Por Sofía Clavijo

Son inigualables las caricias de unas manos arrugadas que tanto han vivido y trabajado. Inigualables también sus abrazos profundos y verdaderos. Probablemente, el abrazo más verdadero que tendremos nunca, o eso creo yo.

Unos ojos que nos miran con orgullo, con ganas de vernos crecer pero a la vez, de que nos quedemos siempre pequeñitos para poder disfrutarnos un día tras otro en su regazo.

Los abuelos son la sabiduría que nos enseña y la sabiduría que al mismo tiempo nos consiente, porque saben que la vida quizás ya nos pone pruebas demasiado duras como para estar escatimando en hacernos felices.

Nos dan y nos vuelven a dar siempre lo mejor, sin esperar más a cambio que cariño. Son esas personas que nos regalan sus sonrisas, su tiempo, su primer y su último pensamiento del día.

Son probablemente los que más creen en nosotros. Es más, creo que incluso creen más en nuestras posibilidades que nosotros mismos. Algo simplemente grandioso.

Son los brazos entre los que llorábamos desconsolados cuando mamá nos regañaba y los que siempre tenían una golosina o 100 pesetas para calmarnos la perreta. Y todavía mayores seguimos buscando en ellos el consuelo. Independientemente de la edad, con nuestros abuelos seguimos guardando la inocencia de un niño.

Nunca me ha gustado la palabra “viejos”, porque creo que es un adjetivo para hablar de cosas que pierden la esencia con los años y se deterioran. Y ellos no son así. Ellos son vida, de verdad que sí. Y cada año que pasa son más vida si cabe.

Son como una bocanada de aire cuando lo necesitamos y sol cuando hace frío. Son como los últimos kilómetros antes de llegar a meta o el último pedacito de postre que guardamos para el final. Son lo especial de la vida, son el motivo de muchas cosas y el fin de otras tantas.

Hay quienes han vivido en primera persona esto de lo que hablo y que ahora lo viven a través de los recuerdos… ¡Y qué difícil es! Pero no existe mayor prueba de amor que seguir amando a alguien aun cuando no está a tu lado y está un poco lejos, concretamente allá arriba, con las que más brillan alumbrando siempre tus pasos.

Si en este instante puedes descolgar el teléfono y escuchar la voz de tu abuelo, o si puedes sentir un achuchón de tu abuela antes de que acabe el día, he de decirte que tú, sí tú, eres una de las personas más ricas del mundo…

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Una tarde en buena compañía / Patricia Clavijo