Por Elena Horrillo. Fotografías por Kipula Studio

Dicen de Vitoria que siempre ha sido un cruce de caminos. En esa encrucijada, la capital del País Vasco toma parte de las diferentes veredas que pretende unir. Tiene un corazón medieval y una personalidad tan innovadora que parece más nórdica que española y está tan convencida de su carácter de senda necesaria en esta España moderna que es una de las ciudades con más carriles bici por habitante. 

Hace ya tiempo que Vitoria decidió que, para adelantarse en el camino que conduce al futuro, no hacía falta desmarcarse de unos ilustres orígenes que aún se dejan entrever adosados a las piedras medievales de su centro histórico. Es allí donde nace, sobre una colina y hace más de 800 años, la que hoy es considerada una de las ciudades más comprometidas con el medio ambiente, no solo de España, sino también de Europa. Tanto que fue una de las primeras en llevarse el premio a la Capital Verde Europea, en 2012.

Pero antes de llegar a eso, conviene regresar a los orígenes, allí donde se encuentra el corazón mismo de la ciudad, que late en las nueve calles de su almendra medieval. Estas vías, cuyos nombres evocan los gremios que las habitaban –zapatería, herrería, cuchillería o pintorería–, esconden bellísimos palacios renacentistas como la Casa del Cordón, el palacio de Montehermoso, el de Villasuso o el de Escoriaza-Esquibel.

Aunque el epicentro de la ciudad se encuentra en la llamada catedral Vieja, germen de la aldea primitiva de Gasteiz e historia en piedra de la localidad. El templo cayó, al igual que la ciudad, en un incendio en 1202 y fue reconstruida, expandiéndose de forma pareja al casco urbano. La nueva catedral de Santa María se levanta con un doble propósito: el religioso pero también el defensivo, como depósito de armas y parte de la muralla. Posteriormente, se fue modificando siguiendo las estéticas de cada época pero sin tener en cuenta los pasos ya recorridos. Hoy en día, un vistazo a sus estratos es un viaje a través de la historia de la ciudad. 

Si este paseo por la memoria abre el apetito, las barras de pintxos son uno de los más emblemáticos atractivos de Vitoria y con una fama bien merecida. No faltan rutas a gusto de cada paladar, que suelen consistir en un pintxo y un pote (una pequeña copa de vino) a un precio de entre uno y dos euros, en función de la creatividad del bocado y la calidad del caldo. 

Para bajar la comida nada como un paseo por la conocida plaza de la Virgen Blanca, protagonista cada año de la bajada del Celedón en las fiestas patronales, deteniéndonos unos instantes ante el monumento a la batalla de Vitoria de 1813, con la que los franceses abandonaron España. La ciudad es la cuna de los naipes más famosos del mundo, los de Fournier, que además cuentan con su propio museo dentro del complejo museístico de Bibat –‘dos en uno’, en euskera–. La otra parte del recinto está formada por un moderno –y ya emblemático– edificio diseñado por Patxi Mangado que, paradójicamente, alberga el Museo de Arqueología. Y si se quiere cerrar el día con arte, nada como una visita al Centro Museo de Arte Vasco Contemporáneo Artium, con más de 3000 obras de nombres como Dalí, Picasso, Miró o Tàpies.

En una segunda jornada toca mirar hacia el futuro y lo mejor es hacer honor al verde vitoriano y hacerlo en bicicleta para combinar dos hechos que muestran la dirección que ha elegido la ciudad: es una de las localidades con más carriles bici por habitante y con mayor superficie de espacios verdes por persona. Aquí destaca el Anillo Verde, una red de espacios y parques que rodea la ciudad para facilitar el desplazamiento a la naturaleza que la envuelve. Entre los parques urbanos destacan el de La Florida, el de San Martín y el de Arriaga. Y más allá, son imprescindibles las más de 200 hectáreas de los humedales de Salburua y su impresionante mirador, quién sabe si al futuro, en el Centro de Interpretación Ataria.