Por Saioa Arellano
Laredo se sitúa a los márgenes del río Asón. La primera referencia escrita a esta localidad se remonta al año 968 y en ella se cuenta que existía desde el año 757 como poblado de pescadores, en el lado sur de La Atalaya. Alrededor del año 1200, el rey Alfonso VIII le otorga el privilegio de convertirse en villa, algo que le da mucha importancia, pues a partir de este momento empieza a registrarse la presencia de marineros laredanos en las luchas de la reconquista. Todo esto hace que su población crezca y que la villa continúe aportando embarcaciones a las empresas comerciales del país.
A raíz de esto, ya entrada la Edad Media y con el apoyo de los Reyes Católicos, Laredo se convierte en uno de los pueblos marineros más importantes por tener el puerto más cercano a Castilla. Allí se producen partidas como la de Juana la Loca camino a su casamiento o viajes como el de Carlos V al monasterio de Yuste. Gracias a todo esto, la villa se convierte en el concejo más importante del territorio, desde donde se controlan los privilegios reales.
Laredo tiene la concesión de ayuntamiento desde el siglo XIX y su expansión hasta lo que conocemos hoy se inicia a mediados del siglo XX. Al ser un pueblo pesquero, donde abundan los marineros, se empiezan a instalar fábricas de conservas. Con la irrupción del turismo en la villa, se empieza a transformar la economía, aumenta la construcción y se inicia la remodelación del puerto pesquero.
Cerca del puerto marinero se encuentra el túnel de La Atalaya, que desemboca en la playa Soledad. Este túnel fue construido en 1863 sobre el monte de La Atalaya, con la intención de albergar un puerto-refugio que llevaría por nombre «Muelle de la Soledad». Tras varios temporales, el túnel quedó destruido e inutilizado. No sería hasta años más tarde, en 1936 y con la guerra civil, cuando se usaría a modo de refugio frente a los bombardeos. El túnel tiene una longitud de 221 metros y es peatonal. Al otro lado nos encontramos con la playa Soledad, con marea salvaje en épocas invernales y donde es muy habitual encontrar pescadores.
Es imposible no pararse a contemplar la playa de La Salvé, con una longitud de 4250 metros y su arena blanca y dorada, tan común en las playas del norte. La Salvé está fusionada con la evolución del río Asón como punto de la confluencia de aguas dulces y saladas. Frecuentada por turistas en verano, no es de extrañar ver gente dando largos paseos o infinidad de surfistas que aprovechan las bajas corrientes de la bahía para practicar ese deporte. Esta playa delimita con el puerto pesquero de Laredo, al que se une a través de la circunvalación del paseo marítimo.
Pero si hay algo que no se deja de ver nunca alrededor de Laredo, característico de la propia Cantabria, son sus montes vestidos de verde. La zona de Las Cárcobas, a 1,5 kilómetros de Laredo y a 38 metros sobre el nivel del mar, no deja indiferente a nadie. No es de extrañar que por el camino nos encontremos algún peregrino, pues es zona de paso del Camino de Santiago. Tampoco algún animal que no tiene reparo en pararse a posar para la cámara.
Desde sus altitudes podemos observar el mar Cantábrico, los espectaculares acantilados y playas salvajes que rodean a este lugar tan increíble, a esta Cantabria tan infinita.