Por Francisco Belín

Ilustración por Ilustre Mario

Que aquella parada insólita y obligada había servido –se da cuenta ahora– no solo para recobrar fuerzas, sino para reflexionar. Más aún, para interiorizar aromas y sabores gastronómicos revividos, al resguardo del hogar, en anteriores senderos hollados a lo largo y ancho de las Islas.

Por ello la viajera, el viajero, reajusta con brío su equipaje con una guía prodigiosa como acompañante: mirar de otra forma los guisos marineros humeantes, las sopas cargadas de sustancia marina, los guisos atlánticos según las mañas de mujeres y hombres que sabían cómo tostar un buen fondo para el arroz.

Es que en aquellos tiempos en los que todo quedó en el impasse renacía instinto o intuición, no sé yo: una lata de caballa (quién pudiera encontrar aquellas de la otrora esplendorosa industria conservera de La Gomera), una batata del jable al punto; aceite y un chorrito de vinagre macho o de los de solera macerados con plantas silvestres.

Para rematar el conjunto, la pimienta picona bien ensamblada: ¡sabor a mar con tan poco! Exacto –se convence el viajero, la viajera–: ahí radican los quilates de una dieta tan agradecida por generaciones de canarios que con ese tan poco enriquecía la mesa con el correspondiente vaso de vino.

A punto de partir, la viajera interioriza, como dijimos, otra forma de agradecer una cazuela, un sancocho, un escacho palmero, unas potas en salsa… En el fragor de la casa, y mira que ha tenido tiempo, se ha puesto a las ollas y con delantal; ha picado cebolla de Los Carrizales (qué rica esta del caserío de Buenavista) y zanahoria; ha cortado en rodajas el mero para intentar una gallegada como se acostumbra en el Puertito de Jandía, en Fuerteventura.

Como con aquella lata de caballa y vinagre macho, en sus ensayos ha creído advertir filamentos sápidos tan delicados como potentes de una morena encebollada que preparaba su abuelo herreño. ¿Por qué es tan suculenta esta sartenada de lapas? ¿Qué clave tenía aquel caviar gomero, simples huevas de caballas con aceite de oliva, que hoy pudiera emularse?

Ya que estamos en La Gomera, ¿y el bonito en conserva? Le parece al viajero otra reliquia –al igual que los burgados en vinagre–, estandarte en la isla por la que pasó Colón para la aguada previa al gran descubrimiento. La fórmula se remonta a los antiguos pescadores y consistía en cocinar durante varias horas las piezas de grandes ejemplares cubiertos de agua de mar.

A estos, una vez enfriados, se les desprendían las pieles y las espinas, y se cubrían de un buen aceite de oliva en frascos que luego sumergían en agua hirviendo para esterilizarlos y, así, aumentar el poder de conservación durante años. De nuevo, efectivamente, ¡sabor a mar!

La viajera, el viajero, paladea de antemano la sopa de lapas, cangrejos y burgados de La Restinga (El Hierro); pero ya no con la sola intención de comer y disfrutar. Sabe que hay algo más profundo, término inherente al océano. Está convencido de que Canarias aporta grados inigualables de sapidez marina a través de una jarea bien preparada, de unos tollos compuestos, unos fideos con caballas…

Ahora sí, el viajero, la viajera, lleva la mochila al hombro y parte dispuesto a comerse Canarias.

De otro modo.