Fotos por José Antonio Fernández Arozena

Disfrutar de la Semana Santa en Santa Cruz de La Palma puede ser una experiencia inolvidable y es que, hace casi una década, fue declarada de Interés Turístico de Canarias, convirtiéndose así en la primera -y de momento en la única del Archipiélago- en contar con este reconocimiento por los innegables argumentos que la dotan de una insólita y distinguida singularidad.

El entramado urbano de la capital palmera ofrece a la Semana Santa la escenografía y teatralidad necesaria para que impacte en todas las personas que la disfrutan, tanto desde el punto de vista religioso, artístico y turístico.

El encanto morfológico de las calles empedradas, rincones, las fachadas de inmuebles de colores con ventanales y balcones que invitan a su disfrute desde la intimidad, cautivan al espectador, llevándolo a la evocación del pasado y, ¿por qué no?, a vivencias que se funden en un todo.

Los pasos procesionales de las diferentes iglesias y templos de Santa Cruz de La Palma deambulan siguiendo un estricto orden cronológico según marca el relato evangélico.

Pero sus imágenes y esculturas deambulan rítmicamente, acompasadas a partes iguales con los sonidos trocaicos y el arrastrar de cadenas, transforman el urbanismo en un universo sonoro sobre el que se superponen, sin imponerse, otras veces se suceden, marchas añejas, sobrias y elegantes interpretadas a un ritmo algo más lento del pautado para permitir esa cadencia pausada que difícilmente puede escucharse reunida en otras poblaciones; un grupo de hombres cantan un motete en latín, uno diferente para cada día salvo el martes, u otro se arranca por una composición basada en el folclore que llamado palmera colma de emoción el natural silencio.

Todos los sentidos se activan cuando se disfruta de esta celebración tan señalada en Santa Cruz de La Palma. Y es que los aromas de las flores recién cortadas o el incienso se unen a un concepto de luz diferente que explosiona en horas nocturnas, permitiendo incrementar aún más los contrastes.

Con un ambiente así, quienes nos visitan pueden centrarse en descubrir el secreto de unos cortejos ordenados de una forma peculiar: siempre el estandarte delante y la cruz parroquial presidiendo detrás, en silencio, sin estridencias, acompañando el drama sin cortejos interminables ni masificaciones imposibles que permiten el lujo de ver, comprender y, si se desea, acompañar.

Un orden tal que del primer día, Viernes de Dolores de la antigua liturgia, al último, ya el Domingo de Pascua con la procesión Eucarística, se suceden de forma evangélica, sin repeticiones, alteraciones ni solapamientos. Un orden no modificado sino para completarlo en dos ocasiones en el siglo XX desde que comenzase a gestarse en torno al segundo cuarto del siglo XVI.

Singularidad y riqueza, por qué no decirlo, que permite degustar una clase de la evolución de la imaginería a lo largo de cinco siglos, con tallas tan diversas como las impresionantes traídas de la Flandes española en el siglo XVI o la primera venida de “Indias”, exponentes del mejor barroco canario y peninsular o del neoclasicismo.

La Semana Santa de Santa Cruz de La Palma es un museo vivo. Influencias europeas, americanas y de la Baja Andalucía, que con el arte de la mezcla suave y armoniosa crean un estilo a la palmera, a la forma de esta coqueta pequeña capital que la identifican e individualizan hasta lo inusitado.

Cada día se narra una o varias historias. Cada jornada de la Semana Santa es una puesta en escena donde la participación de los ciudadanos y feligreses, a través de las Cofradías y hermandades, confieren humanidad, credibilidad y espectacularidad en cada paso procesional, formando cortejos que recuerdan, en ocasiones, a cuadros costumbristas.

En cada rincón o cruce se tiene la oportunidad de revivir la historia, la de la Ciudad, y como si de una máquina del tiempo, presenciar escenas únicas que son portadas con equilibrio, de forma suave y en zigzag, porque la orografía del entramado urbano de Santa Cruz de La Palma se caracteriza por sus cuestas, escaleras y pasos, en ocasiones, estrechos.

Cortejos cortos, con horarios vespertinos o nocturnos en su mayoría, que permiten disfrutar y estirar las horas antes de poder conocerlos con todo lo que ofrece la Isla y su capital hasta la hora de la cada salida, aunándose así un cúmulo de experiencias llenas de contrastes.

Una semana como sucesión de experiencias cuyo ritmo irá incrementándose poco a poco hasta el frenesí del Viernes Santo, en el que se sucederán una tras otra, sin solaparse, las diferentes procesiones, permitiendo disfrutar del todo sin obligar a elegir.

La Semana Santa de Santa Cruz de La Palma es, sencillamente, inolvidable. Ven y disfrútala, y una vez vivida, difúndela, porque no defraudará a quien busque lo singular, elegante, desee esa sobria riqueza que ya solo puede contemplarse en tan pocos lugares sin recurrir a libros sobre lo que fue y aquí pervive, íntimo, esperando a ser descubierto.