Texto Juan Manuel Pardellas

Imagen David Ferrer

Invitada por la librería El Barco de Papel (en El Sauzal, Tenerife) y a las faldas del mismo gigantesco Teide que la impresionó de niña con su padre, la periodista, escritora y premio Planeta Sonsoles Ónega reconoce que con su novena obra, Las hijas de la criada, surfea entre el periodismo y la literatura y que le importan y valora las críticas de los lectores («de las malas, paso página rápido»). Ónega defiende sus causas de un mundo sin techo de cristal y sin azúcar añadido.

¿Qué experiencias le unen a Canarias? No sé si siendo niña vino.
Pues sí, De hecho, sí. El primer viaje que hice en avión con mis padres fue a Tenerife. A ver el Teide. No sé si es muy habitual que ocurra eso, pero lo recuerdo con muchísimo cariño, por la emoción que suponía coger un avión desde Madrid. Y luego he visitado todas las islas; alguna me queda, pero he sido inmensamente feliz aquí con mis niños y también cuando he venido a promocionar las novelas.

Entrando ya en materia, ¿qué cree que hace tan especial a Galicia como escenario, que parece el Macondo de España? Ese escenario sobrenatural: las meigas, los celtas…

Sí, es una inspiración. Es muy bonito lo que has dicho del Macondo español. Es verdad que con Gabriel García Márquez el realismo mágico llega a sus cotas máximas de exposición y desarrollo literario, pero creo que hay un realismo mágico en Galicia que, además, también han explorado autores vivos como Manuel Rivas u otros como el propio Camilo José Cela con Mazurca para dos muertos. Galicia es muy mágica, así lo vivo por mis raíces familiares, pero cualquiera que la visite es imposible que no se deje embriagar por el paisaje, las leyendas que cuentan en las aldeas, por todo lo que sucede… Desde la playa de La Lanzada, donde las mujeres se bañan para quedar preñadas, hasta cualquiera de los rincones donde hay alguna leyenda de obligado cumplimiento.

Su novela Las hijas de la criada habla fundamentalmente de dos hermanas, como usted y Cristina. ¿Ha fantaseado en qué historias tendrían ustedes dos?

Esta novela explora las relaciones entre hermanas malqueridas, son unas hermanas que tienen una relación muy difícil. Y solo al final, sin hacer spoiler [ríe], solo al final de la de la historia son capaces de encontrarse y sentir todo lo que atesora la verdad de sus vidas, necesitan contársela. Todos necesitamos saber cuál es nuestra verdad. Los que la conocemos, porque no hemos necesitado buscarla, y las que no.

¿Cómo ha cambiado su vida de antes a ahora, después del Premio Planeta?
Me ha cambiado bastante, sobre todo porque, por primera vez, mi libro ha llegado a un montón de lectores y es abrumador, también emocionante. No me había pasado con ninguna de mis novelas anteriores. Que alguien te pare y te diga «estoy leyendo tu libro» o que se acerquen con el teléfono móvil porque se lo han descargado y se lo están leyendo en la barra de un bar mientras desayunan son experiencias que me quedo y que justifican también el trabajo del escritor, que a veces no sabes adónde vas ni para quién escribes, así que está siendo una experiencia muy muy constructiva.

Literariamente, ¿cómo ha evolucionado la Sonsoles de su primer trabajo, Calle Habana, a este último?

Creo que sé hacerlo un poco mejor. A escribir se aprende escribiendo. Soy muy autodidacta porque no he ido a talleres de literatura, ni nadie me ha enseñado a escribir. Era una pulsión que tenía desde pequeña. Yo pensaba que cuando publicara mi primera novela ya sería escritora. Y no pasó ni con la primera, ni con la segunda, ni con la tercera, ni con la cuarta, ni con la quinta, ni con la sexta… Ahora podría planteármelo, pero vivo siempre con el corazón partido entre la literatura y el periodismo. Indudablemente, de aquella chavala veinteañera a la cuarentona que soy hoy, pues hay siete novelas, dos hijos, un montón de vida vivida, y eso se nota también mucho a la hora de escribir. Incluso ahora tengo más seguridad a la hora de construir las historias.

¿Ser un rostro tan conocido y popular de la televisión, que entra todos los días en los hogares, también la ha blindado ante las críticas?

Al revés, me ha expuesto mucho más, pero es algo que asumo con naturalidad. La tele es un altavoz muy poderoso, tú lo has dicho: entras en las casas. Así que yo a la televisión le estaré siempre eternamente agradecida, porque me da la oportunidad de que los lectores me conozcan, y eso es una suerte y no dilapida mi carrera literaria, todo lo contrario, creo que la que la lanza. No le puedes caer bien a todo el mundo. Supongo que a quien le caiga mal, pues también le caeré mal a la hora de elegir un libro mío. Esas son las cartas de este juego e intento barajarlas bien.

Usted ha recibido todo tipo de críticas, desde excelentes hasta demoledoras. ¿Cómo las encaja?

Hay que digerirlas. La mayoría suelen ser constructivas porque somos un poco como El Corte Inglés; el cliente siempre tiene la razón, así que… Las críticas de los lectores son las que más me importan, porque te leen sin más interés que el de pasar un rato agradable entre tus páginas. Así que lo que ellos dicen suele ir a misa. Sobre las muy destructivas, paso página rápido.

¿Qué criterio tiene sobre la inteligencia artificial, las fake news y la distorsión en el uso de las redes?

Me preocupan extraordinariamente, porque, además, veo a mis hijos, que ya las consumen, y a veces les oigo decir cada cosa que me preocupa. Estamos en un punto clave en el que el ciudadano tiene que ser consciente de la importancia de consumir y digerir información contrastada. Los periodistas, los periódicos y los medios tradicionales son la garantía de una información de calidad, y una información de calidad es la garantía de un ciudadano informado, libre y capaz de construirse una opinión propia. Respecto a la inteligencia artificial, me preocupa mucho que sustituya al ser humano. Me preocupa mucho que una máquina pueda hacer novelas o pueda presentar programas de televisión o informativos, así que no sé si, a lo mejor, tenemos los días contados. Y respecto a las redes sociales, yo las uso y me gustan, porque me han abierto mundos que desconocía, pero creo que hay que ser muy exigente a la hora de saber a quién seguimos y a quién no, y relativizar mucho lo que leemos y los impactos que recibimos, sobre todo aquellos que alteran nuestra imagen física.
Todo eso de los filtros me preocupa extraordinariamente, porque están generando ilusiones en adolescentes que no creo que sean muy constructivas ni sanas mentalmente. Vivimos en un mundo complicado, en el que creo que hay que hablar mucho con los adolescentes, con los jóvenes y los no tan jóvenes, porque hasta a mi madre también le digo todo el rato «no te creas todo lo que lees, mamá».

Hay dos banderas que siempre enarbola, un mundo sin azúcares añadidos y el feminismo. ¿Cómo vamos a vivir sin azúcar?

Sin azúcar, no. Sin ultraprocesados. Sobre todo los niños están expuestos a una abundancia de productos ultraprocesados. Tengo un hijo diabético y a partir de ahí me di cuenta de que a veces no nos alimentamos tan bien como creemos. Hay mucho mensaje enmascarado en la industria alimentaria que trata de captar a nuestros niños a través de publicidades muy impactantes, muchas veces engañosas. Ahí tenemos que hacer un esfuerzo las madres o los padres por intentar alimentarlos mejor. Sencillamente se trata de alimentarnos como nos alimentaron nuestras abuelas, todo muy básico, muy de la tierra y en pequeña cantidad, y vivieron eternamente, casi sin enfermedades crónicas. Se trata también de leer etiquetas y, si no entiendes los ingredientes con los que está hecho ese producto, malo.

Usted recomienda mucho una conferencia TED de Madeleine Albright, la que fuera secretaria de Estado de los Estados Unidos, sobre los techos de cristal. ¿Por qué?

De hecho, escribí una novela que se llamaba Nosotras que lo quisimos todo, en la que buceaba en el mundo de las mujeres para ver por qué nos sentíamos tan mal cuando queríamos hacerlo todo igual que un hombre: tener una carrera profesional, llegar a tu casa y tener una familia. Esto para la mujer sigue siendo hoy muy complicado. Siempre recomiendo a las mujeres que miren dentro de las casas, ahí es donde están los mayores impactos perniciosos para las mujeres: con quién comparten sus vidas. A veces ahí está también su mayor enemigo. Y no renunciar a nada. Este es un mandamiento que no hace falta decírselo a un hombre, pero a una mujer, sí.