Por Galo Martín Aparicio

Ilustración por David Ferrer

Aunque ya no las envíe, Juan Cruz escribe postales disfrazadas de artículos y libros con los que arrulla a la memoria. Su último libro lleva por título Viaje a las Islas Canarias, publicado por Aguilar. Un archipiélago de universos flotantes con dimensiones de continente en miniatura. Como la infancia, ese rincón diminuto, pero profundo como un abismo, en la cronología personal al que siempre regresamos.

Juan Cruz, oriundo de Puerto de la Cruz (Tenerife), se define como bien queda. Vive en Madrid provisionalmente desde hace cuarenta años. Es isleño, y su horizonte, mesetario. Escucharle deja restos de salitre en los oídos.

Es periodista y escritor, ¿qué oficio es el mar y cuál es la isla?

Las dos cosas se juntan en una palabra, que es persona. Desde muy niño tuve la pulsión del periodismo. Creo que no hay diferencia alguna entre la isla y el mar. La isla es el mar.

¿De dónde vino esa pulsión por el periodismo?

Mi padre siempre llevaba una libretita en la que apuntaba cifras, no era un hombre letrado. Mi madre aprendió a leer conmigo y yo me hice periodista por ella. Una vez llegó un recorte de periódico a casa sobre un suceso que había ocurrido en La Palma y ella me lo leía cada día. A mí me entraron ganas de escribir de esas cosas.

Su última postal.

Hace mucho tiempo, supongo que a mi madre y no sé de dónde fue. Seguramente del extranjero. A mi madre le gustaba mucho que yo me acordara de ella en el extranjero. El verso al que yo aludo muchas ocasiones de un poeta alemán, Michael Krüger, “A veces la infancia te envía una postal”, ha sido el eje de mis entrevistas a otras personas. También es el eje de toda mi literatura.

De niño escribía las cartas que las mujeres de Puerto de la Cruz enviaban a sus maridos emigrantes en Venezuela…

Las mujeres venían a verme y me dictaban. Me dictaban de corrido el principio de la carta: “Querido marido, me alegro de que al recibo de esta mi carta te encuentres bien de salud. Nosotros por aquí bien, gracias a Dios”. Luego, ellas no lo decían, pero yo lo ponía, punto y aparte. En el punto y aparte venían todos los desastres de la humanidad.

En Galicia el mar quita y da, en Canarias es horizonte y límite, en Madrid ¿qué significa su ausencia?

Incertidumbre. El mar a un isleño le prolonga la esperanza de mirar. El mar siempre varía. Nuestro horizonte peninsular, mesetario, no está completo. Tú sabes que después de lo que ves seguirás viendo algo parecido. Mientras que el mar crea un espacio de incertidumbre extraordinario. Esa incertidumbre tú la llenas de imaginación, dolor o esperanza. Es como un interrogante. Al final de esa llanura de agua hay como un abismo y sigue siendo el abismo mientras te vas. Tú te vas de aquí y, de pronto, te encuentras con Ciudad Real. El mar no existe hasta mucho más tarde. No es lo mismo la tierra firme que el mar. Una isla es tierra firme con mar. Esa combinación es una extraordinaria oportunidad de poesía.

¿Qué es más útil para mirar nuestro lugar de origen: el tiempo, la distancia o los ojos del forastero?

La sorpresa. Un paisaje no es siempre el mismo. Tienes que mirar al cielo para ver cómo cambia el paisaje. Si ves las nubes van configurando otros paisajes. Tenerife es la isla más diversa del archipiélago. Vas caminado y todo camino es nuevo con respecto al anterior. Tienes que estar preparado para sorprenderte y amar lo que ves, pero sobre todo hay que amar a la gente que ve contigo.

¿Viajamos por el hecho de viajar o para ver lo que nos han contado que veamos?

Yo viajo para ver gente haciendo cosas.

¿Recuerda haber vivido alguna maravilla terrible de la naturaleza?

A mí me asusta el abismo. Estando en Dover me obsesionaron tanto sus Acantilados Blancos cortados en pico que me imaginé yo cayendo por ellos. Recuerdo que yo tenía la costumbre de llamar a mi madre todos los días desde donde estuviera. Ese día llegué a Londres muy de noche y no puede llamarla. Al día siguiente lo hizo ella a mí porque había soñado que yo había tenido un accidente. Las madres leen la realidad de sus hijos.

¿Cuándo dejó de ser una aventura viajar?

Cuando se convirtió en una rutina. A mí, más que el paisaje, lo que me interesa es llegar, ver y contar.

¿Prefiere viajar solo o acompañado?

Me gusta la soledad. Me gusta que no me pregunten, sobre todo que no me pregunten mucho.

¿Cómo afecta la soledad o la compañía a la mirada durante un viaje?

La mirada es individual. ¿Tú te das cuenta de lo que se pregunta cuando alguien está mirando algo o quiere recordar algo que vieron juntos? “Te fijaste lo que dijo…”, “Te fijaste en aquello…”, “Te fijaste…”. Nosotros nos fijamos. El viajero contemporáneo se fija. El periodista se fija. El ser humano que habla de otro se fija. Fijamos cosas, paisajes. ¿No será que estamos mirando con un tomavistas? De hecho ahora para fijar, en lugar de mirar, grabas y en seguida lo compartes. Contar es ver de nuevo.

¿Qué siente cuando ve un lugar y no se corresponde con el recuerdo que tiene?

Decepción. Tú piensas en la Toscana y piensas en Dante, pero luego la Toscana es un sitio con bares e insuficiencias. La poesía está dentro de nosotros.

¿La industria turística qué es más: inculta o un mal necesario?

Es un negocio y los negocios no tienen cultura. Tienen maneras de perpetuar sus beneficios.

¿Pasaporte diplomático o una máquina del tiempo?

No me gustan los pasaportes. Cuando era joven periodista me lo quitaron por hacer un artículo que no le gustó al gobernador civil de la provincia. Entonces me dieron un pasaporte para un solo viaje. Me gustó ese pasaporte. Un pasaporte para un solo viaje.

Son las nueve de la mañana, una hora menos en Canarias”, ¿qué hacen los insulares en esos sesenta minutos descarrilados?

Caminar hacia atrás para encontrarnos con los rezagados peninsulares.