Por Galo Martín Aparicio

En 1956 Joan Miró se instaló a las afueras de Palma de Mallorca para continuar creando a una edad con la que algunos se prejubilan. En su taller se comportaba como un púgil cuando asalta el cuadrilátero. Tomaba el pincel y alternaba un croché con un directo contra cualquier superficie para mezclar el rojo, el verde y el azul, colores con los que plasmó sueños y estrellas. La noche.

Mirando con unos ojos que no lo hacían como los de los demás encontró en las colinas de Cala Major el silencio. En la finca de Son Abrines Miró le encargó a su amigo y arquitecto Josep Lluís Sert poner en pie el taller blanco con el que siempre fantaseó, un espacio de creación en el que el Mediterráneo se asomaba a su ventana. Si en la masía familiar de Montroig (Tarragona) descubrió el campo, en Mallorca el agua le hipnotizó.

El estudio diseñado por Sert, además de ser el epicentro de creación del artista catalán, atesora un gran valor e interés desde el punto de vista arquitectónico. El conjunto se amolda al entorno, al clima y a las técnicas de construcción mediterránea con materiales como la piedra, la baldosa y la cerámica. En este espacio de dos alturas se respira el ambiente que inhaló el pintor. Alejandro de Ysasi, integrante del equipo educativo de la Fundació Pilar i Joan Miró, lo describe como el “territorio Miró”.

En la planta inferior se amontonan los lienzos sin terminar y los muebles tradicionales, combinados con vitrinas de madera en las que se alinean los objetos que iba recolectando durante sus paseos y viajes: botellas, calabazas, un tronco, migas de pan, una pluma de ave, una baratija de plástico, un martillo, esculturas indoamericanas y unas figuras mediterráneas de cerámica provistas de un silbato, siurells. El piso superior Miró lo utilizaba para tomar distancia de las obras y contemplarlas en su totalidad, para después acometer los trabajos más detallistas con la precisión de un cirujano.

Joan no solo pintaba. En Son Boter, una casona del siglo XVIII que su mujer y él compraron y que se ubica un poco más arriba del taller, Miró esbozó esculturas y realizó grabados y litografías. También las paredes de este lugar las firmó y dibujó al carboncillo. Disfrutó como un niño mientras trabajaba de manera ferviente e incesante. No se copió. No se limitó a pintar soles y lunas, algo que pudo haber hecho y vender muy bien; creó a contracorriente y reventó el mercado realizando obras de arte que encontraron salida medio siglo después.

A los talleres de Sert y Son Boter se les sumó un edificio (que hace de museo) diseñado por el arquitecto Rafael Moneo. Sobre un espejo de agua se refleja este complejo que da forma y volumen a la Fundació Pilar i Joan Miró. Este espacio artístico y vivo es la manera que tuvo el matrimonio Miró de dar las gracias a Palma de Mallorca por los 27 años que allí vivieron juntos.

Igual que un algarrobo se engancha a la tierra, Joan Miró tuvo un nexo de unión muy fuerte con el campo y el mar. Inmerso en una naturaleza por contaminar encontró un refugio en el que plasmar visiones y constelaciones.