Por Juan José Ramos Melo

@JuanjoRamosEco

En medio de uno de los desiertos más extremos del planeta, en el norte de Mauritania, se encuentra la región del Adrar, un amplio territorio dominado por la arenas y los grandes pedregales. A pesar de su aridez, en las zonas más recónditas –refugiadas del viento y de la radiación del sol– aparecen pequeños núcleos de vida, pequeños oasis, que sorprendentemente albergan exclusivas especies de flora y fauna. La presencia de agua es su gran secreto: pequeños charcos o cauces hacen que cada año sean visitados por los viajeros del desierto, camelleros desesperados, aves migratorias o insectos divagantes que llegan hasta aquí deseosos de saciar su sed.

 

 

El Adrar, que en bereber significa ‘montaña’, está formado por una amplia planicie rocosa, cañones y estrechos barrancos, grandes dunas y pedregales gigantescos. Este lugar dominado por el desierto esconde rincones donde el agua subterránea aflora discretamente, formando pequeños reductos de vida en medio de la aridez extrema. Es en estos lugares donde se han formado los oasis del desierto.

Los oasis han sido desde siempre sitios muy protegidos y valorados por los moradores de las arenas; su ubicación y la forma de llegar a ellos se trasmitía de padres a hijos dentro del propio clan. Estos espacios garantizan la obtención de agua, vegetación y en muchas ocasiones tierras fértiles donde poder cultivar durante cortas temporadas.

La presencia de agua facilita la aparición de densos palmerales de palmeras datileras, arbustos leñosos y plantas rupícolas que cuelgan de las paredes más abruptas, algunas de ellas especies exclusivas de este rincón del Sáhara. Durante la noche los charcos son invadidos por ranas y sapos, y sobrevolados por murciélagos devoradores de mosquitos y mariposas nocturnas.

Los oasis albergan infinidad de formas de vida, aunque tal vez las más llamativas son las aves, por sus cantos y costumbres. Multitud de tórtolas senegalesas, bulbules naranjeros, alzacolas, escribanos saharianos, collalbas y gorriones canturrean y vuelan de un lado a otro.

 

 

Cada año, en los periodos de paso migratorio de la primavera y el otoño, miles de aves llegan hasta el Adrar en busca de refugio, alimento y descanso durante sus largos viajes entre el continente europeo y el África tropical o viceversa. Mosquiteros musicales, papamoscas grises y cerrojillos, carriceros comunes, ruiseñores y una multitud de pájaros de todos los tamaños y colores pueden ser vistos y fotografiados con facilidad en estos paradisiacos oasis.

Los charcos bajo las palmeras albergan una rica diversidad de invertebrados acuáticos adaptados a las condiciones del lugar: en sus aguas se mueven libélulas y sus larvas, escarabajos buceadores y larvas de mosquitos. En las zonas más profundas, sorprendentemente, sobreviven algunas especies de peces continentales de pequeño tamaño. Auténticos supervivientes, adaptados a la escasez de recursos, capaces de poner sus huevos en el fango y permanecer latentes durante mucho tiempo. Ellos son testigos de un pasado mucho más fértil, en el que el desierto del Sáhara era una sabana surcada por ríos caudalosos.

Ese pasado fértil, además, ha quedado marcado en las rocas del lugar no solo por la erosión del agua, sino por multitud de pinturas rupestres que se localizan en la región, pinturas y grabados neolíticos que muestran jirafas, leones, búfalos y gacelas, entre otras especies de fauna, así como escenas de caza en las que se intuye a hombres portando lanzas y palos.

El principal núcleo de población de la región es Atar, a unas ocho horas por carretera de Nouakchott. En su entorno existen importantes afloramientos de aguas subterráneas que albergan bellos y frondosos oasis, aunque la ciudad es mucho más conocida por poseer el único aeropuerto del interior del país y por haber sido comienzo y final de etapa del famoso rally París-Dakar.

Al norte de la región se encuentra la mítica ciudad de Chinguetti, una medina medieval que ha cambiado muy poco con el paso del tiempo. Sus callejuelas esconden algunas de las bibliotecas más antiguas del mundo. Durante más de mil años las familias pudientes de Chinguetti atesoraron en sus bibliotecas un conocimiento único, libros comprados por su peso en oro, escritos en piel de gacela, papiros del Nilo o papeles traídos a través de la ruta de la Seda desde la lejana China. Libros escritos en La Meca, Medina, Tombuctú, Walata o incluso entre las paredes de las mansiones de la medina de la vieja Chinguetti. Hoy tan solo sobreviven unas pocas bibliotecas, seis de ellas visitables, que muestran una parte de lo que fueron. Las termitas, el desierto, el abandono y en ocasiones la lluvia se han encargado de destruir algunas de estas joyas irrepetibles. Durante los años sesenta del pasado siglo XX fueron catalogados unos 20 000 manuscritos; hoy, tras la sequía y la hambruna de los años ochenta, tan solo sobreviven en torno a 6000 de estas joyas.

 

 

Visitar la región es relativamente fácil, muchas agencias de viajes y guías profesionales con sede en Nouakchott o Atar ofrecen itinerarios de varios días en todoterreno a precios muy asequibles. La mejor época para viajar a descubrir los oasis del Adrar y su entorno es de noviembre a abril, cuando las temperaturas son algo más suaves y la presencia de viento y calima es menor. Existen varios hoteles y restaurantes en Chinguetti y Atar. Además, en muchos oasis podrás encontrar campings y albergues para viajeros, algunos de ellos muy elementales.

El Adrar no suele formar parte de los típicos destinos de safaris africanos, pero encierra bellos lugares escasamente alterados por el turismo de masas, rincones solo aptos para los viajeros más intrépidos.