Texto por Alberto Piernas

Fotografías por Saioa Arellano

Binter inaugura nueva ruta a Madrid, kilómetro cero de España y lugar donde comienzan tantas experiencias como formas de tocar el cielo. Nos adentramos en la ciudad que nunca duerme gracias a iconos como el Palacio Real, umbral de un conjunto de propuestas que abarcan formas infinitas de arte, ocio y restauración.

Madrid es el kilómetro cero de España, pero algo nos hace sospechar que también puede ser el inicio del mundo. Motivos no faltan: la capital es un crisol de influencias culturales, corrientes de vanguardia e iconos históricos como el Palacio Real, lugar donde parecen converger todas las épocas.

Considerado como el complejo palaciego más grande de Europa Occidental, el Palacio Real de Madrid cuenta con más de 135 000 metros cuadrados y hasta 3418 habitaciones que han sido testigos de tantos siglos de glamur y esplendor. Además, es una de las pocas residencias oficiales de un jefe de Estado abiertas al público, con más de dos millones de visitantes anuales.

Este símbolo, ubicado en la calle Bailén, fue construido en el siglo XVIII y no solo supuso el culmen del estilo barroco clasicista, sino que alberga un patrimonio artístico único en el mundo. Entre sus reliquias, encontramos instrumentos musicales como Stradivarius, Palatinos y otras relevantes referencias en pintura, tapicería y esculturas. Tesoros que se reparten entre las diferentes estancias en las que sucumbir a un auténtico viaje en el tiempo.

El Salón del Trono, también conocido como Besamanos del Cuarto del Rey, habla de caprichos de terciopelo, frescos majestuosos y bajorrelieves que datan del reinado de Carlos III. La historia se convierte en hilo conductor a través de otras estancias icónicas como la Real Armería, la más importante de Europa junto con la Imperial de Viena gracias a su colección de armas que datan del siglo XVI. Y podemos bailar con el pasado en el Salón de Columnas, obra magna del arquitecto turinés Giovanni Battista Sacchetti y testigo de tantos banquetes y eventos cortesanos.

Con el sonido de una carroza a lo lejos, ya no sabes si sigues en 2024 o en algún lugar perdido en el pasado. Y asciendes por la escalera principal, con sus leones como testigos, mirando a un cielo que aquí parece más glorioso, tamizado por los caprichos de la historia. Silencio, que en el Salón de Gasparini el rey mantiene una audiencia y el sastre aguarda para proponerle una nueva vestimenta. Hay un brindis en el Comedor de Gala, antiguos cortejos en el Salón de Alabarderos y una Capilla Real donde los feligreses confiesan sus pecados. Candelabros bien a la última, lámparas de araña que susurran y aromas que proceden de una Real Cocina que ha visto tantas historias entre fogones como secretos en sus pasadizos.

Precisamente, son muchos quienes hablan de corredores que conectan el Palacio Real con el resto de la capital. Aunque el acceso esté restringido, algo nos dice que antiguos cortesanos aún encuentran aquí su forma de alcanzar ese Madrid del presente, e incluso del futuro, donde perdernos entre tantos estímulos. Por ejemplo, a través de la gastronomía que late en sus tascas, estrellas Michelin y mercados.

Museos como el Reina Sofía, el Thyssen y el Prado, ángulos de un triángulo del arte que supone tan solo el principio de una travesía a todas las épocas: desde la luz levantina del Museo Sorolla a las exposiciones del Caixa Fórum, el arte está presente en Madrid de tantas formas como colores.

Y transcurre el tiempo, te asomas por una azotea y el atardecer todo lo envuelve. La tierra y el cielo parecen acercarse más que en ningún otro lugar sobre el planeta. El camino al cielo era este. Solo tenías que seguir los pasadizos de la historia.