Texto:  Francisco Javier Torres del Castillo 

Ilustración: Ilustre Mario

Los bancos centrales son instituciones fundamentales para la estabilidad económica. Entre sus funciones están controlar la inflación, mantener la estabilidad financiera, emitir moneda, supervisar el sistema bancario y, en muchos casos, gestionar las reservas internacionales. Su herramienta más poderosa es la política monetaria, que emplean para influir en el coste del dinero mediante los tipos de interés y regular la oferta monetaria.

Su independencia –es decir, su capacidad para actuar sin presiones políticas directas– es clave para garantizar que las decisiones económicas se tomen con una perspectiva técnica y de largo plazo, y no por motivos electorales o partidistas. Cuando los bancos centrales operan con autonomía, se fortalece la credibilidad en la moneda, se reducen las expectativas de inflación y se protege el poder adquisitivo de la población.

En 2025 esta independencia está siendo cuestionada de nuevo, en un clima de alta polarización política y desaceleración económica.

Desde su regreso a la Casa Blanca, Donald Trump ha intensificado sus críticas hacia la Reserva Federal (Fed) y su presidente, Jerome Powell. Ha exigido recortes agresivos en las tasas de interés, además de solicitar su dimisión por no seguir una política más expansiva.

Estas presiones han generado preocupación en los mercados. La erosión de la confianza en la independencia de la Fed ha provocado la depreciación del dólar y un debilitamiento de su deuda pública, reflejando la incertidumbre sobre la estabilidad de la política monetaria estadounidense.

En Europa, la presidenta del Banco Central Europeo (BCE), Christine Lagarde, ha advertido que la independencia de los bancos centrales «se está cuestionando» en distintas regiones del mundo. Esta tendencia amenaza con aumentar la volatilidad macroeconómica y obstaculizar la lucha contra la inflación.

La autonomía de los bancos centrales no es un privilegio burocrático, sino una condición indispensable para una economía sana. Sin independencia, estos organismos podrían sucumbir a presiones para financiar déficits públicos, mantener tipos artificialmente bajos o tomar decisiones que beneficien intereses políticos a corto plazo. La historia ha demostrado que cuando los gobiernos controlan directamente la política monetaria, el riesgo de inflación crónica, crisis de confianza y desorden económico se dispara.

En un mundo donde las tensiones geopolíticas, la debilidad económica y las transformaciones tecnológicas exigen decisiones difíciles y a largo plazo, proteger la independencia de los bancos centrales es más importante que nunca.