Por Beneharo Mesa. Ilustración por Capi Cabrera

Francis Pérez, natural de Tenerife, es un fotógrafo especializado en la fotografía submarina que lleva veinte años capturando instantáneas del fondo del mar. Se ha sumergido en diferentes aguas de todo el mundo, como las de México, Chile, Galápagos, Filipinas y África, entre otras muchas. A su vez, también ha colaborado en revistas y diversos libros de National Geographic, donde sus fotografías han llegado a ser portada, y recientemente ha sido galardonado con el premio Wildlife Photographer of the Year.

¿Cómo empezó en el mundo de la fotografía?

Empecé a bucear hace más de 25 años y con la fotografía submarina hace unos veinte aproximadamente. Al principio empecé a participar en concursos de fotografía submarina de la Federación de Actividades Subacuáticas como acompañante de un amigo, por aquel entonces con el formato analógico –diapositivas–, y poco a poco me fui metiendo en el mundillo de la fotografía submarina.

¿Siempre tuvo claro que quería hacer fotografía submarina o se decantó más tarde por ello?

Después de unos cinco o seis años de empezar a bucear, e influenciado por esos campeonatos de fotografía, empecé a sentir la necesidad de mostrar todo aquello que veía bajo el agua y fue así como me compré mi primera cámara y carcasa, y al agua. Lo primero fue el buceo, el interés de la fotografía vino después.

¿Qué le supone profesional y personalmente ser galardonado con el premio Wildlife Photographer of the Year?

Pues es un galardón al que todo fotógrafo de naturaleza aspira, es una plataforma global para fotógrafos aficionados y profesionales por igual. Se presentan unas 50 000 fotografías de fotógrafos de 27 nacionalidades, por todo esto es una satisfacción personal increíble. Desde el punto de vista profesional obviamente es interesante, porque es un escaparate mundial donde no solo se ve la fotografía premiada de cada fotógrafo, sino su trabajo a través de la información mostrada en la web y redes del museo, así como en la exposición impresa, que la ven millones de personas, y ahí surge el networking. Es algo muy importante para el currículum.

De todas las fotografías que ha realizado, ¿de cuál se siente más orgulloso?

Es difícil de decir… Uno nunca quiere dejar ninguna fuera. Me siento orgulloso de estas dos premiadas, la de la tortuga enmallada del World Press Photo 2017 y esta del calderón con la aleta seccionada del Wildlife Photographer of the Year 2020, porque tienen un mensaje conservacionista muy potente y porque en el caso de la primera se ha convertido en un icono de la lucha contra la basura en los océanos.

Por otro lado, una foto ya más bonita y que tendré en mi memoria siempre fue la portada del libro de Sylvia Earle, libro editado por National Geographic, donde una bola de peces se abre ante la entrada de una apneísta. Es una foto que despierta empatía y serenidad, y a la vez atracción por el océano. Al ser el libro de Sylvia Earle y de la edición mundial editado por National Geographic, fue todo un orgullo.

¿Cree necesario seguir apostando por la fotografía o el fotoperiodismo?

El fotoperiodismo es más necesario que nunca para seguir concienciado de los problemas actuales. Siempre lo he dicho: creo firmemente en la fotografía como herramienta de información, educación y por ende de conservación. Como se suele decir, aunque parezca un tópico, «una imagen vale más que mil palabras». Para llegar a la gente hacen falta muchas personas tales como científicos, divulgadores, naturalistas, pero lo que sí es cierto es que la fotografía juega un papel muy importante como canal de información y la fotografía de los océanos aún más, sobre todo por aquello de que el 70 % de la superficie de nuestro planeta es agua.

Cuando hace fotografías como la de la tortuga atrapada en la red o por la que ha sido premiado, la del calderón, ¿qué se le pasa por la cabeza al disparar con la cámara? ¿Se abstrae de lo que ocurre?

No, nunca me abstraigo. Obviamente, una parte de mi cerebro tiene que pensar en los ajustes de la cámara, pero para mostrar con total crudeza lo que está pasando hay que conocer el problema, incluso al animal. Por la cabeza nunca pienso en tal o cual concurso, no salgo al mar pensando en presentarme a concursos, eso lo hacía en los inicios y creo que pensar en ello tampoco es muy bueno. El estar premiado, por supuesto, es una satisfacción personal increíble, pero, como decía Kipling, «el éxito y el fracaso hay que tratarlos como dos impostores que son». Por lo tanto, a seguir trabajando como siempre.

¿Cuánto le puede llevar hacer estas fotos? ¿Cuál es el proceso?

Pues depende un poco. Hay fotos que no se preparan, que son fruto de muchas salidas al mar, de que ese día estabas en el lugar adecuado en el momento justo; no son fruto de la casualidad, sino de la constancia. Después hay otras que pueden llevar varios días, varias inmersiones, fotos en las que hay que esperar la mejor luz, la mejor marea, cuando no haya viento. Es igual con las fotografías de tierra, porque hay fotos que en el momento del disparo ya está la mayor parte del trabajo hecho. ¿El tiempo para hacerlas? En algunos casos puede ser mucho; por ejemplo, el tiburón, que solo aparece en determinada época del año, o lo sacas cuando está o hay que esperar al año que viene. Lo mismo con las estaciones. Hay lugares donde hay que esperar al verano porque el sol da en el lecho marino mejor en esa época, y así en infinidad de situaciones. La foto ideal es difícil, uno piensa en que la foto siempre se puede hacer mejor.

¿Qué es lo mejor de su trabajo?

Me permite estar en el mar. La fotografía me ha dado la excusa perfecta para estar donde me gusta: cerca del mar.

¿Y lo peor?

Lo caros que salen los equipos y moverse con ellos [risas].