Aranzazu del Castillo Figueruelo

Nuestra cultura occidental es fundamentalmente individualista. La persona es el centro y su independencia y autosuficiencia los estándares a los que se supone que todos deberíamos llegar más pronto que tarde. De la mano de estos van otros motivos importantes en nuestra sociedad: el éxito y la competitividad. Todo este contexto en el que nos ha tocado vivir nos conduce casi de manera automática a una día a día ajetreado de rutinarias y exigentes tareas.

Además de trabajo sigue habiendo, por suerte, otras cosas importantes y altamente valoradas por las personas: las amistades, la pareja y la familia, ámbitos más conectados con nuestra naturaleza social, pero que en ocasiones quedan relegados por motivos más individualistas.

Los fines de semana y los periodos vacacionales constituyen -para algunos- un verdadero stop en esa carrera sin fondo hacia el éxito profesional. En ellos encuentran el espacio -físico y temporal- para dedicarse a esto otro que también les importa: las relaciones. Durante la semana, haciendo carambolas, a veces sacamos tiempo para conectar con las personas a las que queremos o que nos importan. Sin embargo, no todos saben desconectar de su trabajo. Para muchos los encuentros con amigos, pareja o familia terminan convirtiéndose en una prolongación de la jornada laboral, aunque solo sea en forma de queja, preocupaciones o búsqueda de consejo.

Todo esto contribuye a que se espere con verdadera ilusión el fin de semana y, más aún, el puente o las vacaciones. Las personas piensan que, en un estado de mayor relajación, serán capaces de dejar atrás las preocupaciones asociadas al trabajo y de disfrutar con la persona querida del tiempo y de las experiencias que les esperan en el destino elegido.

¿Qué ocurre una vez llegan allí?

No siempre se logra esta desconexión. A veces, los efectos del estrés prolongado no se hacen visibles hasta que las personas no bajan la guardia, esto es, cuando termina el periodo crítico de demanda o cuando se toman un respiro. Es entonces cuando aparecen síntomas físicos (agotamiento, dolor de cabeza, de barriga, insomnio, etc.), emocionales (ansiedad, tristeza, enfado, etc.) y cognitivos (pensamientos negativos sobre sí mismos, el futuro, etc.). Con esto a la vista, no será fácil evadir el tema del trabajo, pues es evidente que saldrá a colación como causante de todos los problemas. Y mientras tanto, nuestro acompañante será el receptor de todo este malestar, que poco podrá hacer más que escucharnos y apoyarnos emocionalmente.

Por otro lado, durante la semana, cada uno de los miembros de la pareja o de la familia hace su vida por separado. Coinciden puntualmente en momentos de relajación como las comidas, la hora del café, etc. En cambio, cuando vamos de vacaciones con ellos la cosa cambia, y lo hará en mayor o menor medida dependiendo del tipo de viaje. Pasamos 24 horas del día con ellos y…¡¡no estamos acostumbrados!! Al principio puede ser gratificante, pero después de unos días lo frecuente es que afloren los conflictos. Estos no tienen por qué ser negativos en sí mismos, pues las discrepancias entre las personas son naturales. No evidencian incompatibilidades insuperables, ni deben llevar a decisiones drásticas como romper una relación. Si hasta ahora no han aparecido probablemente se debe a que no se han dado las circunstancias -en tiempo, espacio y variedad de situaciones- para conocer a la otra persona. Por tanto, hay que tomarlo como una oportunidad para conocer al otro, para descubrir cómo piensa, cuáles son sus valores, sus formas de afrontar los problemas, sus miedos, sus carencias, sus metas, etc. Al final del viaje habremos profundizado y avanzado en la relación o, por el contrario, habremos llegado a la conclusión de que debemos replantearnos algunos aspectos de la misma.

Teniendo todo esto en mente, ¿qué actitud y qué medidas preventivas podemos adoptar para prevenir los conflictos durante los días de vacaciones?

  1. Rebajar expectativas. No siempre estamos contentos con cómo se comporta nuestra pareja, familia o amigo/a. Como es natural, a veces nos decepcionan igual que a veces nosotros lo hacemos a ellos. Las vacaciones no son el mejor momento para ponerse crítico y presionar y exigir cambios a tus acompañantes. Lo mejor es dejar de lado estas expectativas y adoptar una actitud de aceptación. Estarás más relajado y el ambiente será más agradable en general.
  2. Flexibilidad. La planificación de un viaje es una parte importante del mismo y si se hace de manera cooperativa y divertida puede ser gratificante en sí mismo. Disfruta de este proceso previo y, una vez allí, procura mantener una actitud flexible, comprendiendo que lo que se organiza no tiene que ser necesariamente lo que finalmente se haga. Recuerda: las cosas no siempre tienen que ser como tú crees que son, como tú insistes que sean o como hasta ahora han sido (las tradiciones pueden cambiar).
  3. Evitar lecturas y fomentar la comunicación clara. Cuidado a la hora de asumir lo que el otro piensa o leer su mente, de hacer generalizaciones (siempre, nunca, nada, todo…) o de ponerse pejiguero rechazando cada una de las propuestas que hace el otro (sí, pero…). En lugar de ello, trata de fomentar una comunicación clara y directa, que dé lugar a pocas interpretaciones.
  4. Espacio para cada uno. Aunque se aprovechen esos días de desconexión para tener momentos juntos es importante también que se respeten los espacios de intimidad con uno mismo que, además, servirán para enriquecer los primeros.