Por Galo Martín

Fotografías por Daniel Martorell

El litoral alentejano se encaja entre las desembocaduras de los ríos Sado y Seixe. Le precede una extensa llanura inundada de olivos, alcornoques, arrozales y mieses ondulantes por el viento. El mismo que sopla Eolo para agitar un océano que disfrutan surfistas como André y Filipe en playas extensas y abrigadas entre escarpas. Una costa sin adulterar que combina una belleza ruda con unas olas bravas.

Los spots que esconde el Atlántico a la altura del Alentejo se concentran en una costa pulida e infinita, adornada con las dunas del estuario del Sado, entre la península de Troia y Sines y otra abrupta y sinuosa, entre este último lugar y la ribera del Seixe, dentro del Parque Natural del Sudoeste Alentejano. Escoja la que se escoja siempre habrá más tierra que asfalto bordeando el indómito Atlántico.

En un recorrido de norte a sur, las primeras espumas que disfruta el visitante son las de las playas de Comporta, Carvalhal y Pêgo. Las tres discurren en un larguísimo arenal de más de 60 kilómetros de largo. Sus olas son solo aptas para aquellos que tengan un nivel de surf aceptable y cuenten con el beneplácito de Poseidón. Lo mejor para aprender a deslizarse sobre estas aguas agitadas y frescas es acudir a las clases que imparte la Carvalhal Surf School (surfincomporta.com). Si no se anima a probar, tranquilo, su cocina local, de cataplanas y platos de arroz con pescado, es válida para todos los públicos.

Entre planicies y campos en los que se cultiva el grano blanco, sin apenas cruzarse con nadie durante el camino, se alcanza Sines. En esta localidad comienza esa costa alentejana abrupta, sinuosa y recortada. Aquí, donde las olas al romper contra los acantilados roban el aliento, nació el marino Vasco da Gama. El navegante que trazó la primera ruta oriental rumbo a la India. En la playa São Torpes se puede ver al surfista local André Teixeira cogiendo olas o esperando en alguna de las casetas de la escuela Costa Azul Surf (costazulsurf.com) que regenta. Él recomienda a los forasteros que hagan una parada en las playas vecinas de Vierinha y Burrinho, próximas a Porto Covo. Un pueblo pesquero de casas bajas de color blanco rematadas en azul que dan vida a un agradable y pequeño núcleo urbano. Tras él,  más playas. Ilha do Pessegueiro, donde se levanta una fortaleza en ruinas de finales del siglo XVI construida por Felipe I de Portugal (II de España) para contrarrestar los ataques de los piratas. En las de Aivados y Malhão el mar no disimula su agresividad e invita al inexperto a contemplarlo desde lo alto de un risco. Pero para panorámica, la de la desembocadura del río Mira, que se puede contemplar desde Vila Nova de Milfontes. Este otro pueblo pesquero es el mayor foco de atracción turística de la zona. En los alrededores, el surfista Filipe trata de conservar la esencia de este deporte que es su estilo de vida en su escuela SurfMilfontes (surfmilfontes.com). Con su furgoneta, como no podía ser de otra manera, traslada tablas y alumnos a playas como las de Furnas y Foz dos Ouriços. Escuche lo que dice, seguro que pesca algo que se trae de vuelta.

Filipe y André son dos surfistas autóctonos a los que les gusta mostrar su pequeño paraíso de sol y océano. El litoral alentejano es una sucesión de pueblos en los que conviven personas con el rostro curtido por el trabajo en el campo con otras que lucen un perenne bronceado a base de largas sesiones en el agua cogiendo olas. Un lugar donde la vida transcurre al ritmo que marca la tierra y el mar.