Texto por Raquel Álvarez

Fotografías por Dominic Danhcke

La Veta no es solo una coqueta, recóndita y paradisíaca cala del municipio de Tijarafe, en el noroeste de La Palma. Es muchísimo más: una deliciosa excursión, una bocanada de libertad, una sorpresa acantilada, un remanso de paz regado por un Atlántico fluctuante… Una poderosa razón para comprobar que la llamada Isla Bonita empieza en el mar y que al conocer algunos rincones, como este, casi no dan excesivas ganas de seguir explorando.

Sí, La Palma tiene bastantes playas y su comarca noroeste, también. Es más, uno de los municipios de menor población de esta parte, Tijarafe, puede presumir de contar con una de las más coquetas, salvajes y bellas de la conocida como Isla Bonita: La Veta. Tan convincente que parece lanzar el claro mensaje de que La Palma se hace acreedora de ese adjetivo de bonita, reconocido mundialmente, desde sus pies bañados de Atlántico, y no ya por su profuso verde, su impresionante Caldera de Taburiente o tantos parajes dignos de tiempo, buenas cámaras y ganas de disfrutar y desconectar.

La Veta sorprende por ser un compendio de lo que se les exige a las playas salvajes. Es cierto que las cabañas y la vegetación situadas justo detrás de la arena, en un área más elevada, diluyen de entrada la naturaleza virgen que se les presume a este tipo de calas. Sin embargo, la excursión por un impresionante aunque llevadero acantilado, el hecho de que haya un tramo que obliga a pasar por un pequeño túnel, que las panorámicas no muestren construcciones humanas salvo las variadas embarcaciones que atraviesan el océano o la permanente sensación de que el enclave merece de sobra la expresión naturaleza pura representan demasiados atributos como para que les pasen excesiva factura.

Ya abajo, la fina arena negra volcánica se convierte de entrada en inmejorable colchón para recuperar el esfuerzo de la bajada. Si el sol acompaña y las corrientes y el oleaje se ausentan un poco, la estancia se intensifica y los baños compensan con creces el sobresfuerzo posterior de la subida. Lo mejor, no obstante, es que casi desde el principio se tiene la convicción de que al irte de la Isla hablarás de esta playa y la recomendarás. Sin duda. Y no hay mejor resumen de su impronta, su relevancia y jerarquía. Además, y para aquellos a los que les gusta explorar el más allá de los pequeños cabos, existe otra pequeña cala de fina arena en ciertas fases del año hacia el norte, pasado El Risquito, si bien conviene extremar el cuidado al pasar, tanto por las rocas como por las posibles subidas de mar.

Llegar no es muy difícil, aunque conviene no despistarse. Tras pasar por el casco de Tijarafe, y siempre por la carretera LP-1 hacia el norte hacia el lindante municipio de Puntagorda, se ha de tomar el camino de Aguatavar, situado tras el barranco del Pinillo y antes del restaurante La Muralla. Por esta vía, que lleva también al camino de El Gallo, se descenderá tras un recorrido con numerosas curvas, fincas de plátanos, frutales, invernaderos, algunas casas y diversos estanques, hasta donde el asfalto enlaza con una pista de cemento.

En esta zona, el acantilado ya no permite seguir más y se dispone de un espacio de cemento habilitado para aparcar. Ya solo queda encontrar el cartel que señala el sendero que lleva a la playa. Una vía que, en unos 20 o 25 minutos bajando –y, claro está, un poco más subiendo–, nos regala una cala que, insistimos, demuestra que la Isla Bonita empieza a merecer ese apelativo junto al Atlántico y sin necesidad de muchas más incursiones por parajes variopintos.