Por Galo Martín Aparicio. Fotografías por Felipe Hernández Durán

 

Álvaro Vizcaíno cambió el humo y la burocracia de Madrid por el viento, la arena y el océano de Fuerteventura. En esta isla canaria salvaje se exilió para surfear y para dar caza y captura a un propósito vital que le colmase su vida. Mientras lo hacía vivió experiencias y conoció gente estrafalaria por igual. Un día de septiembre de 2014, siguiendo un impulso, se adentró en el barranco de Pecenescal. Un camino entre las grandes dunas del sur que mueren en el lado norte de la playa de Cofete. Un acantalido por el que resbaló, colgó y se lanzó al vació para esquivar el típico desenlace en este tipo de situaciones.  Álvaro tuvo la suerte de caer en el único hueco que había y de la manera menos lesiva para su cuerpo. Con la cadera y un brazo roto, desnudo, sediento e indefenso como un polluelo, tuvo que enfrentarse a los elementos y a sus propias emociones durante 48 horas en soledad. Este accidente es el desenlace de su historia y que cuenta en el libro Solo, publicado por Ediciones B, del grupo editorial Penguin Random House. Aunque como el propio Álvaro dice, “Nunca estoy solo, siempre estoy conmigo”. 

 

¿Qué te gusta de Fuerteventura?

Fuerteventura es mi rincón del mundo. Una burbuja a la que me puedo escapar para ser yo mismo. Representa libertad y enfrentarme a la soledad. El desierto es el mejor espejo en el que nunca te puedes mirar. El desierto de Fuerteventura para mí significa mucha introespección.

¿Cuál fue tu excusa para acabar viviendo en aquella isla desértica? 

Es un exilio voluntario en busca de propósito vital. La historia del libro va de eso. Fuerteventura va de eso. La isla es un lugar perfecto para estar en contacto contigo mismo y sin ruido. 

Hace años, con un socio que estaba en Fuerteventura montamos una empresa de comercio electrónico en el sector turístico. Nos fue muy bien. Un día me llamó y me ofreció un nuevo negocio en paralelo: convertir un complejo residencial de villas y campo de golf en un hotel. A mí me pareció un desafío súper interesante. Mi motivación inicial fue trabajo y negocio. Es verdad, también quería volver a la isla, donde anteriormente ya estuve viviendo. Quería contactar otra vez con todo lo que me ofrecía Fuerteventura, sobre todo el surfing.      

¿Ese exilio voluntario era una huíada o un acto de rebeldía contra tu vida de ese momento?

No me llenaba la vida prefijada que tenía en Madrid. Con la ciudad siempre tengo una dicotomía. Madrid me encanta, aquí encuentro cosas que no hay en sitios tan tranquilos como Fuerteventura, muchos incentivos, motivaciones, y me gusta alternarlo. Pero realmente me asfixia. Su ritmo, geometría, etc. Quería que mi vida tuviera más significado y aventura. 

¿Qué has encontrado en Fuerteventura?

Lo que buscaba. Escribiendo el libro de Solo me he dado cuenta de que lo que buscaba era propósito vital. Me aterrorizaba que mi vida no tuviera sentido. Un sentido que yo le pudiera otorgar. Ahora me he dado cuenta de que la vida no tiene un sentido en si mismo, salvo vivirla. Lo único que hay es el presente. Para saber eso hay que estar completo. Hay que completar lo que falta. A través de las experiencias que tuve en Fuerteventura, de los personajes que conocí allí, con las teorías que topé y la prueba de supervivencia con la que me tuve que enfrentar, todo esto se encajó perfectamente.  

¿Tu rincón favorito de Fuerteventura es…?

La playa de Cofete es el lugar más increíble que hay en la Isla. Un arenal salvaje de 10 o 12 kilómetros de largo. A su espalda hay una cordillera montañosa que le hace casi ser inaccesible. Solo hay un punto por el sur o por el norte (desde donde intentó acceder Álvaro), pero bajando un acantilado. Es un escenario apenas tocado por el hombre, tan batido por la fuerza del mar y los elementos que cuando llegas ahí sientes su inmensidad y que eres pequeño.   

¿Qué hacías en ese sitio?

Se da la circunstancia de que una persona importante en mi vida (Ona, expareja de Álvaro) me llevó a ese lugar antes. Me quedé alucinado al contemplarlo. Llegar no es sencillo. Es recomendable ir con un 4×4, hay que atravesar un valle reseco, luego las dunas del sur de la isla, donde hay que dejar el coche y caminar un kilómetro hasta llegar a un acantilado (barranco Pecenescal, donde se ha filmado la película de Star Wars). Es como el fin del mundo.  Desde las dunas se ve la playa de Cofete. En ese punto perdí los pies y caí. 

Mi motivación para ir ahí fue que había dormido en el sur de la isla y de camino a mi casa, que está en el norte (Corralejo), vi aquel camino que ya había visto antes. Fue como un… (chasca los dedos). Era un día maravilloso de sol de septiembre y me dije: “¿Joder, cuántas veces estoy por aquí?” y pegué un volantazo en dirección al camino aquel. Fue un impulso. De alguna manera quería recordar aquel momento que compartí allí con Ona.   

“Esto no está pasando”, ¿cuántas veces te lo repetiste durante aquellas 48 horas?

Lo primero fue negarlo, “Esto no está pasando”. Lo segundo fue enfado conmigo mismo, de recriminarme, “¿qué haces aquí?”. Lo tercero fue un pánico tan grande que se me ablandaron los músculos y notaba que me caía. En el transcurso de la caida conseguí detenerme, pero pronto volví a escurrirme y seguí cayendo por aquella pared de arena. La acción del viento y la humedad sobre una inclinación de 45o hace que se solidifique y se convierta en una superfice dura, como el hielo. La duna tira arena por encima por el viento, lo que hace que se genere una capa de arena suelta que al pisarla te hace caer. 

¿Vuelves a ese lugar con frecuencia? 

No. Fui una vez con un amigo fotógrafo y me hizo la foto que aparece en el libro y otra vez más para enseñarles el lugar a los del rodaje de la película, equipados con cuerdas y arneses. Ahora el sitio me impresiona.  

¿Plantearse la posibilidad de saltar fue una bendita temeridad que te salvó la vida?

No había otra opción, me iba a caer igualmente. Sí, otra opción podía haber sido aguantar hasta caer, pero como me iba caer,  de espaldas, desde esa altura (10 metros), con las rocas abajo, las posibilidades de matarme eran altas. Salté para tratar de controlar el impacto. 

¿En qué le dio tiempo pensar mientras caía? 

Me empujé todo lo fuerte que pude del acantilado, me giré de lado para protegerme y ofrecer mi costado para amortiguar el impacto. No recuerdo nada más de ese momento. Todo fue muy rápido, enseguida sentí un gran impacto. Sin embargo, me sentí consciente y me dije: “Perfecto”. 

Con la cadera rota por dos sitios y un brazo también roto nadaste durante dos horas para alcanzar un bote. Fue que le rescataran y entrar en hipotermia, a 30 grados, ¿la relajación nos ablanda? 

En cuanto escuché a mis rescatadores que les habían confirmado que venía un helicóptero a rescatarme entré en shock. Hipotermia, temblores, el cuerpo se relajó por fin. Realmente es necesaria la tensión y la relajación. Lo que yo he aprendido de esta experiencia es que tenemos diez veces más fuerza de la que creemos. También que la fuerza no proviene de la lucha, sino de la aceptación de lo que está pasando. Es curioso ver cómo encuentras una fuente de poder ahí, incluso más fuerte que luchando. Yo no sé cuándo cada uno tiene que luchar o rendirse, en el sentido de aceptar. A veces usamos nuestra energía contra algo y estás malgastándola.

¿En una situación tan extrema como la que tú viviste da tiempo a ser tan racional? 

En situaciones límites todo el mundo tiene varias reacciones. Esto lo dicen los psicólogos. Huyes, luchas, te enfrentas, o te paralizas. A mí lo que me pasó es que estaba en un momento de acción continúa. Para mí la supervivencia fue acción. Acción en el sentido de que venían emociones sin parar, pero que no me invadieron, no me paralizaron. Todo el rato estuve pensando en mis posibilidades: ¿Cuánto voy a aguantar con esta botella de agua?, ¿cuánto puedo estar sin comer?, ¿cuántas horas voy a aguantar expuesto al sol?, ¿cuánto voy a poder a aguantar el olor de mi herida?. Todo eran decisiones estratégicas. 

¿Qué le provocó más miedo durante su percance: la soledad, el agotamiento, el dolor, la angustia, la desperación?

La muerte en si misma y estar solo, pero de lo que me di cuenta es que también hay cosas más importantes que morirse: hacerlo con asuntos pendientes. Eso es aterrador. Los cristianos lo llaman el Juicio Final. Es algo que tú haces cuando te asomas a la muerte y te viene como un flechazo las cosas de las que te arrepientes, por haber hecho o por omisión. A veces es contigo mismo. Yo quería salvarme y me agobiaba no estar en paz, no morirme en paz. 

¿Te sorprendió tu reacción ante semejante situación?

El surfing te prepara mucho, a nivel físico, mental y emocional. Al vivir en Fuerteventura lo hago en comunión con el mar. Y el mar allí es muy fuerte. Todo el rato estás entrenando tus emociones y ansiedad. Esa preparación tiene algo de espiritual. Todo eso te prepara, creo, para algo así. 

¿Te alegras de que te ocurriera aquello?

El tema es muy complejo porque no se puede borrar el pasado. He descubierto que tu mayor dificultad puede ser tu mejor oportunidad en la vida. A mí mi vida se ha empeñado en demostrármelo. De esta experiencia, que no pasaba de ser una batallita que contaba en bares, ha salido una película, he escrito un libro, me ha generado muchas preguntas a mí mismo, me he enrolado en cursos de coaching, de psicología transpersonal, he conocido a un montón de gente que me ha ayudado a entender muchas cosas de mi vida. Me he dado cuenta de que esto es un regalo. También me he dado cuenta de que con algo extremo se explica todo lo anterior. Si alguien lee el libro creo que se va a dar cuenta de que puede extrapolarlo a su vida. En él hablo de miedos y emociones que todo el mundo puede vivir. Entonces, lejos de negar aquella experiencia la acepto como un regalo.   

¿Por qué cree que soñamos demasiado en vez de vivir la vida?

Esa respuesta la tiene cada uno y es la sinceridad. Los pensamientos tienden al infinito y te engañan. Incluso las emociones son puntuales. En cambio el miedo es certero. Cuando guías tu propio miedo sabes que estás en el objetivo adecuado. La acción es lo que define la vida y no las palabras. Definitivamente, hay que ir a por tus sueños, si no sabes cuáles son fiáte de tu miedo. 

¿A tu vida le sobra acción y le faltan palabras?

Me he contertido en speaker, doy conferencias. Eso se ha convertido en mi propósito vital. Me ha dado cuenta, delante de un público que ha escogido venir, de que yo comparto mis vivencias y conclusiones, me conecto de verdad con ellos con lo que estoy contando. Mi autenticidad es contar todo tal cual es, sin adornos. Como en el libro.  Todo eso y ver las reflexiones que hace la gente de su propia vida para mí es maravilloso. Es otro tipo de acción, es un espacio íntimo en el que yo entro conmigo que los demás también consiguen. Y eso solo se logra siendo sincero, honesto y hablando de corazón. Eso tiene poco de acción externa y mucho de acción interna. 

¿Crees que hay más insatisfechos vitales o personas que disfrutan de su cotidianidad? 

Creo que hay un equilibrio genial en el sentido de que cada uno tiene que decidir si está satisfecho o no. Mi vida y mis conclusiones no son exportables. Tiene que haber personas que disfruten de la cotidiano y otras insatisfechas, porque también salen muchas cosas de ambas: personas y situaciones maravillosas. Sin ambas la vida no avanzaría. Creo que todos, de alguna manera, estamos insatisfechos, es normal. Eso es ser humano. La insatisfacción es humanidad. Creo que el mono cambió su comportamiento, su manera de hacer las cosas, por pura insatisfacción con su situación.  

¿Cuándo y cómo se te ocurrió escribir el libro? 

Empecé a hablar con Hugo (a la postre director de la película Solo). Le conté historias y conceptos, ideas, que a él le parecieron interesantes para hacer una película. Ayudando a hacer la película yo me frustraba porque veía lo que no contaba de mi historia. Entonces Hugo me dijo: “Álvaro, esto es una película, todo lo que me cuentas no cabe. Escribe un libro”. 

¿Qué fue lo que te resultó más complicado de escribir el libro?

Me di cuenta de que la parte del accidente la escribí de una tacada. Esa parte es autobiográfica. Me costó revisarlo porque tenía que revisar momentos. Esta historia la he contado mil veces, pero todavía se me ponen los pelos de punta cuando lo hago. La técnica literaria para crear tensión, generar expectativa, engarzar todo eso ha tenido su dificultad.  

¿Cómo fue ver desde una sala de cine lo que le sucedió?

Fue impresionante la primera vez. Solo la he visto dos veces y no sé si quiero verla más. 

No parece fácil morir, ¿eh?

Morirse cuesta. Somos más duros de lo que creemos. Pensar en la muerte genera una urgencia de vida. Lo único cierto es la muerte y la soledad. Lo demás; la enfermedad, el sufrimiento, el fracaso y lo que está por venir, son previsiones de futuro.