Por Cristina Torres Luzón. Ilustración por Ilustre Mario

Sin embargo, no nos damos cuenta de que esta gran construcción requiere de una pequeña inversión de mantenimiento por nuestra parte y que, de no hacerla, pagaremos un alto peaje.

Nuestro motor es el corazón, un músculo que a las pocas semanas de nuestra gestación ya empezó a latir con fuerza. Fuerza que es alimentada a través de las redes de vasos sanguíneos que le aportan los nutrientes necesarios tanto a él como al resto de órganos para que puedan realizar su actividad.

Debemos saber que tanto el corazón como otros órganos pueden presentar riesgo cardiovascular. Esto es la probabilidad de sufrir enfermedades que afectan al sistema arterial que recorre nuestro organismo. Las enfermedades más conocidas son el infarto de miocardio y el accidente cerebrovascular.

Son varios los factores de riesgo relacionados con estas enfermedades, de los cuales nos encontramos con unos que no podemos modificar como son el sexo, la edad, la raza y los antecedentes familiares; y por otro lado, los modificables: hipertensión arterial (HTA), aumento del colesterol, obesidad y sobrepeso, diabetes, sedentarismo, tabaquismo, abuso de alcohol, ansiedad y estrés, síndrome metabólico… Este último consiste en presentar tres factores de riesgo de estos cuatro: HTA, mantenimiento alterado de azúcar en sangre, trastorno de lípidos y obesidad abdominal.

En nuestro día a día no prestamos atención a nuestro cuerpo y realizamos muchas actividades que nos dañan, como una alimentación desequilibrada y llena de comida basura que va obstaculizando nuestras carreteras y dificultando su trabajo.

Acciones como dejar de fumar, eliminar el consumo de alcohol, realizar prácticas deportivas y ejercicios de relajación promueven la conservación de nuestra salud y consiguen que nuestro organismo pueda tener un funcionamiento correcto y saludable.

En España las dos causas principales de muerte en el 2017, según el Instituto Nacional de Estadística, fueron las enfermedades isquémicas del corazón y las enfermedades cerebrovasculares, con 32 325 y 26 937 defunciones respectivamente.

Hemos adquirido hábitos perjudiciales que van minando nuestro organismo y que suponen un alto coste para nuestra salud y para la de nuestros seres queridos.

Tristemente, enfermedades como la obesidad y la diabetes tipo dos empiezan a presentar porcentajes en la población infantil hasta hace poco impensables. Los niños son nuestras fieles copias y, por tanto, acaban reproduciendo nuestros insanos hábitos diarios. A esto hay que sumarle que cada vez el sedentarismo está más presente por culpa de la adicción a nuevas tecnologías y la falta de tiempo de ocio al aire libre, lo que incrementa el riesgo de enfermedades entre los más pequeños.

Hablamos de un problema que acaba afectando a todo el sistema familiar, destruyendo las carreteras internas de cada uno y deteriorando los órganos a los que alimenta. Cambiar el chip y tomar conciencia de este problema es el primer paso para revertir la situación.

Aprovechando para hacer el mejor trabajo en equipo, la familia debe empezar a afrontar pequeños retos que acaben haciendo que los factores de riesgo modificables desaparezcan para perpetuar estilos de vida saludables que repercutan en todos.

Hacer partícipes a los menores de esta realidad y plantear entre todos pequeños cambios para conseguir llegar a una vida sana es una gran oportunidad de tener un proyecto familiar que motive a todos los miembros y que consiga llegar con éxito a la meta.

Buscar ayuda para dejar de fumar, hacer planes de ocio familiares en los que la actividad física sea su principal ingrediente y habituarnos a modificar nuestra alimentación, por ejemplo, cambiando refrescos por agua o las chucherías por frutos secos va a permitir que nuestro circuito sea perfecto.

Ante las dificultades podemos contar con los profesionales de atención primaria, que nos van a ayudar y a proporcionar recursos para poder alcanzar nuestros objetivos. Haz seguras tus carreteras y las de tus familiares, entre todos se puede.