Por Galo Martín Aparicio

Quien vaya a San Sebastián con motivo del festival puede ver películas, hacer turismo, comer una comida digna de una Concha de Oro e, incluso, correr el paseo de la Concha.

La reina regente María Cristina mandó construir su palacio de verano en San Sebastián, en una atalaya entre las playas de la Concha y Ondarreta. Los días estivales se acabaron y las estancias reales se cubrieron de polvo y telarañas hasta la llegada de las estrellas cinematográficas, celebridades de todo el mundo que vienen a finales de septiembre a la ciudad con motivo del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Una cita que combina cultura y negocios en la que el reconocimiento se mide en conchas y aplausos.

San Sebastián es una ciudad que no necesita que la idealicen. Se reivindica por sí sola. Su situación geográfica es una delicia verla sobre un plano y contemplarla in situ con los ojos. Una bahía con dos montes en los extremos, Igueldo y Urgull, comunicados por dos playas, Ondarreta y la Concha, y una isla en medio, Santa Clara. En la orilla oriental del río Urumea, en Gros, se encuentran la playa de la Zurriola y el Kursaal, Palacio de Congresos obra de Rafael Moneo, con forma de dos rocas varadas en la arena y que se iluminan por la noche a orillas del Cantábrico. Dos rocas revestidas de led que brillan casi tanto como los asistentes que acuden agradecidos y emocionados al Festival de Internacional de Cine de San Sebastián, que el Kursaal acoge como una de sus sedes. Un escaparate para esas películas que más adelante se verán en esas pequeñas salas de cine de las que cada vez quedan menos en los centros de las ciudades.

El que hoy mucha gente aproveche el festival para hacer una visita todos los años a la ciudad y las sidrerías del alrededor tiene mucho que ver con su origen. Allá por el año 1953 se les ocurrió organizarlo a un puñado de empresarios para alargar los veranos donostiarras. La idea comercial y cinematográfica cuajó, y desde entonces el festival se ha celebrado de manera ininterrumpida.

La lista de celebridades que han pasado por el festival desde su primera edición es como una colección de constelaciones en la Tierra. De Fellini, Orson Welles, François Truffaut, Ingmar Bergman y Luis Buñuel se acuerda Woody Allen en El festival de Rifkin. Película, homenaje y carta de amor a San Sebastián y guiño al propio festival. En la ciudad donostiarra rodó durante cuarenta y cinco días esta comedia romántica en la que muchas de sus escenas se grabaron en sus lugares más reconocidos y simbólicos. Es un largometraje que puede funcionar como anuncio de promoción turística. Las localizaciones de la película coinciden con las visitas que hace cualquier turista a la ciudad. El director neoyorkino no desvela ningún secreto.


Quien vaya a San Sebastián con motivo del festival puede ver películas, hacer turismo, comer una comida digna de una Concha de Oro e, incluso, correr el paseo de la Concha hasta el conjunto escultórico de acero el Peine del viento, de Eduardo Chillida, pasada la playa de Ondarreta y a los pies del monte Igueldo. Bajo el monte Urgull se encuentra el Museo San Telmo, alojado en un monasterio del siglo XVI, separado de la iglesia de San Vicente por la plaza Zuloaga, en el casco viejo de la ciudad. A la cámara de Woody Allen tampoco se le escaparon el Teatro Victoria Eugenia, el Hotel María Cristina y los palacios de Aiete y Miramar, todos ellos reales sitios.

El Palacio Miramar fue residencia de verano de la reina regente María Cristina, y también es un mirador, como su elocuente nombre no oculta. Una construcción de carácter rural, tipo cottage, de inspiración británica que de la reina María Cristina pasó a ser propiedad de Alfonso XIII, Juan de Borbón y el Ayuntamiento de San Sebastián, en 1972. Desde ese año el palacio y el parque que lo rodea están abiertos al público. El Palacio de Aiete también está situado en alto, pero más tierra adentro, y rodeado de un exquisito jardín romántico, en el que no faltan un estanque un arroyo y una cascada. El mismo recinto alberga la Casa de la Paz.

La película de Woody Allen se estrenó en el Festival de San Sebastián de 2020. En la cinta no aparece la antigua fábrica de tabacos de la ciudad, Tabakalera, un centro internacional de cultura contemporánea y otra de las sedes del festival. El de San Sebastián fue el primero al que acudió Roman Polanski con su película El cuchillo en el agua, y aquí Spielberg y George Lucas estrenaron en Europa respectivamente Tiburón y La guerra de las galaxias. También fue el primero en el que Pedro Almodóvar presentó Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón. San Sebastián tiene dos excusas, posiblemente sean más, para visitarla. Las dos garantizan bonitos recuerdos y buenas películas, a pesar de la larga duración de algunas.