Por Juan José Ramos Melo @JuanjoRamosEco

A medio camino entre el mar y la tierra volcánica de Canarias sobreviven algunos de los más bellos paisajes que el hombre ha podido crear, lugares donde han convivido en armonía la explotación sostenible de los recursos naturales y la conservación de la biodiversidad, auténticos jardines donde las manos de los hombres y mujeres de las Islas, con la ayuda del sol reinante, han transformado el mar en sal. Las salinas son auténticos jardines donde florece la sal.

Cuando las olas golpean la costa con fuerza, el agua del mar queda atrapada en los charcos de la orilla. Los charcos más alejados del agua se van secando con el paso del tiempo y el calor de los rayos del sol, quedando una costra yodada de color blanco en su fondo. Las mujeres del Archipiélago, con mucha paciencia se encargaban de recolectar estos cristales salados. Un preciado elemento que marcó la vida de nuestros antepasados, ya que la sal fue usada para conservar la carne, el pescado y otros alimentos y su extracción supuso una fuente de ingresos importante para muchas familias. Pronto los pequeños charcos de la costa fueron sustituidos por grandes extensiones de calentadores, pozas y charcas construidos con piedra, arena y cal. El agua del mar era llevada hasta ellos mediante molinos de viento y más tarde por motobombas.

Lo que inicialmente surgió como una explotación salinera, con el paso del tiempo se ha convertido en un hábitat de especial importancia para muchas plantas y animales que sobreviven en estos ambientes salinos. Algunas salinas han sido declaradas como Espacio Natural Protegido por su indudable valor tanto ambiental como cultural y etnográfico.

La variedad de niveles de agua y de salinidad crean las condiciones adecuadas para que habiten diferentes especies de algas microscópicas y plantas amantes de la sal como el salado, la salicornia, la barrilla, la lechuga de mar y el tomillo marino, entre otras. Alevines de peces o especies de pequeño tamaño, e invertebrados como camarones, pulgas de agua, patinadores y artemias, algunos de ellos en cantidades muy abundantes, son un recurso aprovechado por las aves como alimento.

Además de sustento en la orilla de las pozas y calentadores, muchas aves encuentran la tranquilidad necesaria para descansar, refugiarse e incluso criar. En las salinas del Janubio en Lanzarote se ha establecido una colonia de cigüeñuelas comunes, en el resto de salinas sobreviven algunas de las últimas parejas reproductoras en Canarias de chorlitejo patinegro, tarros canelos, lavanderas cascadeñas y fochas comunes. Durante los periodos migratorios es frecuente observar grupos de correlimos, andarríos, archibebes, charranes, zampullines, gaviotas, garcetas e incluso espátulas europeas y flamencos, que llegan hasta aquí procedentes de latitudes más norteñas.

Cipriano Marín y Alberto Luengo publicaron en los años noventa del pasado siglo el libro El Jardín de la Sal una obra que recoge buena parte de la información conocida sobre estas explotaciones, un homenaje a la gente que ha trabajado en este lugar y un llamamiento para su conservación. El propio Cesar Manrique, destacó varias veces durante su vida el valor paisajístico, ambiental y ecológico de las salinas, mostrándolas como excelentes ejemplos de desarrollo sostenible. Casi 20 años después de su muerte, estos lugares continúan siendo un claro ejemplo de armonía entre hombre y naturaleza aún desconocido para muchos.

En la actualidad, la actividad salinera lamentablemente ha ido desapareciendo en buena parte de las costas de nuestras islas. Algunas salinas como las del Guincho y Punta Blanca en el sur de Tenerife yacen bajo urbanizaciones turísticas y otras simplemente han sido abandonadas. Los Cocoteros y el Janunio en Lanzarote, el Carmen en Fuerteventura, Tenefé, Vargas y Arinaga en Gran Canaria y Fuencaliente en La Palma, son las últimas explotaciones salineras que sobreviven junto a pequeñas salinas comunales tradicionales como las de La Caleta de Interian en Los Silos, Tenerife y la costa de Arucas en Gran Canaria. Las salinas son refugios para la vida silvestre, ejemplos de sostenibilidad y lugar de disfrute para viajeros que debemos conocer y conservar.