Por Astrid da Silva Jiménez

Lleno de color, rodeado de bosques y parques y con las mejores vistas de la ciudad. Así es el Palacio da Pena, la joya arquitectónica de Sintra. Cada año son más los viajeros y locales curiosos que acuden a visitarlo y el motivo es evidente: se trata del mejor ejemplo de arquitectura del Romanticismo de Portugal.

Está ubicado en Sintra, una maravillosa ciudad que se encuentra a unos 30 kilómetros de Lisboa (un trayecto de media hora, aproximadamente, en coche). Esta zona está repleta de monumentos y lugares de interés que vale la pena conocer. Ahí encontramos la popular Quinta da Regaleira, el Castelo dos Mouros o el propio Palacio Nacional, que son de parada obligatoria. Aunque, sin duda, el Palacio da Pena es el número uno de las atracciones turísticas.

Este espectacular edificio se erigió sobre los restos del antiguo monasterio jerónimo de Nuestra Señora de la Peña, que data del año 1503. Con el terremoto que asoló Portugal en 1755, quedó en muy malas condiciones y fue prácticamente abandonado, aunque por aquel entonces empezaron a correr rumores sobre el origen sagrado del lugar, ya que el terremoto había arrasado con todo a excepción de la capilla.

El joven Fernando II, atraído por la idea de que aquel lugar era santo, lo compró y mandó construir ahí la residencia de verano de la familia real. Para cumplir con su objetivo, encargó al arquitecto alemán Wilhelm Ludwing von Eschwege liderar el proyecto. Después de diez años y mucho dinero invertido, el Palacio da Pena se convirtió en su residencia de verano, epicentro de los encuentros de la aristocracia lisboeta y los políticos más reconocidos del país.

Fue la residencia de cinco reyes de Portugal y esa esencia permanece en el cuidado y los detalles de su interior. Al proclamarse la República, el palacio fue declarado museo y quedó abierto al público. A partir de ese momento los visitantes pueden admirar las obras de arte y los distintos estilos arquitectónicos de su interior, entre los que se mezclan el renacentista, el medieval, el gótico, el islámico y el manuelino (este último característico de Portugal), creando un espacio bastante barroco y ecléctico.

Cuando visitas el palacio rápidamente verás que, además de los distintos estilos arquitectónicos, el castillo está dividido en dos zonas bien diferenciadas: por un lado, el antiguo monasterio y, por otro, las dependencias de lo que se conoce como Palacio Nuevo.

De todos los palacios del país, este es el único que conserva los muebles y objetos tal y como los disponían los últimos ocupantes reales. En la cocina aún se conservan los utensilios de cobre que se empleaban en la época. Entrar en el edificio es hacer un viaje en el tiempo, en el que todo se encuentra en las mismas condiciones que hace más de cien años.

Su ubicación es inmejorable. En lo alto de una colina, muy cercana al centro de la ciudad, se encuentran las 900 hectáreas que componen el recinto. De su emplazamiento viene su nombre, ya que “da pena” en castellano quiere decir “de la peña”.

Para disfrutar realmente de la visita al palacio hay que ir con tiempo, ya que lo mejor son sus jardines. Fernando II quería tener el mejor jardín de Portugal en su residencia, así que se encargó de tener ejemplares de plantas exóticas de distintos países. Está diseñado en forma de laberinto, con caminos estrechos y lugares casi secretos en los que de pronto te encuentras una fuente, un parador o una estatua, y en los cuales no puedes dejar de admirar la belleza de la naturaleza, con el palacio en lo alto y el mar al fondo. Una de las imágenes más espectaculares del paisaje portugués. Por ello, en 1910, estos parques fueron comprados por el Estado y se convirtieron en monumento nacional.

A todos los que tienen previsto viajar a Lisboa les recomiendo que dediquen un día a Sintra. El particular clima de la sierra hace de este espacio una de las zonas más boscosas del país, motivo por el cual la ciudad está llena de jardines, parques y residencias de verano. Todo el enclave paisajístico y monumental de la Sierra de Sintra está declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, por lo que en cada rincón encuentras un buen lugar para disfrutar del entorno, que parece sacado de un cuento de hadas.

Las conexiones desde la capital son muy buenas, salen trenes desde la estación de Rossio y desde la estación de Oriente, muy cómodos y a precios muy económicos. También puedes ir en coche, aunque a veces no es nada fácil para aparcar, y en autobús.

Comer en Sintra, al igual que en casi todo Portugal, es una grata experiencia. Hay muchos restaurantes en el casco antiguo que ofrecen verdaderos manjares por poco dinero. Siempre es recomendable preguntar a los locales cuál es la mejor opción para sentarse a la mesa, así nunca fallas. Los dulces son el sabor de la ciudad. No puedes irte sin probar los travesseiros, unos hojaldres rellenos de almendra, y las queijadas, unas tartas de queso pequeñitas con nata. A Periquinha es una pastelería tradicional que lleva más de 150 años haciéndolos y en donde, supuestamente, les añaden el ingrediente secreto que los hace tan famosos. No sabemos si eso es cierto, pero sí damos fe de lo riquísimos que están.

Visitar Sintra y conocer el Palacio da Pena fue una las mejores experiencias de nuestro viaje a Lisboa. La ciudad nos maravilló por completo, llena de romanticismo, arte y naturaleza, pero el palacio tiene algo especial, conserva un ambiente mágico. No es casualidad que sea un orgullo nacional. Todos los que visitan la ciudad solo tienen buenas palabras para ella. Incluso el escritor José Saramago lo reflejó en su obra Memorial del Convento, donde describe a Sintra como “el paraíso, si es que Dios hiciese otra tentativa”. El paraíso que conserva una de las joyas arquitectónicas más bonitas de Portugal.