Por Rosario Sanz Vaquero.

Nació en Santa Cruz de Tenerife y a sus casi 94 años es un referente de lucidez, entrega y perseverancia. Los majoreros confían en él y siguen acudiendo a su consulta a diario. Desembarcó en Fuerteventura en 1953, ya doctorado en Medicina. El peculiar encanto de la Isla y sus gentes obró el milagro: el doctor Arístides Hernández Morán, “don Arístides” para todos, se quedó en Puerto del Rosario para siempre.

Arístides Hernández estudió el Bachillerato en La Laguna y para comenzar la carrera de Medicina tuvo que desplazarse a Cádiz, en cuya universidad consiguió el doctorado. Por aquel entonces, la travesía entre la Península y las Canarias duraba un mínimo de tres días, y a veces se debía repostar combustible en Casablanca. Estos avatares los recuerda con agrado “porque éramos jóvenes y porque al ser todavía territorio francés acudíamos a fiestas”.

Llegar a Fuerteventura fue otra historia, porque la Isla tenía muchísimas carencias. Le pidieron que se quedara y acabó aceptando, no sin antes renunciar a la plaza de dermatólogo de la Seguridad Social que había obtenido por oposición en Santa Cruz de Tenerife.

Arístides Hernández es especialista en Dermatología, Medicina Interna y Medicina Familiar y Comunitaria. Diplomado también en Medicina Geriátrica, entre sus múltiples galardones se encuentran la Medalla de Oro del Gobierno de Canarias y la de Cruz Roja Española. Es también hijo adoptivo de Fuerteventura y de Puerto del Rosario, donde una calle y un centro de salud llevan su nombre.

 

 

-¿Cómo se le ocurrió hacerse médico?

De un modo natural: porque me gustaba y porque algunos de mis familiares lo eran.

-¿Se arrepiente de aquella decisión?

Para nada. Fuerteventura me lo ha dado todo. Aquí me casé y ahora que mi esposa África ha fallecido y no tengo hijos, el cariño de los majoreros me compensa con creces.

-¿Qué recuerda de aquellos años?

Una gran penuria. Hasta me tuve que comprar una moto porque había lugares a los que era imposible acceder en coche. Éramos solo tres médicos para toda la Isla y hacíamos lo que podíamos, pero la satisfacción de ayudar te hacía olvidar las dificultades.

-¿Echa algo de menos?

Que éramos todos como una familia. En mi casa siempre estaba la puerta abierta y a veces entraban a media noche para requerir mis servicios. Eso hoy es inimaginable…

-¿Cuál es para usted la enfermedad más terrible, después de toda su experiencia profesional?

Sin duda alguna, el cáncer.

-¿Puede darnos algunos consejos para preservar la salud?

No me canso de alabar las propiedades benéficas del agua fría, en la ducha, en la piscina o en el mar. Hay que evitar el tabaco y el alcohol, dormir bien y comer moderadamente. También hacer ejercicio y estar muy entretenido.

-¿Cómo es su vida diaria?

Practico lo que aconsejo. Nado un rato por la mañana, no bebo, no fumo y como verdura, pescado, marisco y carne de ave. También camino y atiendo a mis pacientes en la consulta. Mi edad ya no me permite grandes cosas…

-Su trayectoria académica y profesional es muy extensa y resultan interminables los reconocimientos que ha recibido. El año pasado la emisora Onda Fuerteventura le nombró “Majorero del año”. ¿Cómo lo vivió?

Muy bien (se ríe), la verdad es que me han premiado mucho, aunque no sé si lo merezco.

-¿Qué le queda por hacer?

Conseguir que en la Isla se haga un hospital geriátrico y, sobre todo, ayudar, siempre ayudar.