Por Enrique Areilza*

Ilustración por Ilustre Mario

Todos habremos avanzado hacia la normalización, o eso espero, y un aspecto clave será el futuro del teletrabajo. La discusión es gigantesca.

Antes de la pandemia, teletrabajar era un objeto de deseo, un argumento de captación de talento, de orgullo de pertenencia, «aquí trabajamos en casa dos días a la semana, es guay, somos guais». Ahora conozco a muchísimas personas que no quieren volver a su casa a trabajar. Prefieren, de lejos, una oficina, aun con cierta toxicidad ambiental (y hablo de toxicidad en las relaciones laborales, no del virus).

Es verdad que todo el mundo veía con cierto anhelo la opción de quedarse en casa un par de días a la semana. Una idea preconcebida de todos: puedo levantarme más tarde, o no levantarme directamente. Pijama o sin pijama. Las legañas sin quitar… y no voy a seguir por aquí.

Y sí, es verdad, en casa te interrumpen menos veces porque tienes el control, nadie entrará sin llamar a tu casa. Y es cierto que uno se concentra mejor y rinde mejor… Todo bueno hasta ahora. Pero en casa no hay chismes ni visita a la cafetera in-house ni al bar outdoor, no hay after work, qué va a haber after work si no hay after shave. Es en serio, al final echas de menos las relaciones laborales, incluso las malas.

Pero no es todo. Los jefes quieren impedir a toda costa que pierdas el tiempo viendo Netflix y piensan que la mejor forma es sobrecargarte y mantener muchas pero muchas videoconferencias. Fuera legañas, dentro after shave.

He visto a gente que esperaba la fase 3 para poder ir a la oficina sin que se lo pidan desde su empresa. Incluso hay quienes están pidiendo una compensación económica por trabajar en casa: inmueble, mueble, luz, agua y telecos… Lo que quieren es volver.

Y hasta ahora solo hemos mencionado la sobrecarga laboral externa, es decir, la que te lanzan desde la empresa. Además está la sobrecarga interna, la que siempre puede caerte en eso del «ya que estás».

Un factor que hemos mencionado para considerar en la balanza es la toxicidad laboral. Tenemos que adoptar ahora un tono serio. Ninguna broma con esta y mucho menos con la toxicidad doméstica. Centrándonos en lo laboral vamos a comentar una de las recomendaciones de moda para la reducción tóxica en la oficina. Se trata de aplicar la técnica de Social Proof, ya saben, ese modelo de persuasión basado en que muchos digan lo mismo de algo. En la oficina puedes pedir a las personas que alcancen acuerdos para decidir normas sobre la toxicidad ambiental. Está claro que un acuerdo amplio permitirá al menos un consenso sobre las conductas y normas que observar. Evidentemente tiene todo el sentido; sin embargo, supongo que se sorprenderán como nosotros con la siguiente paradoja y sus resultados. Como saben, ahora se considera un factor competitivo contar con una alta diversidad personal en las empresas. Pero a más diversidad personal, más diferencia cultural también. Fíjense: según una encuesta realizada por Blind en 2018, un 25 % de los trabajadores de Google creen que su entorno laboral es tóxico. Caramba con Google. Pues no es nada: en Facebook son el 33 % y en Amazon el 50 %. Las más grandes, más diversas, más ricas y más tóxicas. Esto da mucho que pensar, ¿verdad?

En el lado contrario encontramos a empresas y organizaciones que piensan que no va mal cierta toxicidad para aumentar la productividad, de manera que fomentan fuertemente la competitividad e incluso la crítica entre empleados. Buenos ejemplos son la Casa Blanca o Netflix, que convierte en rivales a sus empleados, por citar algunos. Es otra forma de verlo. Competir o colaborar, eterno dilema. Quizás la magia es hacer cada cosa en distintos momentos. Como alguien que por la mañana compite en una carrera popular y por la tarde colabora cantando góspel.

Feliz verano.