Por Paula Albericio

Cinco años y varios meses han pasado ya desde que Amy Winehouse dejara huérfano al mundo de la música, y es que una voz y una forma de interpretar y entender la música y dar vida a las canciones como la suya son difíciles no sólo de superar, sino de encontrar.

Pero más allá de su icónica figura como artista, su forma de dejar huella en el mundo de la moda, sus discos, la cantidad de premios y reconocimientos que acumuló, estaba una persona, la Amy que no necesitaba de la fama, la que vivió su vida como quiso o como pudo (quizá ambas) y la que plasmaba todo su ser en sus letras, una persona auténtica, una mujer dulce y temperamental, frágil en ocasiones y fuerte en otras, que se mostraba tal y como era, porque para bien o para mal, Amy Winehouse era consciente de sus debilidades, defectos y virtudes, y esa autenticidad la hizo acercarse más a sus fans y que el público encontrara en ella una nueva diva a la que adorar. Y así, sin proponérselo ni quererlo, Amy Winehouse se convirtió en esa estrella a la que admirar, adorar e incluso criticar (ya se sabe cómo somos los seres humanos).

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Quizá el motivo de bautizarla tan pronto como diva fue el hecho de que irrumpiera en el mundo una persona que de verdad triunfaba por su talento sin necesidad de vender su vida, ni de aparecer en ningún reality show. Amy Winehouse alcanzó la fama por derecho propio, el problema es que ella no quería ese divismo, pero cumplía todos los requisitos que el público adora y que recordaba a las grandes divas de antaño. Cierto es que su pelo cardado rememoraba a Brigitte Bardot, su fragilidad y una necesidad inmensa de cariño debida quizá a la separación de sus padres nos hace pensar en cómo Audrey Hepburn confesaba que su vida estaba marcada por la ausencia de la figura paterna. Su forma pasional, dependiente y hasta enfermiza de entender el amor de pareja tiene demasiadas similitudes con las historias protagonizadas por Natalie Wood, Elizabeth Taylor o Marilyn Monroe. Y qué decir de sus excesos, los cuales al final intentó superar, pero que la acabaron consumiendo.

Así que sí, Amy Winehouse cumplía todos los requisitos que el público adora: joven, con un talento inconmensurable, exitosa y rodeada de cierto halo de misterio o de figura inalcanzable, pero a la vez cercana. Y a pesar de todo ello, con los mismos problemas que cualquier ser humano, con la única diferencia de que los suyos por ser Amy Winehouse eran de dominio público.

La historia de Amy Winehouse, que llegó a lo más alto por su propio mérito y por derecho propio, también podría haber sido la de cualquiera ya fuera en los negocios, el cine, el deporte y sin embargo, algo tenía y tiene de especial la suya. Amy Winehouse será recordada siempre por su gran voz, sus letras íntimas y desgarradoras, su sinceridad, pero quizá convendría también recordarla como persona más allá de su estela, pues eso también es parte de su legado.