Por Galo Martín Aparicio

Fotografías por Antía Méndez

Antón Reixa es un vigués disperso al que le aburre ser siempre la misma cosa. Tanto es así que después de un grave accidente de tráfico que le tuvo 18 días en un coma inducido, a su condición de poeta, músico y director de cine –también fue presidente de la SGAE (Sociedad General de Autores y Editores)– le ha sumado la de escritor. Michigan, acaso Michigan se titula el libro publicado por la editorial Círculo de Tiza, que recoge sus reflexiones durante el tiempo que estuvo en pausa. Ahora, de nuevo en marcha, nos invita a recorrer su ciudad, a descubrir un Vigo melancólico de hierros por oxidar que no tiene miedo de trasgredir.

El Sireno. Es una moderna escultura de acero inoxidable, obra del artista gallego Francisco Leiro, que se eleva por encima de la Puerta del Sol de Vigo. Un lugar que retrotrae a Antón Reixa a cuando ir a Vigo significaba ir a la Puerta del Sol. La instalación de El Sireno, a principios de los años noventa del siglo XX, fue polémica. Antón dice tener “una identificación muy fuerte con esta figura” y añade: “Era un elemento trasgresor, hoy es un emblema de la ciudad, una referencia local”. Representa a un hombre pez que señala el mar. “Vigo, con el paso de los años, es una ciudad que, curiosamente, estaba de espaldas al mar. Aunque poco a poco, cada vez más, se ha ido abriendo de nuevo a él”, cuenta aliviado. Hoy El Sireno, además de pasar por un vecino más de la plaza en la que se encuentra, se usa como anagrama en las comunicaciones institucionales y se hacen de él representaciones en miniatura. A Reixa le hace feliz que el paso del tiempo le haya dado la razón, que la trasgresión haya triunfado sobre la tradición.

Los peiraos. Se trata de una palabra gallegoportuguesa que significa ‘muelle’ y en este caso hace referencia a los históricos muelles del barrio del Berbés, que ya no están. Al menos en su ubicación original. “En esa arcada [y señala un sitio], ahí antes llegaba el mar”, desvela Antón Reixa. Para hacerse una idea hay que mirar fotografías históricas que muestran embarcaciones llegando hasta esos mismos arcos. Hoy todo ese espacio se le ha ganado al mar, “pero curiosamente se mantiene la denominación de los peiraos, aunque el muelle queda un kilómetro más adelante”, explica Reixa. Y aun así, vacío de agua, el lugar tiene todo el sabor fundacional de la ciudad, el encanto de la arquitectura histórica y de la vinculación laboral de los vigueses con el mar. Vigo es una ciudad de marineros y pescadores, de alta mar y de bajura. “La ría de Vigo posee una riqueza biológica extraordinaria, aún hoy, a pesar de todas las agresiones medioambientales que se han hecho contra su mantenimiento y conservación. Pero sigue habiendo un movimiento de pesca de bajura, de cercanía, muy importante”, apunta Antón.

Grúas industriales de Orillamar. “Están en mi mirada desde que yo era niño”, confiesa el autor del libro Michigan, acaso Michigan. Estos gigantes de hierro, que se exhiben en la zona del puerto pesquero, están vinculados al astillero, a la construcción naval en Vigo, una actividad referencial en la ciudad olívica. “Para mí esas grúas, que forman parte de la arqueología industrial, tienen formas humanas. Se parecen un poco a una tía que yo tenía que se llamaba Josefina, quien tenía un rostro muy especial”. Esas grúas, juegos de hierros torturados, en función de la pluma (el elemento que sube y baja los materiales), “están en el paisaje de la ciudad y yo lo he vivido desde siempre”, concluye este disperso vigués.