Por David Sendra Domènech.

El Parque Regional de El Valle y Carrascoy, en la Comunidad de Murcia, es un lugar agreste, salvaje, de relieves abruptos y fuertes pendientes, cuya compleja y singular geología acaba creando diversidad de ambientes. Sin duda, es un espacio ideal para los amantes de la naturaleza por su elevada riqueza tanto en flora como en fauna.

Estratégicamente localizado en las sierras que protegen los valles del Segura y del Guadalentín, este parque regional murciano, espacio natural protegido, encanta no solo por su alto valor como pulmón verde, sino también por su riqueza histórica. De hecho, su ubicación ha favorecido que argáricos, íberos, romanos y árabes, entre otros, construyeran aquí. Un ejemplo lo tenemos en el cerro cónico y abancalado de Puntarrón Chico, donde se asentó un poblado de la cultura argárica; en el yacimiento del santuario íbero de La Luz; en los restos de la fortificación de Los Garres, de la época tardorromana; o en los del castillo y palacio del Portazgo, construcción árabe del siglo XII, igual que el castillo de la Asomada.

 

 

En este bosque mediterráneo repoblado en la zona de El Valle y conservado de forma natural en Carrascoy, la riqueza vegetal incluye más de 600 especies, esencialmente bosques de pino carrasco, piñoneros, encinas carrascas y alguna pequeña área de alcornoques, con un manto de matorrales típicos como el lentisco, el espino negro o el palmito, con el lastón surgiendo de improviso entre las fisuras de las rocas y extendiéndose como tapete vegetal por las zonas de sombra del pinar, mientras que en las más expuestas al inclemente sol los arbustos y matorrales xerófilos abundan y enriquecen el suelo al tiempo que colorean el ambiente con las pequeñas y aglomeradas flores amarillas de la albaida o las rosadas y solitarias de la jara blanca. Hay aromas llevados por el viento, de romero, tomillo y saturejas. Pero la fabulosa flora del parque no acaba por ahí, sino que varía según el espacio que habita, y así nos encontramos fácilmente mirtos y madreselvas donde hay mayor humedad, como las ramblas; juncos en las pequeñas charcas; líquenes, helechos y orejillas de roca entre las piedras, y mucho más.

 

 

En esta inmensidad natural predomina la caliza, aunque la compleja geología del parque otorga texturas y colores diversos y hasta un aspecto de paisaje lunar, donde habita un fabuloso grupo faunístico en el que se destacan las aves, especialmente las rapaces. Si eres buen observador y tienes paciencia, encontrarás al busardo ratonero o al águila real sobrevolando el cielo, y a cernícalos y halcones peregrinos nidificando en las rocas; y escucharás a la noche el característico ulular del majestuoso búho real, especie por la que fue creada una Zona de Especial Protección para las Aves en esta región. El ornitólogo descubrirá que el territorio del parque está repleto de sonidos de aves: aquí y allí se descubre el mito, el piquituerto o el carbonero, que acompañan nuestros pasos con sus cantos. Por el suelo, protegidos por los matorrales, zorros, jabalíes y lirones, garduñas, tejones y, claro, el gato montés, y, cuando cae el manto de la noche, los murciélagos sobrevuelan el parque. Son numerosos los insectos, los anfibios (como el sapo común y el corredor, que fácilmente encuentras en los cauces) y los reptiles, entre los que destacan el galápago leproso o el lagarto ocelado.

Es la Murcia salvaje, un paraíso natural único y altamente rico en flora y fauna. Puedes acercarte hasta el centro de visitantes El Valle (hay dos más centrados en temas históricos y culturales), donde conseguirás información sobre rutas y mapas del parque, para después lanzarte al descubrimiento de la naturaleza salvaje (con bastante reserva de agua y protección solar) con ciertas garantías de no perderte. El punto final de una fabulosa jornada, sin duda, es admirar el atardecer desde el mirador de La Cresta del Gallo.