Por Juan José Ramos Melo 

En ese momento en que los fríos vientos del norte invaden centro Europa comienza una dura y épica aventura que tiene su final entre las ramas de las viejos cedros del Parque Nacional del Teide, un viaje único y desconocido hasta hace unos pocos años fruto de una fiel relación entre los frutos de los exclusivos y amenazados cedros canarios y un mirlo viajero originario de las zonas montañosas del viejo continente.

El mirlo capiblanco es el protagonista de esta hazaña, una especie de mirlo de color negro algo mayor que el que encontramos en nuestros campos, jardines y bosques, con un marcado collar de color blanco que le cubre buena parte del pecho, como si se tratará de un babero.

Son de las últimas aves en partir hacia el sur. Se van cuando ya quedan pocas aves en el bosque, las cumbres lucen sus blancas laderas, escasean los árboles y arbustos con frutos y la oscuridad de la noche se prolonga. Comienza un viaje no exento de dificultades, que les llevará hasta las cumbres más altas del norte de África, donde pasarán el frio invierno alimentándose de los frutos de las sabinas, enebros y cedros que pueblan las laderas del Alto Atlas marroquí y el Atlas Telliano en Argelia y Túnez. Tras realizar una gran parada para reponer fuerzas en las zonas montañosas de la cuenca mediterránea, en lugares como Sierra Nevada y las sierras béticas en tierras andaluzas.

Algunas de estas aves vuelan más al sur, hasta el Antiatlas marroquí donde permanecen alimentándose en los escasos arbustos que sobreviven por arriba de los mil metros de altura. Los más aventureros, solo unos poco, hacen un viaje único y desconocido hasta hace escasos años, llegan hasta las cumbres de la isla de Tenerife para alimentarse de los frutos de los cedros canarios que han sobrevivido centenares de años refugiados en las paredes más abruptas e inaccesibles de las Cañadas, al pie del volcán Teide.

En el pasado especies como el cuervo se alimentaban de sus frutos y hoy en día son pocos los que frecuentan las cumbres de la Isla por el abandono del campo, la caza, los venenos y en general el cambio de modelo de desarrollo.

El trabajo que antes hacían los cuervos, hoy queda en manos de los mirlos capiblancos, que se alimentan básicamente de los frutos del cedro canario. Beatriz Rumeu en su tesis doctoral, bajo la dirección de Manuel Nogales, investigador del grupo de ecología insular del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, indicó que al parecer, las semillas de estos frutos tienen más posibilidades de germinar, ya que los ácidos que se encuentran en el aparato digestivo de los mirlos les ayudan a romper sus capas protectoras. Además, al volar de un lado al otro de las Cañadas del Teide, las van dispersando por el territorio a través de sus excrementos, uniendo pequeños núcleos de cedro que habían quedado aislados con el paso del tiempo y el efecto del ganado. Generando una especie de relación de dependencia para el futuro de los cedros canarios en la que los mirlos llegados del frio norte parecen ser vitales para su supervivencia, ya que las aves obtienen un nutritivo y rico alimento durante el duro invierno y este amenazado  árbol endémico encuentra un claro ayudante para perpetuar la especie.

Un ejemplo más de que la naturaleza no entiende de fronteras y de que las decisiones que tomamos sobre nuestro territorio y las especies que lo pueblan tienen consecuencias mucho más allá de lo que en ocasiones podemos llegar a pensar.