Por Enrique Areilza*

Ilustración por Ilustre Mario

La creciente diferencia entre oferta y demanda de talento en las áreas STEM (acrónimo de los términos en inglés Science, Technology, Engineering y Mathematics: ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas) hace de la inversión en jóvenes talentosos una oportunidad financiera y al mismo tiempo social y de país.

En distintos momentos hemos hablado de la discordancia entre las formaciones universitarias y los requerimientos del mercado.

Es increíble que en la época del Big Data y la inteligencia artificial se mantenga esa brecha tan perjudicial para la sociedad, los jóvenes, las empresas y, en resumen, el país o la comunidad. No es una cuestión de torpeza o falta de vista a medio plazo, no. Es una cuestión de renovar las competencias de los formadores en general, con muchas o algunas honradísimas excepciones. Puestos laborales fijos y seguros que saben de lo que saben y por tanto no pueden formar de lo que no saben. Duro, durísimo y claro, cristalino.

Los chicos y chicas con capacidad económica media o baja no tienen otro remedio que quedarse en su entorno, en una universidad pública y en el grado para el que les alcance su nota media. Y lo más duro es que las facultades de las STEM son las que tienen notas de corte más altas. De hecho, en 2019 la nota más alta de España fue para el doble grado de Matemáticas y Física de la Complutense (13,775, siendo el máximo posible 14). Es decir, que su oferta es muy baja respecto a la demanda. Y la demanda es alta porque son los puestos más demandados en el mercado actual y futuro.

¡Qué paradoja! La mayor demanda del mercado no se cubre por falta de plazas formativas. Doble paradoja: esas formaciones tan deseadas serán para los que luego trabajen en digitalización y robotización, cuya consecuencia será la pérdida de millones de empleos que ocuparían los que hoy se están formando en competencias que nunca más serán absorbidas por el mercado de trabajo.

Muy distinto lo nuestro de otras economías más acertadas en esto. Véanse Finlandia, Suecia, Reino Unido o Estados Unidos, donde sí existen universidades alineadas al mercado. Ejemplos europeos de buenas universidades que están en el top 150 del prestigioso ranking universitario de Shanghái: University College de Londres o la Uppsala Universiteit. Reino Unido tiene 17 universidades dentro del top 150 y Suecia cinco. Sin embargo, en España no encontramos ninguna universidad dentro de este ranking.

Una posible fórmula para mejorar esta tragedia actual y futura es la financiación de la formación del talento. Lógicamente con independencia de las becas y con rentabilidad para el inversor, por supuesto. No es nuevo, existe, pero de forma muy incipiente. Un ejemplo: Lumni. Por un lado busca inversores y por otro talento. Financia a los chicos su desarrollo e incluso lo potencia mediante mentorías y seguimiento por profesionales del área. Claro está que antes de financiar analizan si el retorno de la formación será el adecuado para sus intereses.

Igual que con los jóvenes futbolistas. Inviertes para recuperar posteriormente con los derechos de federativos y económicos (traspasos). Aunque en el caso de estudiantes recuperas a través de su sueldo futuro.

Como en toda inversión, se trata de elegir bien. Al chico o a la chica, el tipo de estudio, su empleabilidad, su retribución futura y la calidad del centro formativo.

Y, efectivamente, usted tiene razón en lo que está pensando: las malas universidades, con programas anticuados y alejados de la demanda laboral, se quedarían sin chicos talentosos. Y sus datos sobre empleabilidad y retribución de egresados bajarían y cada vez tendrían menos estudiantes.

Mal de muchos, consuelo de tontos. No solo nos pasa a nosotros. En Estados Unidos hay unos 44 millones de personas con deuda estudiantil. Una deuda media de 37 000 dólares que muchos arrastran hasta más allá de los 40 años. En este caso responde a dos factores. Por un lado, la formación universitaria se ha encarecido muy por encima del IPC en los últimos años. Y por otro, y realmente importante, el desajuste entre los contenidos universitarios y la reducción de su valor en el mercado. Es decir, que algunas carreras las están sobrevendiendo demasiado caras para poder devolver el préstamo. Aquí, además, hay otro factor crítico: la intensidad de la venta. Las universidades son agresivas en su comercialización consiguiendo clientes a los que financian. Y ese es el resultado.

Otra cosa sería si quien financia es un inversor o un fondo de inversión, como ocurre en el fútbol. En ese caso calcularían muy bien el retorno. Y sí, existen muchos ejemplos en los que el retorno es muy muy interesante. Un ejemplo obtenido de CNN: Harvey Mudd College es una pequeña escuela privada de artes liberales a las afueras de Los Ángeles, que solo ofrece nueve carreras, todas en los departamentos de ciencias, tecnología, ingeniería o matemáticas. El coste de estudiar un programa de cuatro años es de 249 000 dólares y el salario inicial medio de la generación egresada en 2015 fue de 92 500 dólares. ¡Atractivo, ¿verdad?!

Quizás es hora de invertir en talento aunque eso reste inicialmente a las universidades españolas, si bien en el medio plazo todos mejoraríamos.