de Menorca. Aquí las historias fluyen entre puertos y palmeras, faros como el de Favàritx, en el Parque Natural de s’Albufera des Grau, y viviendas payesas, hasta recalar en las dos ciudades más importantes. Mahón, la capital, rebosa historia a través de fortalezas inglesas y castillos centenarios. Y Ciudadela, con sus yates y sus calles de piedra, cuenta con un puerto del que disfrutar desde diferentes alturas. Dos ciudades, cada una en un extremo, dibujando el mejor lienzo para perderse.
Puede que termines en Naveta des Tudons. El monumento prehistórico más famoso de Menorca está también considerado como el más antiguo de Europa, ya que se construyó en torno al 1000 a. C. Además, en las inmediaciones encontrarás otros ejemplos de pueblos y monumentos talayóticos como los yacimientos de Torrellafuda y Torretrencada. La historia nos susurra, y de nuevo esa pincelada azul que te guía y te arrastra a la costa: están el azul cala Turqueta y el azul cala Presili. Macarella, la cala más famosa de Menorca, tan mágica que podrías bucear entre sirenas. O su hija pequeña, Macarelleta, una postal en movimiento.
La sensación de sentir la sal en la piel, el pareo pegado y un cachito del Mediterráneo vibrando en la memoria. Tu corazón es tan azul que has olvidado tu vida anterior. Ya eres un viajero blue mind.