Para varias generaciones españolas y de más de cincuenta países, su primer contacto con la naturaleza quedó marcado desde muy temprana edad por el icónico episodio dedicado al lobo o aquel otro sobre el vuelo del buitre leonado, ambos con la trepidante sintonía compuesta por Antón García Abril para el programa de TVE El hombre y la Tierra. Casi cincuenta años después del estreno de aquella serie, me encuentro frente a Odile Rodríguez de la Fuente, depositaria genética de aquel legado, pero, además, bióloga, divulgadora científica experta en cambio climático, con una personalidad propia, arrolladora, con convicciones de hierro que expresa con una sonrisa, luz en los ojos y guante de seda. Imposible no sucumbir a su lógica.
¿Todavía existe la posibilidad de encontrar un punto de equilibrio entre la protección de la naturaleza y el desarrollo del ser humano?
Sí, por supuesto, siempre lo hay. Pero va a requerir que pongamos nuestra creatividad, nuestra capacidad para innovar y nuestra capacidad colaborativa al servicio de la vida y no al contrario. Muchas de las soluciones que necesitamos están ya en la naturaleza, que es una fuente de inspiración increíble. Por ejemplo, la economía circular está inspirada en cómo funcionan los ecosistemas, donde los recursos son circulares, se aprovechan y se reaprovechan. El objetivo debería ser cómo nos reintegramos como una parte más de la naturaleza, pero poniendo nuestra capacidad insólita de reflexión al servicio de la vida, del bienestar integral, humano. Y acompasado por el equilibrio en la naturaleza y la salud de la naturaleza.
Usted habla de la naturaleza como una gran biblioteca de Alejandría, como inspiradora. Por ejemplo, cómo de un martín pescador se llega al tren bala…
Sí, la biomimesis. Es una disciplina en sí misma que se puede aplicar en muchísimas disciplinas, desde tecnológicas a científicas. A partir de unos recursos limitados, cómo un termitero puede mantener una temperatura interior fresca, mientras en el exterior hay más de 40 grados. Eso nos debe inspirar a diseñar y construir edificios que sean más biométricos y que no necesiten tanta energía. Estamos hablando de un nivel existencial, de nuestra salud física y mental. Necesitamos a la naturaleza porque somos naturaleza.
Si es así y todos estamos de acuerdo, ¿qué nos falta?
Nos falta tocar fondo. Ahora mismo, estamos navegando en un barco que tiene una inercia y que no se puede frenar, como le ocurrió al Titanic. Aunque se decida que vamos a poner el freno de golpe, esto tiene ya una inercia de una serie de poderes y no será posible hacerlo. Hay muy poca gobernanza, muy poca planificación, muy poca participación de la ciudadanía, muy poca transparencia en los productos. La economía no juega a favor. Hay que hacer muchos cambios estructurales para que haya verdaderamente un cambio de paradigma y se pueda aplicar a toda la sociedad. Si no, lo único que vamos a hacer es poner parches, solo retrasar lo inevitable, y probablemente nos tengamos que pegar un buen susto para que se reaccione de forma integral y en los ejes que son fundamentales.
¿El COVID no lo fue?
Yo también lo pensé, pero no. Es verdad que le ha servido a mucha gente. La industria turística, por ejemplo, ya habla con conciencia de la huella de carbono. También en lo relativo a la soberanía, por ejemplo. Los transportes y suministros quedaron muy afectados. O sea, las semillas están ahí. Si hay un 8 % de la población que está en activo, pues hasta que no llega a un 15 %, realmente no se darán las circunstancias para que crezca la conciencia ambiental y se amplíe exponencialmente. Estamos llegando a ese punto de ebullición, pero igual nos faltan todavía dos grados para que ocurra la transformación. Estamos cerca, pero todavía no hemos llegado.
En clave local, aquello de «actúa localmente, piensa globalmente», ¿qué tres claves contribuyen a proteger el planeta?
Pues mira, yo daría una que es la madre de todas las claves. No se trata de que uno recicle, de que uno coja el transporte público, que también son importantes. Se trata de hacer un examen, parar y hacer un examen personal sobre tu vida. Esa es la clave de todo. En el momento en que uno empiece a sintonizar con su propia naturaleza y empiece a tener un diálogo sincero del tipo «¿para qué estoy aquí?», a lo mejor cambia de trabajo, encuentra una vocación, se piensa cómo va a educar a sus hijos, valora qué tipo de relaciones tiene. Y todo esto le va a llevar al final a establecer una relación más profunda con la naturaleza y a apreciar todo lo que la naturaleza tiene que aportarle. Lo demás vendrá de forma natural. Reciclará o buscará ponerse paneles para ser más autosuficiente o buscará sembrar tierra y tener un pequeño huerto para tener una mayor soberanía, o buscará productos locales. Y eso le llevará a tener una mayor conciencia de «quién soy para que estoy aquí».
Hasta ahora, nosotros enseñamos a los menores a respetar la naturaleza. Usted defiende lo contrario, que la naturaleza sea la que enseña a los niños.
Los niños son, somos, naturaleza y cada niño es una oportunidad renovada para sacar lo mejor de nosotros mismos porque vienen de cero. Lo único que hay que ofrecerles es la oportunidad de relacionarse con la naturaleza y su amor y su sentido de vínculo y de pertenencia surgirán de forma natural, porque somos naturaleza y somos el producto de cuatro mil millones de años de evolución de la vida sobre la Tierra. La naturaleza es la mejor maestra, la naturaleza es la que nos enseña y la que nos puede salvar a una especie perdida y ensimismada y que no sabe utilizar un don tan extraordinario que nos ha dado la vida como es la capacidad reflexiva, que nos viene grande.
Canarias tiene protegido por ley el 40 % de su territorio. El año pasado vinieron dieciocho millones de turistas. El dilema es ¿cómo mantener tu principal industria y gestionar adecuadamente esos espacios naturales?
La fórmula mágica no solamente es para los espacios naturales, sino para el urbanismo y para muchísimos otros aspectos. Es planificación; planificación y regulación. Cuando tienes un espacio, como ocurre con algunos museos, por ejemplo, el Louvre, una afluencia excesiva causa un impacto negativo. Tienes que regular y tienes que limitar. Y ya está. Haces una planificación para que no te coja el toro, ni que tu caballo se desboque.
Cuando usted ya no esté, ¿cuál le gustaría que fuera su mensaje principal?
Vaya, nunca me lo he planteado. Me iría en paz y tranquila si tengo la sensación de que he aprovechado la oportunidad de estar aquí y de estar viva. Una de las formas más importantes de estar vivos es contribuir al bien común y al avance de nuestra conciencia, y a mí me entusiasma hacerlo. Trato de hacerlo con sinceridad.