Texto: Galo Martín

El mundo en el que parece vivir Juan José Millás es tan ficticio como verosímil. Una dimensión en la que lo raro es lo normal y la paradoja una fuente de risas. Incluso antes de que le operasen de cataratas él ya veía las prótesis mentales que nos inventamos para suplir las carencias que tenemos. El escritor y periodista recibe a la revista NT en la buhardilla de su casa repleta de delirios o como las llaman los que están en el lado del espejo de la realidad, novelas. 

¿Qué son más los libros, sustancias estupefacientes o un botiquín de primeros auxilios?

En los botiquines de primeros auxilios, en general, hay sustancias estupefacientes también. De manera que los libros son una mezcla de las dos cosas. Los libros te aíslan de la realidad como un buen estupefaciente, te ensimisman y también tienen algo de terapéutico. En la medida en que te aíslan te defienden de la realidad y te ayudan a delirar.

Una novela, en cierto modo, es un es un delirio. La Divina Comedia, Madame Bovary, los libros de Dostoievski, son un delirio.

¿Cómo encara sus novelas?

Una novela se sabe cuándo empieza, pero no cuando termina. Estás como a cubierto de todo. Es como si tuvieras en la ciudad un apartamento secreto de cuya existencia solamente sabes tú, nadie tiene noticias de ese apartamento, y tú durante unas horas al día te encierras en ese apartamento que es la novela. Cuando acabas la novela sales de ese apartamento, cierras y tiras la llave y te quedas a la intemperie hasta que empiezas otra.

Lector de Kafka, ¿sigue sin haber estado en Praga? ¿Cuál es la razón por la que no ha ido a visitarla?

Solo he estado en su aeropuerto haciendo una escala, pero sé que hay un turismo en torno a Kafka muy intenso. Cuando me imagino a la gente saliendo de la casa en la que vivió con camisetas con estampados con su nombre pienso en el pobre Kafka, quien odiaba Praga y su vida en ella, por cierto. Su sueño era irse a Berlín. Ciudad en la que hubo una gran crisis económica a su llegada que hizo que el dinero que había ahorrado Kafka perdiese su valor. Jamás comprendió el significado de la palabra devaluación. Para él fue como un suceso religioso.

He tenido una relación ambivalente con Praga. Por un lado de ir, pero por otro de no ir porque pienso que si Kafka la odiaba qué voy a hacer yo allí. No he ido, pero he escrito una novela que lleva por título Dos mujeres en Praga. A Rusia tampoco he viajado. Es un país que tampoco me ha llamado mucho la atención, pese a que he leído mucha literatura rusa.

¿Qué lee?

Yo empecé a leer literatura rusa, de casualidad. Yo he sido un lector muy desordenado, aunque puedo ordenarte mis literaturas favoritas: la rusa y francesa del siglo XIX, las europeas del primer tercio de siglo XX, la norteamericana, que es tan joven, desde Mark Twain hasta nuestros días.

Estas literaturas llegaron a mí de forma desordenada, por una serie de circunstancias extrañas. Una de esas circunstancias fue porque mis padres tenían una cuenta de estas que había antes en la librería Aguilar en la calle Serrano. En Navidades con esa cuenta compraban regalos.  A mi padre le gustaba regalar biblias.

Mis padres se olvidaron de dicha cuenta, se fue acumulando cierto capital y de adolescente, al percatarme de su existencia la empecé a usar. Me fui a la librería que había y fui cogiendo libros,  pero un poco al azar, no tenía ni nadie que me guiara.

Si le digo que su literatura me recuerda a la de Haruki Murakami, ¿qué le parece?

Siempre intento partir de situaciones convencionales, pero en las que de repente aparece lo extraño. Y eso es algo que gusta mucho al lector porque tiene sentimiento de que lo extraño está incrustado en lo normal. De hecho, lo normal es muy raro. Esa mezcla ha funcionado desde el cuento de la tradición oral. En La Cenicienta, por ejemplo, unos ratones se convierten en unos corceles que tiran de una calabaza que se transforma en carroza. Y esto no nos extraña porque hay un pacto entre el lector y el escritor en que eso es posible.

Lo único es que lo tienes que hacer verosímil. Introducir lo maravilloso, lo extraño, lo extraordinario en las vidas ordinarias es la habilidad del escritor. Yo creo que las vidas ordinarias son muy extraordinarias, pero no somos capaces de verlo. Parte de la función del escritor es traspasar esa barrera, pasar al otro lado del espejo.

¿Su sentido del humor es consciente o inconsciente?

Yo suelo decir que es un efecto colateral. No lo busco. Cuando yo empecé a escribir había gente que me decía que se reía con mis libros y a mí me extrañaba porque pensaba que lo que había escrito era algo muy terrible. Al decírmelo mucha gente empecé a estudiar el por qué. Me di cuenta de que se debía fundamentalmente al manejo que hago yo de la paradoja y el pensamiento paradójico. Este pensamiento induce a la explosión de risa porque muestra lo contradictorios que somos. Nos gusta ver nuestras contradicciones en el otro, en el personaje de una novela o de una película. Nos gusta cuando eso está bien planteado porque nos reconocemos a nosotros mismos. No hay ser más contradictorio que ser humano.

Los otros seres de la naturaleza no son contradictorios, son todos previsibles, se mueven de acuerdo a unas pautas, de acuerdo a unos patrones. Los seres humanos tenemos un grado de impredecibilidad enorme y eso implica que tenemos contradicciones brutales. Nos gustan cosas que nos hacen daño, por ejemplo. A ningún perro le gusta una cosa que le hace daño. En la naturaleza no hay sadomasoquismo. El Sadomasoquismo es un invento.

Tiene que ver con eso que llamamos conciencia o consciencia, que es una rareza brutal. Si lo pensamos en el mundo hay y ha habido millones de especies de animales y a ninguna le ha tocado esto de la conciencia de sí mismo. Ningún animal en la naturaleza sabe que se va a morir. Esta rareza tan brutal produce también situaciones muy extrañas.

Se nota que lee mucho, ¿viaja tanto?

Tengo grandes vacíos en mis viajes que ya no rellenaré, ya me da mucha pereza viajar. Aparte de que de que nunca me gustó viajar. Siempre me ha dado miedo viajar, miedo a perderme, miedo a no saber regresar a mí mismo. Pulgarcito y los hermanos Hansel y Gretel son cuentos que me han marcado mucho. He sido un viajero, un poco, a la fuerza.

A mí me sorprende cuando veo concursos de la televisión que todo el mundo responde lo mismo a la pregunta ¿Qué va a hacer con el dinero que ha ganado? Viajar. Además, casi todo el mundo quiere viajar a sitios como Tailandia y Vietnam. Yo no puedo entender esa pasión por el viaje.

Me acuerdo un día que estaba cortándome pelo en una peluquería con cuya peluquera tenía mucha confianza. Era septiembre y acababa de llegar de Punta Cana. Le pregunté qué tal por allí y me contó que había estado en un resort, con una pulsera, en la playa y poco más. Le pregunté  que si hubiera estado siete u ocho horas dando vueltas en el avión y hubieran aterrizado en Benidorm, sin que se lo hubieran dicho, si habría variado algo y me dijo que no. Algo parecido me pasó a mí en Jamaica cuando trabajaba en Iberia y estuve en un viaje de prensa con varios periodistas en un resort.

¿Dónde ha hablado más, en el diván de una psicoanalista o en el asiento de un avión en un vuelo a cualquier destino lejano?

Antes era inevitable trabar conversación con el compañero de asiento, no había otra cosa que hacer. Ahora hay tantos entretenimientos que después de 12 horas de vuelo no sabes nada de la persona que ha estado a tu lado durante todo ese tiempo. Era muy enriquecedor escuchar lo que me contaban esas personas que se sentaban a mi lado en los aviones. Lo que más me sorprendía era que todos teníamos una versión de nuestra vida para contar. Yo notaba que me estaba contando a que se dedicaba y pensaba, “Joder, qué bien preparado lo tiene. Se lo ha contado así mismo varias veces. Seguro que tiene la versión transatlántico y puente aéreo Madrid-Barcelona. Versiones que se pueden ir ajustando en función de lo que funciona y no”. Ahora dices, “Buenos días.” y parece que molestas. Todo el mundo tiene un relato de sí mismo, pero ahora no tiene oportunidad de soltarlo.

¿Qué tienen en común el yo de una persona de 20 años con el yo de la misma persona con 70 años?

Yo diría que cambia el epiyo, lo que está alrededor del yo. Uno de los grandes misterios de la vida es cómo el yo se conserva a lo largo del tiempo pese a los cambios físicos que experimentamos. Físicamente renovamos nuestras células cada cierto tiempo, es decir, este cuerpo no tiene nada que ver con el de hace 5, 10 o 15 años. Y sin embargo, el yo se va transmitiendo como si fuera en una carrera de relevos. Es un misterio.

El núcleo del yo no cambia, todo lo que hay alrededor la experiencia sí que lo va modificando. Uno se va haciendo más sabio o más necio, más listo más tonto. El núcleo, el tuétano, yo creo que se forma en un época muy remota y no cambia.

Si pudiera hablar con su yo de niño de Madrid, ¿qué le diría?

No podemos modificar lo vivido, pero sí podemos modificar la relación que tenemos con lo que hemos vivido. Que es fundamentalmente una de las cosas que se hacen en el psicoanálisis. Tú no puedes cambiar los hechos, pero sí puedes cambiar la relación que tienes con ellos. Mi novela El mundo trata de eso. De cómo yo fui modificando mi relación con unos hechos que fueron muy traumáticos.

¿Dónde se mueve mejor, en la realidad, en la imaginación o en la frontera entre ambos?

Me muevo mejor en la ficción, lo que pasa es que he adquirido las herramientas imprescindibles para manejarme en la realidad. Afortunadamente he conseguido un estatus que me permite no tener que salir a trabajar como en otra época, escribo en mi casa. De esta manera los contactos con la realidad prácticamente los elijo yo. Eso es muy cómodo.  Aunque la realidad se mete. Es impresionante la capacidad que tiene la realidad de introducirse en la cabeza de uno, ¿cómo es posible que sepa de fútbol si a mí no me te interesa?

¿Me puede decir algo real pero que le parezca irreal y al revés algo irreal que sea real?

La realidad es una ficción. Quiero decir que, generalmente, pensamos en la realidad como en algo dado e inmutable. Y es una idea falsa respecto a la realidad. La realidad es el discurso que hacemos sobre la realidad. Y el discurso que hacemos sobre la realidad es una ficción, es un cuento. Nos contamos ese cuento y vivimos dentro de ese cuento. Otra cosa es que a ti te guste más o menos esa ficción. Yo creo que es una ficción llena de defectos. Y a mí no me gusta, es una ficción en la que no tengo más remedio que vivir porque me ha tocado vivir. Hay gente que les ha tocado vivir en ficciones peores. Me defiendo de ella con mis historias. Cuando se dice, “No, lo importante no es lo que ha sucedido, sino cómo lo percibas.” Es decir, el relato qué hagas de eso. Por eso causó tanta impresión cuando se descubrió el mundo subatómico y se vio que las partículas elementales ahí actúan de un modo que no tiene nada que ver con el modo en que actúa la realidad física en el mundo macroscópico.

¿Puede explicar en que se parece un padre ausente a una prótesis?

Generalmente cuando hablamos de prótesis la gente siempre piensa en prótesis físicas. Una pierna protésica, un brazo protésico, pero no piensan en las prótesis mentales. Del mismo modo que hemos inventado brazos de titanio para sustituir a los de verdad cuando están amputados, hemos inventado prótesis mentales para suprimir carencias que tenemos. Hay veces que alguien que ha tenido un padre ausente se ha creado una prótesis de padre. Eso es lo que yo llamo una prótesis mental. Tan reales como las de un brazo y/o una pierna de titanio y/o madera. No se puede tocar, pero actúa con esa potencia. Estamos llenos de prótesis mentales que tapan carencias. Una de las más conocidas es la que llamamos “amigo invisible”. Si se pudieran mostrar las prótesis mentales en un escaparate nos quedaríamos sorprendidos de la cantidad que hay.

¿La locura es una manera de gestionar el dolor y el sufrimiento en un momento dado?

Se suele decir que el delirio es una búsqueda y por eso muchos expertos en salud mental dicen que con el delirante lo que hay que hacer es acompañarlo en su delirio. Cuando lo que se hace es todo lo contrario, es decir, cuando alguien entra en una crisis delirante es muy frecuente decirle que no piense eso en lo que está pensando. Incluso se le interna por urgencias y se le dan pastillas para cortar el delirio.

Recuerdo un reportaje que hice sobre una persona que padecía de bipolaridad que me dijo “si cuando yo tuve un brote psicótico mis padres, en lugar de internarme, me hubieran llevado al pueblo y me hubieran acompañado en mi día a día, yo estaría mucho mejor”.

Hay un refrán que dice pueblo pequeño infierno grande

Los pueblos, por un lado, forman comunidades asfixiantes, y por otro, protectoras. Nosotros (Isabel, su pareja, y él), tenemos una casa en un pueblo de Asturias. Cuando estoy allí me siento como un espacio protector. Si a los 9h no he ido a desayunar en el bar alguien va a decir “Vete a ver si le ha pasado algo a Juanjo”. En los pueblos, además el tonto tiene su lugar, es alguien y todo el mundo lo protege. Claro que también tiene sus incomodidades. Al pueblo al que voy yo hay una red de solidaridad muy extendida, la gente sabe quién está mal, tiene buenos servicios de atención a la tercera edad, etc. En las grandes ciudades, en cambio, estamos incomunicados. No conocemos a nuestro vecino.

Su relación con su Valencia natal no es la que tuvo el pintor Sorolla

Voy cuando tengo que ir por trabajo, a presentar un libro, al estreno una obra de teatro mía. Mi relación con Valencia es extraña porque yo me fui de la ciudad con seis años. Mi vida se divide en antes y después de Valencia. Cuando me fui de allí con mi familia Valencia representaba el paraíso y Madrid, donde vivía, el infierno. En mi cabeza siempre tuve la idea de Valencia como la del paraíso perdido. Me daba mucho miedo regresar porque contrastaría mi idea con la realidad y en esos casos la realidad siempre gana. Tardé muchos años en volver a Valencia, a los veintitantos.

¿Qué le llena más, le satisface más, una ferretería, una farmacia o una librería y/o una biblioteca?

Me pones en un apuro. Los tres sitios tienen una carga emocional muy fuerte para mí. La ferretería era el espacio de mi padre. Mi padre se paraba frente al escaparate de una ferretería, yo le miraba admirar aquello y era como si lo que veía representara un espacio moral. La farmacia era el espacio de mi madre, a quien le encantaban las pastillas. Y la librería es mi espacio. Aunque también estoy hecho de la ferretería y de la farmacia, yo soy muy aficionado a las pastillas. No les tengo ningún miedo ni ninguna prevención.

Si tuviera amputarme de dos de estos tres espacios, me quedaría con la librería porque algo que no comprendo es una vida sin leer. Puedo entender una vida sin escribir. En el barrio en el que vivo, milagrosamente tenemos una librería que funciona como Amazon. Le pido un libro por whastapp y al día me lo tienen preparado. Es decir, mi barrio produce la comunidad protectora de la que te hablaba antes. Es un poco un oasis. 

Compaginó un trabajo fijo en Iberia con la escritura hasta 1993, ¿qué hubiera sido de Juan José Millás de haber seguido trabajando en Iberia?

Habría hecho menos periodismo, pero habría seguido escribiendo novelas. A mí me costó mucho dejar Iberia. Yo no tenía ambición de vivir de escribir, sabía que eso era difícil, por lo tanto me planteé tener un trabajo de 8h a 3h que me dejara las tardes libres para dedicarme a lo que yo quería. Pero las cosas se fueron dando de ese modo y llegó un momento en que tuve que elegir porque no tenía más remedio.

Dudé mucho porque Iberia era un espacio muy protector. Pero al mismo tiempo, cuando yo me vi en la tesitura, yo ya en ese momento hacía mucho periodismo, tenía mucha demanda para dar conferencias y tal. Entonces hubo un momento en que era incompatible y tuve que decidir entre Iberia o renunciar al periodismo.

Dejar Iberia me daba un vértigo enorme porque no lo iba a cambiar por otro trabajo fijo. Yo era un colaborador, en todas partes siempre he sido un colaborador. Seguir en Iberia hubiera sido como decidir no crecer. Al final me decanté por la prensa y la radio, que fue una sorpresa para mí, teniendo en cuenta mi dicción. Para convencerme me dijeron que las voces perfectas ya no estaban de moda y probé. Hasta ahora. De niño fui oyente de radio. 

Escoge libros/lecturas en función de sus… ¿gustos?, ¿aficiones?, ¿estados de ánimos?

Yo por el estado de ánimo. El estado de ánimo para mí es fundamental para que elija un libro u otro. Mira, tengo todo esto. Son lecturas que tengo en marcha (muestra una mesa repleta de libros). Ahora estoy leyendo, por ejemplo, que nublado, un poco bajo, mucha poesía. Depende, ya te digo, yo tengo siempre tengo como tres o cuatro libros en marcha. Y tengo siempre ensayo (El día que inventamos la realidad), novela (la nueva traducción de En busca del tiempo perdido) y poesía.

¿Qué es más agotador que desear?

Yo creo que no hay nada. No hay nada más agotador el que en deseo.

¿Por qué se quiere omitir la crueldad en los cuentos infantiles de Roald Dahl, por ejemplo?

Los niños, más que crueles, como que en la crueldad (ficticia) entienden cosas. Son épocas que nos han tocado vivir que son muy contradictorias. En Estados Unidos se censura un pezón, pero no se censura que alguien vaya con una pistola al cinto. A los niños la crueldad les encanta porque les dice cosas y no se vuelven crueles. Para mí lo cuentos de la tradición oral son fabulosos. Hamsel y Gretel es un cuento muy cruel. Roald Dahl no infantiliza a los niños, por eso le leen. No ser un escritor de literatura infantil es una frustración que tengo (tiene un libro experimento titulado Números pares, impares e idotas, con ilustraciones de Forges y publicado por SM, colección Barco de vapor). Mi hijo mayor dice, “Papá, todos tus libros empiezan como que fueran para niños o jóvenes, pero luego se ponen truculentos”. Todavía estoy a tiempo de serlo. 

¿Qué le ha marcado más, el frío o el mar?

El frío. Para mí el frío ha sido una catástrofe. El frío de Madrid se metió en el tuétano cuando era pequeño y no ha salido de ahí, lo tengo ahí todavía. El problema de mi infancia es que la casa estaba más fría que la calle. Entonces cuando hace frío fuera sale el frío de dentro.  Yo tengo frío siempre. Siempre tengo un calefactor a mano, sobre todo por los pies. Ese de ahí es raro que esté apagado, ahora lo está por el ruido. El clima de Asturias me gusta porque la humedad me resulta protectora.

¿Le despierta curiosidad vivir en una isla?

A mí la idea de la isla me gusta para visitarla, pero no para vivir, porque soy muy claustrofóbico.

La idea de que en un momento determinado no pueda salir… Y sin embargo, una de mis lecturas más importantes de juventud fue la Isla del Tesoro, de Robinson Crusoe. 

¿Qué hará antes, dejar de escribir o de leer?

Son dos acciones asociadas, tan interrelacionadas que no concibo a una sin la otra. La lectura es el combustible de la escritura. Leyendo, de repente me salen ideas y las apunto en un cuaderno.No veo la razón por la que dejaría de leer, salvo quedarme ciego. Pero ahora hay audiolibros.

No concibo a la gente que escribe sin leer. Siempre me ha sorprendido mucho cuando hacía talleres de escritura y había uno o una que decía un chiste, pero no se daba cuenta: “Yo no leo mucho porque no quiero dejarme influir.” Que es como que quería inventar la literatura. Pues claro que tienes que dejarte influir. Lo que llamamos una voz propia, una voz reconocible, una voz original, es un resultado de un choque entre la tradición de la que vienes y la subjetividad que tú aportas a esa tradición. Entonces, cuanto más violento sea el choque, más original será tu voz, pero tienes que venir de una tradición.

BREVE BIOGRAFÍA

Escritor, periodista y hasta los años noventa trabajador de Iberia. Nació en Valencia (1946), ciudad de la que se mudó a los seis años con su familia a Madrid. Lee y escribe mucho más de lo que ha viajado. Algunos de sus delirios en forma de novela llevan por título Solo humo, Dos mujeres en Praga, El mundo y la última, Ese imbécil va a publicar una novela, todas publicadas por Alfaguara.