Texto por Elena Ortega

Fotos por Asier Calderón y Elena Ortega

Ascender hasta cumbres que alcanzan los 2600 metros de altura en el macizo central de Picos de Europa, sumergirse en la historia minera y geológica cántabra y entregarse a los placeres de localidades acariciadas por las playas asalvajadas del Cantábrico. Más allá de sus visitas populares, Cantabria es una amalgama de paisajes desconocidos que desean ser recorridos con mesura.

El puerto de Piedrasluengas (Palencia), a 1350 metros sobre el nivel del mar, nos avanza los abrumadores bosques que estamos a punto de recorrer. A lo lejos, los Picos de Europa se ciernen sobre una capa de niebla que los hace flotar sobre la comarca de Liébana. Cantabria nos recibe entre valles y montañas que despliegan maravillas como el macizo central de Picos de Europa. Ascenderlo en el teleférico de Fuente Dé nos acercará a estupendas rutas a través de las que conocer todos los atractivos del segundo parque nacional más visitado en España.

A su alrededor, varios pueblos de gran belleza salpican las tierras lebaniegas: Potes y su paseo junto al río Deva, el Conjunto Histórico de Mogrovejo, elegido para el rodaje de la trilogía de películas de Heidi de Bhava Talwar, o las impactantes perspectivas de Cahecho. Más al este, la sierra de la Peña Sagra da paso a los valles Altos del Nansa y al frondoso Parque Natural Saja-Besaya, donde detenemos el tiempo entre las casas de piedra de la pequeña localidad de Bárcena Mayor, único núcleo habitado dentro del parque.

Si decidimos continuar por este último punto, las secuoyas gigantes de Cabezón de la Sal nos recibirán antes de alcanzar la costa. Dos hectáreas y media en las que se plantaron 848 árboles en los años cuarenta. Muy cerca, los viñedos de Miradorio de Ruiloba nos muestran cultivos imposibles, en pendientes de más del 35 %, que ofrecen extraordinarias vistas de las montañas a un lado y el mar al otro haciendo honor a su nombre. Además de detenernos para admirar estos paisajes que muestran la esencia cántabra, merece la pena hacerlo también para conocer la historia de esta pequeña bodega, catar sus vinos con notas salinas y degustar los platos de su menú, hecho a base de productos de la tierra.

En caso de que queramos llegar a la costa desde Liébana, tendremos que cruzar el desfiladero de la Hermida. Con veintidós kilómetros de curvas, que serpentean encajonadas entre montañas siguiendo el curso del río Deva, es el más largo de España. Pero previamente visitaremos la iglesia de Santa María de Lebaña para conocer uno de los mayores ejemplos de arte mozárabe y su histórico tejo inmortal.

Antes de dejarnos mecer por la brisa del Cantábrico debemos descender a las profundidades a través de las cuevas. Cantabria cuenta con varias cavidades, pero serán dos aquellas a las que les dedicaremos especial atención. A la cueva de El Soplao, de trece kilómetros de historia minera, se accede subido a unos vagones que recrean el antiguo acceso a la mina de La Florida. La cueva de Altamira, en cambio, guarda entre sus paredes pinturas rupestres de hace miles de años. Para admirarlas debemos hacerlo mediante las recreaciones del museo levantado junto a la cueva para asegurar su protección.

En la costa cántabra las playas se pierden entre las villas marineras de San Vicente de la Barquera y Comillas, deslumbrada por palacios y edificios modernistas entre los que debemos dedicarle un hueco especial al Capricho de Gaudí para conocer los secretos constructivos del arquitecto catalán y la vida del indiano Máximo Díaz de Quijano. A dieciséis kilómetros se encuentra Santillana del Mar, de gran valor histórico-artístico, que, aunque no está en la costa, no se aleja mucho de ella. En Santander pasearemos por la bahía para contemplar su edificio más emblemático, el Palacio de la Magdalena, levantado como residencia de verano del rey Alfonso XIII.

De vuelta a la naturaleza, Castro Urdiales, casi en la frontera con el País Vasco, nos sigue rodeando de ella, de los verdes y azules que definen los paisajes infinitos de Cantabria.