Texto por Elena Ortega

Fotos por Flaminia Pelazzi y Elena Ortega

Este antiguo pueblo marinerode El Hierro, construido sobre una lengua de lava entre acantilados, fue rescatado del abandono y convertido en destino vacacional por losvecinos. No obstante,su aire enigmático y el solitario entorno que lo envuelve hacen de él un lugar único en el que encontrar arte inesperado, baños salvajes, misterio y mucha calma.

La orografía abrupta de El Hierro deja paisajes casi irreales, de secretos encajonados entre acantilados volcánicos. Por suerte, la Isla del Meridiano cuenta con observatorios repartidos por sus puntos más estratégicos para acercar fascinantes panorámicas de ellos. Es el caso del mirador del Pozo de las Calcosas, que nos introduce en un poblado insospechadoque se asienta en una bahía natural de la zona de El Mocanal, en el norte de la Isla.

Junto al mirador, la parte alta del pueblo acoge una pequeña ermita que muestra el camino hacia el sobrecogedor caserío. Llegar hasta él es solo parte de su encanto. Para hacerlo habrá que descender por una empinada escalera que conduce hacia el más puro sosiego mientras exhibe la escarpada costa bañada por el Atlántico.Una enorme escultura de Neptuno, realizada con materiales reciclados,da la bienvenida. Es obra del artista canario Rubén Armiche, que la creó en 2007 utilizando cemento, sacos de tela y residuos aportados por los residentes como gran ejemplo de sostenibilidad ante la imposibilidad de estos para deshacerse de los voluminosos residuos.Con cuatro metros de altura, la cabeza del dios del mar alberga en su interior restos de electrodomésticos. La imponente versión de Neptuno custodiando el poblado resulta inquietante y, por unos segundos, haceque dudemos entre continuar o regresar, pero hemos venido a conocer los entresijos de este rinconcito y la aventura ha de continuar.

Pronto empiezan a sucederse estrechas callejuelas flanqueadas por casas que nos transportan al pasado como si derepentenos encontrásemos en un poblado bimbache. Estas «casas pajeras»son de gran interés, ya que presentan la arquitectura tradicional herreña de paredes de piedra y tejados de colmo, y ¿qué mejor que este fabuloso museo al aire libre para ahondar en la cultura de la Isla?

En la misma ubicación hay constancia de asentamientos desde el siglo XVII, de pobladores atraídos por los recursos de los que disponía la zona. Los principales eran un pozo de agua y lascalcosas, una planta autóctona conocida como vinagrera en el resto del Archipiélago y que ha sido muy utilizada en la medicina popular canaria. Estos dosbienes le dieron nombre al pueblo.Las antiguas viviendas fueron recuperadas por las familias de la cercanalocalidad de El Mocanal como casas de vacaciones para evitar tener que hacer diariamente el intrincado camino a la costa.

Elambiente desolado y mágico que destila el Pozo de las Calcosas lo convierte en uno de los lugares más especiales de El Hierro.Aquí, la calma, tan característica de la Isla,se hace más notable, y el silencio, únicamente irrumpido por olas intrépidas, invade hasta el alma.

Continuamos nuestro paseo por el laberinto decallesde basalto que se mimetizan a la perfección con el sigiloso entorno.Acompañados por el rugido del mar, seguimos avanzando entre ese entresijo pétreo hasta alcanzar la costa y, con ella, el tesoro más preciado de los lugareños, una piscina natural acariciada por la nívea espuma marina. Caricias que a veces se convierten en azotes,lo que hace que su uso sea desaconsejable.Muy cerca, la lava también dio forma a un charcoen el que es posiblepegarse un chapuzón cuando el oleaje lo permite.En una isla en la que abundan las piscinas moldeadas por erupciones volcánicas y por la erosión del mar, la del Pozo de las Calcosases indispensable. A ella saltamos para emocionarnos, un poquito más, con el halo misterioso de este escondite herreño.