Texto: Juan Manuel Pardellas
Su sonrisa puede despistar. A pesar de la juventud, su vida es sinónimo de enorme sacrificio, marcada desde pequeñito. Por un lado, de tanto volar entre Madrid y Canarias se enamoró de los aviones y, por otro, para rellenar las horas después del colegio sus padres lo apuntaron a clases de violonchelo. Ahora, graduado en Ingeniería Aeroespacial y máster en Matemática Industrial, trabaja en los motores de los modernos aviones Embraer de Binter. A la vez, compagina su tiempo con su otra pasión. Es uno de los doce chelistas de la Orquesta Comunitaria de Gran Canaria. Ya reúne un buen catálogo de anécdotas cuando viaja con su chelo. Por ejemplo, le compra otro billete, en ventanilla y sin descuento residente.
¿Cómo a un niño le da por los motores de los aviones?
Pues lo que te voy a decir te va a parecer mentira, pero es cierto desde que tengo uso de razón. O sea, yo, cuando era pequeño viajaba mucho, viajaba mucho a Tenerife, de donde son mi padre y mis abuelos. Y yo creo que ahí empezó un poco el gusanillo por la aeronáutica; siempre me han llamado muchísimo la atención los motores porque al final es la parte más compleja del avión, la parte más tecnológica. Lo tiene todo: tiene aerodinámica, tiene termodinámica, tiene los materiales más chulos.
¿Cuándo llega a Binter?
Terminando el máster, eché el currículum a todo cristo, a todas las empresas que tenían abiertas posiciones. Y desde Binter me llamaron para hacer una beca en el hangar y me vine para acá. Empecé en SATI y luego desde ahí he aprendido un poco. Y cuando estaba allí, surgió la necesidad de tener un ingeniero de motores y la gente que sabía que me gustaba me avisó enseguida de que se había abierto ese puesto. Y me vine para motores.
¿En qué consiste exactamente su trabajo?
Los motores son muy complejos y requieren mucho cuidado. Tienes que tratarlos con mucho mimo. Nuestro trabajo consiste en velar por el mantenimiento que hay que hacer a un motor: revisiones periódicas, cambiar aceite, un filtro, enviarlo al taller y asegurarte de que hay otro disponible y repuestos suficientes.
¿Qué aportan los Embraer de Binter al panorama aeronáutico europeo?
Es un avión que consume muy poco, tiene más alcance que los de su categoría, menos pasaje, pero llega más lejos y es muy cómodo. Solo tienes que volar para comprobar que la cabina es muy amplia. Además, tiene una filosofía de mantenimiento nueva y añade una serie de ventajitas pequeñas que evolucionan el panorama actual.
Con su conocimiento, ¿hacia dónde evolucionará el mundo de la aviación?
Estamos en un periodo de madurez. Ha habido muchos cambios. Antes había muchos aviones de muchos tipos y a cuatro motores; ahora todo se está focalizando a aviones bimotores. El futuro viene precisamente por los motores, que siempre aportan nuevos desarrollos tecnológicos, especialmente relacionados con el menor consumo. ¿El futuro? Probablemente combustibles alternativos, tipo hidrógeno y ese tipo de cosas.
Su otra pasión es el violonchelo. ¿De dónde le viene?
Sencillo. Mis padres se plantean: «El niño tiene que hacer algo por las tardes» [risas]. Me llevaron a la escuela de música y la plaza que había era para violonchelo. Y así empecé. No lo elegí yo, me eligió él a mí, básicamente.
Parece que se adaptó bien a este instrumento, ¿no es así?
No creas. Fue una relación complicada, al principio. Porque aprender un instrumento musical es una cosa muy larga, requiere muchas horas, mucho tiempo de tu parte, mucha dedicación y, además, es cara.
¿Cuáles son sus artistas y autores referentes?
Hay muchísimo más mundo además de Mozart y Beethoven. Hay artistas, como, por ejemplo, Camille Saint-Saëns o Gustav Holst, que son compositores que hacen música disfrutable de interpretar y que perfectamente yéndote a un concierto lo vas a pasar bien, aunque no sepas nada de música. Al final, la música no es un lenguaje desconocido, es igual que las emociones humanas. Una música que es alegre, pues te pone alegre. Música que es triste, pues igual. Hace poco fue el Festival de Música de Canarias. Vinieron los doce chelistas de la Filarmónica de Berlín, que son la sección de chelos de esa orquesta y tiene un grupo aparte. Y es la gente más impresionante que he visto en la vida, de verdad.
Con un instrumento de ese tamaño seguro que le han ocurrido muchas anécdotas, ¿verdad?
Pues sí. Cuando vuelas con él en un avión es bastante curioso, siempre me pasa algo. Primero descubres que, para viajar con el violonchelo, le tienes que comprar otro asiento, ah, y no aceptan descuento residente. Va a tu lado, como si fuera una persona. Sí, sí, tiene que ir en ventanilla y no puede ir en salida de emergencia. El resto de los pasajeros no están acostumbrados a ver eso; las tripulaciones y el personal de la compañía siempre ha sido muy amables y colaboradores.
Solo faltaría que le dieran también ambrosía.
[Risas]. Sí, sí, yo creo que la próxima vez la voy a pedir [risas].
Como instrumentista, ¿cuál es su sueño?
Pues mira, a mí me hace mucha ilusión tocar en orquesta, es lo que más me gusta del mundo. Y me gustaría también probar cosas nuevas, tocar en una banda, o formar parte de un grupo de chelos como el de la Filarmónica de Berlín.