Por Verónica Martín

Ilustración por Ilustre Mario

La alimentación humana pasa por modas, estudios que van y vienen y consejos que, en muchas ocasiones, se contradicen. Sin embargo, todas las investigaciones científicas y los expertos llevan años coincidiendo en poner en la lista negra de los alimentos los productos procesados. Especialmente aquellos que contienen azúcar y los que están elaborados con aceite de palma. El principal problema es que ambos ingredientes están… literalmente: hasta en la sopa.

A veces no nos detenemos a leer las etiquetas de los alimentos que compramos. Recordando la frase hecha de ‘Está hasta en la sopa’… me detuve a comprobar que, efectivamente, los dos ingredientes que la ciencia ha declarado como de los más perjudiciales para nuestra salud: el azúcar y el aceite de palma están “hasta en la sopa”. Estos que les reproduzco son los ingredientes de una de esas, aparentemente, sanas e inocuas sopas de sobre que les preparamos a nuestros hijos cuando el tiempo y las ganas no acompañan. “Ingredientes: Harina de trigo, sal almidón de maíz, azúcar, glutamato monosódico, aceite de palma parcialmente hidrogenado,  menos del 2% de cebolla en polvo, pollo deshidratado, etc”. Es evidente que, por muy negativo que puedan ser estos elementos, consumir una sopa de sobre no nos va a llevar a enfermar, estemos tranquilos, pero el problema está en que estos elementos están disfrazados en gran parte de los alimentos procesados que consumimos.

Los expertos aseguran que por cada litro de aceite de oliva que consume un español, ingiere unos 8 litros de aceite de palma, presentes en casi todo: desde barritas energéticas hasta en algunas cápsulas de café.

La industria alimenticia ha acogido este aceite en sus procesos debido a que es muy económico y muy maleable, por ello  está tan extendido su uso.

Lucía Corominas, farmacéutica y nutricionista, explica que “el aceite de palma tiene los tres tipos de grasas que completan un producto graso: una grasa saturada, una grasa monoinsaturada y una grasa poliinsaturada. Este aceite se caracteriza por tener un 44% del total de grasas saturadas, que son las consideradas las más negativas para la salud humana”, remarca la nutricionista.

Las grasas han dejado de estar denostadas en las dietas y se han convertido en un ingrediente esencial. El consenso científico y los estudios han llevado a la conclusión publicada por la FAO, la agencia de las Naciones Unidas que estudia la alimentación, de que tanto las grasas como los ácidos grasos deben considerarse nutrientes clave que afectan con el tiempo al crecimiento, el desarrollo inicial y las enfermedades crónicas nutricionales. Sin embargo, este consenso también está en lo negativo de llegar a lo perjudicial de las grasas trans (como la del aceite de palma).

La situación no ha pasado desapercibida para la administración ya que, desde el año 2014, la Unión Europea obliga a todos los productos a indicar claramente si lleva este aceite. Antes de esa fecha el aceite de palma se escondía en las etiquetas bajo una denominación más general como contiene aceites vegetales. Cuando uno lee una etiqueta de alimentación debe saber que los ingredientes van ordenados de mayor a menor cantidad en el alimento, así que si aparece el aceite de palma entre los tres primeros elementos significa que se encuentra en una cantidad importante en el producto.

Recordemos que desde 2014 debe ponerse claramente el aceite exacto que contiene. Eso sí, cada vez más hay trucos pues también los fabricantes pueden disimular su uso poniendo que contiene ácido palmítico o su componente originario Elaeis guineensis.

Ante esto, la nutricionista Lucía Corominas insiste: “hay que saber leer bien las etiquetas”. Donde no nos equivocaremos es si acudimos a una alimentación más sana disminuyendo los procesados.

El problema del aceite de palma no está solo en su composición inicial sino en que para trabajar con él, el proceso industrial requiere muy altas temperaturas y eso es lo que, precisamente, lo vuelve cancerígeno. “Es un aceite de origen rojo y la industria para eliminar ese color lo caliente a muy altas temperaturas”, explica Corominas. “Los procesos de calentamiento lo hacen para quitar el color y que el sabor sea más agradable”, remarca la experta.