Aranzazu del Castillo Figueruelo
De manera equivocada algunas personas sitúan el origen de la palabra adolescente en el término adolecer. Este proviene del latín, dolescere, y significa “dolerse” o “enfermar”. Esta forma de entender la adolescencia, bastante frecuente, por cierto, encaja con una visión global negativa de esta etapa fundamental de la vida.
Por el contrario, la mayoría desconoce el verdadero origen de la palabra, asociada a aspectos mucho más positivos. La adolescencia, en latín adolescentĭa, proviene del verbo latino adolescere, que significa “crecer”. Y no solo eso, si vamos más allá y desmenuzamos este vocablo en sus partes y, además, nos remontamos a los orígenes del mismo encontraremos otros significados asociados también bastante positivos (nutrir, crecer, alimentar, aumentar, desarrollarse, etc.).
La adolescencia es esa etapa de la vida de una persona que comprende entre los 12 y los 24 años. Es un período de grandes cambios -físicos, psicológicos y sociales- y, como es natural, en él se genera cierto desbarajuste y muchos intentos de adaptación. Es una época de intensidad y variaciones emocionales, así como de continua búsqueda de la propia personalidad, que está en plena construcción. No digo que sea un momento vital sencillo. No lo es para quien la atraviesa, como tampoco lo es para quien la vive desde cerca (padres, hermanos, educadores, etc.). Es un periodo de grandes retos para unos y para otros.
Esta es la conceptualización más extendida de la adolescencia. La literatura y la industria del cine se han encargado de añadir matices dramáticos a la misma. De esta manera, al final, todos acabamos dando por hecho que la adolescencia es una época truculenta, por la que todos debemos pasar y a la cual se puede poco más que sobrevivir. Consecuentemente, los adolescentes son a priori etiquetados como despistados, desconsiderados, desconectados, impulsivos, irresponsables etc.
¿Sabías que las personas somos sensibles a la información que recibimos de los individuos de nuestro entorno, especialmente de aquellos que son importantes para nosotros? Esto es especialmente cierto en el caso de los adolescentes. Una de las informaciones que los demás transmiten es la imagen que se han hecho de nosotros. Si uno considera que la adolescencia es complicada y que los adolescentes no tienen remedio, esto acabará transmitiéndose de una u otra forma (expectativas, comunicación verbal y no verbal, etc.). Este mensaje no es determinante de cómo se comportará el adolescente, pero tampoco es inocuo.
Entre los 12 y los 24 años se producen una serie de cambios en el cerebro del niño que favorecen una transformación total en su manera de pensar, sentir y actuar. Es un momento de máximo crecimiento y oportunidades. En lugar de ignorar o sobrellevar los cambios, estos deberían ser estimulados, pues serán la base para el desarrollo de un adulto más sano y vital.
Los siguientes cuatro aspectos destacan durante la adolescencia y en realidad, constituyen su esencia:
- El adolescente tiene sed de novedades. Esto se traduce en una actitud de apertura ante la vida y de búsqueda de nuevas formas de vivirla constantemente.
- Vive intensamente. Experimenta las emociones de manera amplificada, tanto las buenas como las malas, lo cual aporta “color” a la vida y contribuye a que se sienta vivo.
- Vive por y para sus amigos. Es un momento de distanciamiento respecto a los padres y de búsqueda y creación de vínculos con las personas de su edad. Dedican gran parte de su energía a construir y mantener esta red de apoyo.
- Son inconformistas. Cuestionan lo establecido y buscan formas diferentes y creativas de hacer las cosas.
Por supuesto, cada una de estas características tiene su lado delicado o peligroso. Pero ese ya es de sobra conocido. El desafío para quien vive la adolescencia y para quien la observa es encontrar un equilibrio y una forma conducir la energía que comporta hacia formas positivas de desarrollo.