Por Francisco Belín

Ser o no ser… esa es la cuestión. Dilema que se desprende del soliloquio de la obra de William Shakespeare, Hamlet, escrita alrededor de 1600 y que quizá venga al pelo para particularizar la senda de un sector que ha avanzado con fuerza en los últimos años pero que también se debate entre las complicaciones propias de una actividad económica sujeta al sector primario y a los avatares cambiantes del mercado.

Por San Andrés, el mosto, vino es, reza el refranero popular. Con similar detalle mágico a la festividad de San Juan, el día 30 de octubre abren las bodegas y estrenan el vino nuevo. Huele a castañas asadas y se intuye tradición y recuerdos en cada vaso, en cada brindis.

En esas estamos por casa y, al tiempo, cuando se menciona el vino canario. Propios y foráneos, por lo general se deshacen en las alabanzas: la sorpresa ante esa especie de exotismo que barniza al producto en general de esta tierra archipielágica.

Sin embargo, en toda esa euforia a la hora de adjetivar se advierte el desconocimiento más absoluto, la repetición majadera de tópicos que han terminado por aburrirse a sí mismos. Por eso ni tanto ni tan poco.

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El vino canario llama la atención, cierto, pero somos los canarios los que estamos llamados a mirar y penetrar más en nuestras raíces, en nuestra particularidad a través del fruto de la vid y tipos maravillosos de elaboraciones; saber de sorribas, de esfuerzos, de investigación de varietales, de sentimientos invertidos en el terruño…

Es verdad que once denominaciones de origen (once) fragmentan lo que ya de por sí fragmenta el mar orográficamente, que no en objetivos similares de productores de una región que ha escalado en calidades y vinificaciones únicas en el mundo. Intereses son intereses y generan tensiones entre los actores en un panorama en el que  planea el revés de una campaña horrible de la última vendimia.

No es misión de esta panorámica escrita analizar tales divisiones y sí, por el contrario, ver el vaso medio lleno (en este caso de vino, que no de agua).

El ser o no ser del autor universal Shakespeare viene a colación de algunas cuestiones que se hace Alberto González, enólogo gomero de las Bodegas Rubicón de Lanzarote (que distribuye Bodegas Torres), y que se formula preguntas: “¿Hasta cuándo puede dar una uva su máxima expresión?, ¿lograré el enclave ideal?, ¿estamos equivocados en algunos planteamientos?”.

Es un espectáculo escuchar a este experto que persigue la excelencia con una filosofía muy pasional y perseverante, proporcionando todo lo necesario para que la viña esté feliz, con condiciones de sombra, viento y fertilidad del suelo que aporte vigor expresivo a la malvasía volcánica.

Esta pasión no es baladí y es extensible a un buen grupo de bodegueros y enólogos canarios que no se conforman con cubrir los estándares tal cual y sí remontar las pruebas de fuego que se marcan y exigen los consumidores. Este espíritu de superación se deja entrever en un crisol volcánico en el que impera una atomización en la que ya se consolidan bodegas profesionalizadas.

Vanessa Santana, gerente de la DOP Gran Canaria explica algunas de las claves del inusitado avance vitícola de la Isla como ha sido la de perseguir “elaboraciones actuales, frescos, honestos”, que se desmarcaran de aquella fama de “vinos peleones”.

Santana considera  que la entrada de profesionales al sector, tanto enólogos como viticultores comprometidos y en formación continua, han afianzado un cambio generacional que aprovecha la  riqueza de microclimas, el hecho de una vendimia que es la más larga de Europa. Asimismo, con la línea argumental de variedades autóctonas, Santana confía en “una búsqueda continua de los embajadores de lo nuestro”.

Vinos únicos por donde miremos, efectivamente. Ese camino lo ha hollado la bodega Viñátigo (La Guancha, DOP Islas Canarias) desde hace 26 años. El bodeguero, enólogo e investigador Juan Jesús Méndez  basa su empeño en la recuperación de métodos de elaboración de antaño como los Ancestrales, que certifica el relevo de una tradición vitivinícola de varias generaciones.

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“Hemos sido pioneros en la apuesta por lo nuestro –afirma-, liderando la recuperación de variedades autóctonas y con un máximo respeto al terroir, practicando una viticultura sostenible respetuosa con el medio ambiente. Un ideario muy presente en las bodegas adscritas a la DOP Islas Canarias.

Nuria España, una de las sumilleres españolas de nueva generación y actualmente en alza, quedó prendada de los vinos tinerfeños en su reciente visita a la Isla para competir en el III Certamen Nacional de Gastronomía, dentro del Congreso Culinaria Tenerife celebrado en Adeje.

En una recepción a periodistas especializados y chefs organizada por la consejería de Agricultura del Cabildo de Tenerife, la profesional de sala que a la postre se llevó en oro, elogió referencias de Altos de Trevejos (San Miguel de Abona) y de sus Mountains Wines, elaboraciones de viñas situadas a 1.400 metros sobre el nivel del mar. Lo dice todo, al igual que los blancos premium del proyecto ENOMAC, punta de lanza de excelencia bajo la supervisión del enólogo Pepe Hidalgo.

Las cinco denominaciones de origen tinerfeñas, al igual que la de Lanzarote “son locomotoras en el avance de la viticultura canaria”, afirma Alberto González que, como gomero, desearía un “cambio de ritmo” para el vino de la Isla Colombina, en la que la uva forastera es el símbolo.

Demos un salto a La Palma. El crítico gastronómico Xavier Agulló (7canibales, El Mundo,…) felicitó a viva voz el maridaje de un Llanos Negros (marca de la Bodega Llanovid además de la de Teneguía) con una secuencia gastronómica del chef Juan Carlos Padrón (El Rincón de Juan Carlos, Los Gigantes, una estrella Michelin).

Carlos Lozano, enólogo de Bodegas Teneguía, aprovecha el tirón que están teniendo los vinos de parcela para rescatar el estilo de los vinos canarios de hace medio siglo.