Aranzazu del Castillo Figueruelo

El café es una bebida que forma parte del día a día de casi todos los españoles. Para muchos, tomarlo es requisito indispensable para poder empezar la jornada con buen pie. En España presumimos de ofrecer buen café, ya sea en su versión más básica y tradicional o en forma de nuevas tendencias que llegan de países vecinos (café vienés, café irlandés, café bombón, carajillo, etc.).

Este sabroso producto ha sido atacado en numerosas ocasiones, atribuyéndosele variados efectos negativos. Sin embargo, consumido con moderación, el café puede aportarnos grandes beneficios. Por citar algunos de ellos, solo a nivel mental, la cafeína, principal componente de esta bebida, contribuye a elevar el estado de ánimo, reducir la fatiga y la sensación de cansancio físico y mejorar la memoria, el nivel de alerta o la capacidad de concentración. Algunos estudios señalan cómo sus poderes antioxidantes pueden protegernos frente ciertas enfermedades (p.ej., enfermedades cardiovasculares, Diabetes Mellitus tipo II o Parkinson), aunque se requieren más estudios que lo analicen.

En Canarias también disfrutamos de esta bebida y, además, tenemos la suerte de poder presumir de haber hecho una interesante aportación a la cultura del café: el barraquito.

El barraquito es la forma de tomar el café por excelencia en la isla de Tenerife, aunque también se consume en otras islas de la misma provincia. Existen varias hipótesis sobre su origen. La mayoría señala a un señor llamado Sebastián Rubio, más conocido por su apodo “el barraco” o “el barraquito”.  Fiel a sus costumbres, este hombre acudía cada día al bar El Imperial, situado en la capital tinerfeña, para pedir su cortado matutino, al que sugería se le añadiera un toque de leche condensada, licor 43, canela y piel de limón. Su asiduidad hizo que los camareros cogieran la costumbre de preparar aquel cocktail cafetero en cuanto lo veían entrar por la puerta, haciendo suya la receta y transmitiéndola a través de las generaciones hosteleras. Su historia refleja cómo pequeños gestos cotidianos que se repiten hasta generar hábitos pueden trascender en el tiempo para convertirse en una costumbre popular. Otros apuntan orígenes ligeramente diferentes: el bar “Los Paragüitas”, en la plaza de España, o la creatividad del camarero Manolo Grijalbo en su cafetería situada frente a la marquesina del puerto de Santa Cruz, punto de intercambio de anécdotas de artistas y estudiosos de la época.

Sea donde fuere, aquel que tuvo la genial idea de añadir color y alegría a su cortado dio en el clavo a mediados del siglo XX. El barraquito no ha pasado de moda, es más, se ha diversificado y ha ampliado horizontes.

 El clásico barraquito se sirve en vaso de tuvo corto y de cristal -como el del vino-, para que pueda apreciarse el contraste de colores -el blanco de la leche, el amarillo del licor y el negro del café. Primero una ligera capa de leche condensada, luego el licor -Licor 43, Tía María o Cachaça-, después el café, seguido de la leche emulsionada -o batida si estamos en casa- y finalmente, coronando tan vistoso brebaje, una ramita de canela (o su versión espolvoreada) y un trocito de piel de limón (sin la parte blanca para no amargar el conjunto).

A partir de la receta completa se pueden encontrar versiones más o menos sofisticadas del producto. El Zaperoco, con un extra de licor, añade intensidad y dulzor al café y se suele servir como un postre en sí mismo. El leche y leche, en cambio, prescinde de las “guindas del pastel”: el licor, la canela y el limón. Es la versión simplificada del barraquito, común entre los jóvenes. En algunos lugares, para potenciar aún más el dulce de este café, rematan su elaboración con un poco de espuma o nata montada. Solo con describirlo se me hace la boca agua…

            Y ahora sí ¿cómo y dónde tomarlo? El café se puede tomar como mero trámite, como un peaje para despejarse y ponerse en marcha para la actividad. Pero también se puede beber con calma, buena compañía y una charla interesante, mientras se presta atención a todos los matices que la hacen una bebida especial, elaborada con cariño y precisión. El dónde es más difícil, puesto que como dije, es común encontrarlo en todos los establecimientos de la isla, pero yo propondré tres sitios que considero especiales:

  • Palmelita, una cafetería situada al borde de la carretera que lleva de Bajamar a la Punta del Hidalgo. Además de un buen barraquito, se puede saborear alguna de sus tartas mientras se deja cultivar por los sonidos del mar de la zona con frecuencia embravecido.
  • Tea & Chocolat, en el Sauzal. Una casita de estilo antiguo llena de habitaciones con gran encanto que favorecen la intimidad para una larga y prometedora conversación.
  • Café Vista Paraíso, en Santa Úrsula, para deleitarse con el entorno privilegiado que conforma el verde valle de la Orotava y las vistas del atardecer. Un paraje mágico para relajarse.
  • Café Época, en La Laguna, un establecimiento de estilo “vintage” donde uno parece retroceder a los años 20 entre libros, piano, música blues y lucecilla tenue. Perfecto para soñar con grandes proyectos y tertulear.