Por Sylvia Madero

Existe en Marruecos un lugar donde la tradición de Oriente se abraza con la modernidad occidental. En Agadir, la espuma salada del mar baña interminables extensiones de fina arena y cascadas de agua dulce atraviesan la roca caliza. El lujo y las raíces se dan la mano y el calor de su gente no deja impasible. Conocido como el balneario marroquí, es un destino único que espera a ser descubierto.

Agadir es hoy la capital de la región de Sous Massa Drâa y es visitada por un millón de turistas al año principalmente por sus playas, hoteles y clima estable y cálido todo el año. Es el destino preferido por los marroquíes, quienes deciden pasar aquí sus vacaciones huyendo de las infernales temperaturas estivales. Apuesta por el turismo, pero no olvida sus raíces pesqueras y como tal, su puerto es su corazón.

Primer puerto sardinero del mundo, cada día arriban a él cientos de barcazas repletas de la captura diaria, donde marineros y compradores pelean en su abarrotada lonja por hacerse con el mejor precio. Las pintorescas tabernas de sus alrededores son el mejor lugar para disfrutar del pescado asado más fresco, acompañado de pan árabe y limón. Y es que la gastronomía de la capital tiene en los pescados y mariscos sus productos estrella, pero no quedan atrás delicias como la pastela (de pollo o pescado), el cuscús, con hortalizas y carnes frescas de la región o el tajín (merece la pena probar el de osobuco, con orejones y ciruelas maceradas en agua de rosas).

Foto: Clara de León
Foto: Clara de León

La vida de la capital es sin duda su paseo marítimo, repleto de restaurantes y tiendas, que se extiende desde el puerto deportivo llamado Marina Agadir hasta Cité Founty, la zona más nueva de la ciudad. Aquí, lujosos hoteles agasajan al turista mientras polvorientas calles y solares vacíos donde pastan rebaños de cabras y carteles desteñidos por el sol que anuncian nuevas promociones de viviendas, recuerdan que esta ciudad aún está creciendo, en busca de un modelo económico basado en el turismo de sol y playa.

En el paseo marítimo, conocido por los locales como Promenade o Corniche, tradición y modernidad se dan la mano. Lujosos coches deportivos esperan en las puertas de exclusivas tiendas de las firmas más caras y ostentosos veleros se suceden en los pantalanes de la Marina. Mientras, mujeres con velo integral, miran sentadas desde la orilla como sus hijos se bañan y aventureros turistas pasean en los petit taxi (destartalados taxis de intenso rojo que recorren la ciudad por precio irrisorio). Pasear por el paseo marítimo siendo turista es toda una aventura, ya que tatuadoras de henna, vendedores ambulantes y ávidos camareros que invitan a probar las delicias gastronómicas de sus establecimientos, interrumpen todo intento de un tranquilo paseo a orillas del mar. La arena de la playa de Agadir, con más de 10 kilómetros de longitud, está salpicada de hamacas y sombrillas de paja, además de puestos de todo tipo de actividades acuáticas como jet ski o iniciación al surf.  

Foto: Clara de León
Foto: Clara de León

El centro de la ciudad es zona moderna, por la que pasean jóvenes, familias y mujeres sonrientes, con coloridos ropajes y vistosos velos algunas y de negro riguroso que cubre cada centímetro de su piel otras. Todas sonríen cuando se niegan a que les hagas una foto, buscando una mirada cómplice que entienda su pudor. Ellas y ellos frecuentan la mezquita Mohamed V, la más grande de la ciudad y que, si bien no permite la entrada a los no musulmanes, regala al visitante una grata visión de su arquitectura exterior, con repujadas filigranas y gran minarete.

También en esta zona llaman la atención por su arquitectura el cuartel de bomberos, el edificio central de correos y el ayuntamiento, diseñado por Le Corbusier. Frente a él se encuentra el muro de la memoria, con una inscripción que recuerda las palabras de Mohamed V tras el terremoto: “si el destino ha destruido la ciudad, la fe y la voluntad harán que vuelva a nacer”. Bien merecen una visita los Jardines de Olhao, donde se encuentra el museo del terremoto, un testigo silencioso que recuerda el terrible accidente que sufrió la ciudad.

Cerca de los jardines, el zoco es el lugar perfecto para perderse en una tarde de compras. Un poco más adelante de este punto de la ciudad, el zoo Birds Valley acoge en sus dos hectáreas y media de parque, una considerable colección de especies animales y vegetales. La oferta zoológica de Agadir se complementa con el parque temático Croco Parc a las afueras de la ciudad: un recinto donde conviven más de 300 cocodrilos y numerosas especies vegetales en sus cuatro hectáreas de extensión.

El turismo es el modelo a seguir. Por ello, tal y como afirman desde el consejo regulador de la región, se aspira a construir 30.000 plazas alojativas, en destinos como Taghazout, un pequeño pueblo de pescadores con imponentes hoteles de 5 estrellas a la orilla de su costa, de infinitas playas de arena dorada. Aquí, bereberes a lomos de camellos y caballos conviven con pequeñas barcas de pesca y surferos de todos los lugares del globo que se desplazan hasta estas playas para disfrutar de spots únicos.  

Sin embargo, se apuesta firmemente por el  turismo rural, cada vez más en boga, con la explotación de regiones tan pintorescas como la zona rural de Imouzzer Ida Outanane al noreste de la ciudad. Las familias de la región vienen hasta aquí los fines de semana para disfrutar de una maravillosa ruta que sigue un río de montaña, con cascadas en épocas de lluvia, que está rodeado de campos de cebada, argán, olivos y almendros. Este pequeño oasis a 40 kilómetros de Agadir es un remanso de desconexión y es muy habitual ver a quienes se desplazan hasta aquí, refrescarse en improvisadas terrazas con sombrillas y mesas y sillas de plástico en el mismo lecho del río.

Foto: Clara de León
Foto: Clara de León

Otra zona de gran interés es Taroudant, conocida como la Marrakech de Agadir por su zoco, pintorescas e intrincadas calles y popular medina. Está a una hora y media de la capital, unida por una carretera que atraviesa cientos de hectáreas de árboles de argán y en cuyos arcenes no es raro ver a pastores compartiendo té caliente mientras sus cabras pastan subiéndose, aventureras, a estos retorcidos árboles para alcanzar sus verdes hojas. El argán es fundamental en la región, y son muchas las cooperativas de mujeres (porque son ellas quienes lo trabajan) que viven de este fruto. Merece la pena ver el proceso de manufacturación y la habilidad que tienen las trabajadoras para separar el fruto de su dura cáscara con una simple piedra como herramienta. Si decide hacerlo, la de Tighanimine Filahia se encuentra a unos minutos del centro, y en ella trabajan mujeres divorciadas, viudas o repudiadas por sus familias.  

Al llegar a Taroudant, y tras una parada obligatoria en la caliza Medina, el zoco espera. Aquí, las mujeres que tanto cuesta ver en las calles, se afanan en conseguir el mejor precio en sus compras, palpando y oliendo la fruta, regateando cada dírham y paseando nerviosas entre el bullicio. El zoco se divide en una zona descubierta, con coloridas babuchas y pashminas que visten las recargadas paredes de los puestos de ropa, alfareros que moldean la arcilla con sus manos y los carpinteros dan forma a muebles artesanos bajo el sol abrasador. Ya en el interior y al abrigo de la sombra, los puestos son un espectáculo para los sentidos. Piezas de cordero cuelgan de las carnicerías, blanco de ávidas moscas hambrientas; las aceitunas, de intenso verde y negro y lustrosas por el aceite que las conserva, se apilan en fuentes de latón y el olor de las especias se introduce sin permiso en la nariz para permanecer en la memoria para siempre. La fruta, dulzona, y las abejas y avispas se posan en los almibarados dulces que, colocados unos encima de otros, decoran los escaparates. El paseo es encantador, pero cuidado con tropezar con los ajetreados comerciantes que transportan carretas con todo lo imaginable, desde frescas naranjas hasta nerviosos pollos vivos. Si tiene suerte, le invitarán a un té, ritual que es religión en el país y cuyo sabor amargo, caliente y mentolado impregna todos los sentidos.

Foto: Clara de León
Foto: Clara de León

Ya de vuelta en la ciudad, no es posible abandonarla sin visitar su kashbah, de los pocos vestigios que aún hoy perduran tras el devastador terremoto. Lo poco que queda de la construcción observa impasible la ciudad desde lo alto, protectora incondicional de un destino que ha sabido resurgir de sus cenizas para convertirse en un referente turístico en Marruecos.