Por David  Lorenzo

En 2016 se celebró el bicentenario de la muerte de Luis de la Encina, uno de los Canarios más destacados dentro de la iglesia católica. Había nacido en 1754 en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Sus primeros estudios fueron en el colegio de los jesuitas en esta misma ciudad, donde demostró que era muy estudioso y trabajador.

Pronto se observó que tenía vocación por la iglesia. Con apenas 18 años logró que se le nombrara profesor de Humanidades en esa misma orden. Se siguió formando en temas religiosos. En Osuna logra los títulos de bachiller, licenciado y doctor en Teología. Gracias a su gran capacidad pronto empezó a ocupar cargos de responsabilidad a nivel religioso. Sus primeros ascensos tuvieron lugar en el Cabildo-Catedral de la diócesis de Canarias.

Su magnífica labor lo convirtió a Luis de la Encina en un personaje muy admirado en su ciudad natal. En ella logró ocupar otros cargos de responsabilidad, como el de rector del Seminario Conciliar y el de miembro de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Gran Canaria. Por sus altas capacidades fue propuesto por el obispo de Canarias en ese momento, Manuel Verdugo, como obispo de Arequipa, cargo que finalmente consiguió

Aunque Luis de la Encina fue nombrado Obispo de Arequipa en 1804 tardó seis años en llegar a su diócesis. La guerra de España contra Inglaterra, primero, y la invasión napoleónica de la Península, después, hizo que tardase en ocupar su cargo en Arequipa.

La marcha de Luis de la Encina de Canarias fue agridulce. Para muchos de sus amigos era una magnífica noticia y un merecido puesto para un incansable trabajador. Pero también sabían que no lo iban a ver nunca más. Finalmente Luis de la Encina llegó a su destino, después de varios años de problemas. Pero lejos de lo que se pueda pensar, también en Arequipa sufrió dificultades. Había llegado en un momento de importante tensión social. La invasión napoleónica de España había llevado a que muchas colonias americanas aprovecharan la situación para proclamar su independencia. Y Perú no fue una excepción.

Es ya como obispo de Arequipa cuando conoce a un personaje muy relevante en su vida, Antonio Pereira. Este joven con vocación eclesiástica era originario de La Laguna y partió poco después que Luis de la Encina con el fin de ser su paje. Gracias a que Pereira era un gran amante de la escritura y pintura conservamos mucha información sobre el obispado de Encina. El paje estuvo viviendo en Perú hasta la muerte del obispo, momento en el que decide regresar a España. De nuevo en Tenerife fue prebendado de la Catedral de La Laguna y párroco de Tegueste.

Luis de la Encina demostró durante el problema independentista del Perú su gran carisma y preparación espiritual para soportar la presión en un momento tan duro. Consiguió que en Perú se le admirara gracias a su importante acción religiosa y de ayuda a los más pobres, aunque fuese abiertamente antiindependentista.

Fue Luis de la Encina un hombre cuidadoso en sus palabras. Aceptó de buen grado las nuevas leyes aprobadas por las Cortes de Cádiz y aunque estaba oficialmente dentro del bando realista (apoyaban el mantenimiento de la colonia) era respetado por los independentistas. Su actitud demuestra fidelidad a la ilustración española. Pero no pudo disfrutar mucho tiempo de su obispado. Cuando la situación parecía estar más tranquila tuvo lugar su muerte, en 1816.

Los restos de Luis de la Encina fueron enterrados en la Catedral de Arequipa. Sin embargo, por mandato expreso suyo, quiso que su corazón fuese llevado de nuevo a Las Palmas de Gran Canaria (su ciudad natal) donde hoy en día se sigue conservando como una reliquia. Hoy en día sigue conservándose en la Catedral de Santa Ana.

Para saber más:

  • Rodríguez Crespo, Pedro (1988) “Actitud del Obispo Encina frente a la independencia americana”. En VIII Coloquio de historia canario-americano. Las Palmas de Gran Canaria: Cabildo de Gran Canaria
  • Sánchez Rodríguez, Julio (2017) Luis de la Encina, obispo de Arequipa, y su paje Antonio Pereira. Julio Sánchez Rodríguez