Texto Román Delgado

Ilustración Carla Garrido

Este modelo tan apreciado para comer casero, barato, en familia y solo con vinos de la tierra, junto a huertas y viñedos, domina en la cara norte de Tenerife, pero, ¡mucho cuidado!, no todo lo que reluce es oro.

Si usted está por Tenerife y quiere hacer lo que cada vez decide más gente: la búsqueda de un guachinche, de una casa familiar para tomar vino, siempre con apertura temporal y oferta gastronómica reducida a productos de cercanía, sepa que está en el lugar perfecto. Pero, ¡ojo!, no se olvide de tomar precauciones. A veces se da gato por liebre en algunos llamados guachinches. Más de la cuenta.

Tenerife es isla de guachinches, sobre todo en su cara norte; la isla de las casas y los salones abiertos por temporadas (con la V por fuera), siempre por tres o cuatro meses, con el fin de ofrecer los vinos que las familias elaboran y apartan para sacar unas perras (sin gangocheros) en un lugar sencillo para los buenos ratos. Esto es un guachinche. Lo demás, sucedáneos.

Los guachinches de verdad son los que no dan gato por liebre. En esas casas o fincas, no se les ocurra pedir una cerveza ni un helado, mucho menos un cubata. Si algo de esto hay, sepa que se ha confundido.

Un guachinche, grábeselo, no debe estar en la ciudad: suele vivir en el campo, casi siempre donde hay vid y solo se vende el vino propio. Cuando se acaba, muere el guachinche e hiberna hasta la próxima. Lugar sencillo, a veces hortera, en el que uno solo se queda si el vino está bueno; si acierta, no para de ir. Como decía la buena de Tata, «si quiere una cerveza, mejor el Puerto de la Cruz». Queda dicho.

Mis preferidos en 2024: Casa Miguel, Casa Chiqui, Listán Negro, Casa Estela, La Suertita y Las Galanas.